22

—Ty Hawn…

Ram había empezado a hacer una nueva petición, pero Hawn frunció el ceño mirando su pizarra y se dio la vuelta para mirarme.

—Ty Stone, si realmente es ese tu nombre… —Frunció el ceño y levantó la voz—. Ven. Hablaremos en mi despacho.

Con la brigada pegada a los talones, nos escoltó a los tres mientras salíamos del muelle atravesando una puerta vigilada del muro de la fortaleza. Ya en el interior, subimos por una carretera empinada hasta una segunda puerta abierta en un muro interior que abarcaba toda la parte alta de la colina. Había edificios de ladrillo rojo que rodeaban un campo de instrucción de un kilómetro y medio de largo aproximadamente. Las bocas de los cañones que habíamos visto salían de un tercer muro que rodeaba un promontorio situado en la parte alta de la montaña.

Los tres muros fueron construidos con los mismos ladrillos enormes de piedra negra.

—¿Es nuevo para ti? —Hawn me lanzó una mirada inquisidora cuando me detuve para mirarlos—. Ya tendrás oportunidad de verlos.

—Son enormes —dije—. Nunca he visto usar piedras tan grandes en la construcción.

—Si no las has visto nunca… —Volvió a mirarme como si sospechara que sí las había visto—. Tengo que informarte. Son reliquias de lo que los negros llaman el Antiguo Dominio. Estaban dispersas por todo el delta, medio enterradas en el cieno que había caído. Es todo un misterio para los historiadores.

Cogió el rifle mientras hablaba.

—¿De dónde las sacaron? Hasta ahora no se ha descubierto de dónde. ¿Cómo se trabajaban? Son más duras que el granito. ¿Cómo se movieron? Cada bloque pesa una docena de toneladas. Hubo que construir un equipo especial y enviarlo desde el Glacier Point para extraerlas y colocarlas en el muro. He intentado preguntar a los nativos. Me cuentan un cuento de hadas tan lleno de fantasía como el de vuestra Tierra.

Volvió a lanzarme una mirada inquisidora.

—Su dios negro se peleó con su mujer blanca. Inventó armas, reunió un gran ejército e hizo una guerra contra él. Estas piedras estaban en los muros de una fortaleza que construyó como última ubicación. Ella ganó la última batalla, le mató y esparció las piedras donde hoy las encontramos.

—No me lo creo. —Hawn se encogió de hombros y ordenó a sus hombres que continuaran—. Pero estas piedras siguen siendo un misterio.

Subimos un tramo de escaleras hasta una terraza elevada con vistas a los muros exteriores y el puerto hasta la Torre de Sheko. Hawn despidió a casi todo su pelotón, pero llevó fusileros con nosotros para cruzar una estrecha puerta en la base de la fortaleza central.

En el interior, la luz era crepuscular. Allí se desconocía la electricidad y los enormes bloques negros se habían colocado sin dejar espacio alguno para las ventanas situadas en la planta baja. Unas cuantas lámparas de gas, altas y apartadas a un lado, despedían un destello sombrío en un pasillo estrecho. Los guardias saludaron a Hawn, me cachearon por si llevaba armas y se quedaron con mi mochila.

Dejamos a Ram y a Kenleth sentados en un banco de piedra, y Hawn me llevó por un pasillo estrecho. Le ordenó a Kenleth que se quedara cuando él intentó seguirme. Me encantan los grandes espacios abiertos de Nuevo México. Su despacho era un cubículo sin ventanas y tan minúsculo que parecía una tumba. En la esquina había un chaval negro, que tiraba sin fuerza de una soga que hacía girar un enorme ventilador hacia delante y hacia atrás sobre un escritorio de piedra sobre el cual no había nada.

Señaló con la cabeza una silla que había delante del escritorio.

—Siéntate.

Me senté, y él se quedó de pie detrás del escritorio, observando con una cautelosa hostilidad, como si me acabaran de sacar de una jaula y fuera un animal peligroso. Me sentía terriblemente solo, ansiaba haber tenido la alegre disposición de Ram, el conocimiento de la ciencia de Derek, la facilidad de trato de Lupe, incluso la confianza propia de la niñez de Kenleth. A pesar del ventilador, sentía que el sudor me caía por las costillas.

—Ty Stone. —Su repentina voz me sobresaltó—. He visto los informes de inteligencia sobre ti y tu compañero negro, el del faro en la frente. La comisión no se cree ese cuento de que él es un dios que viene del cielo para liberar a los negros. Es que no van a querer ni hablar sobre la tregua que pide.

—En cuanto a ti… —Volvió a buscar mi cara y su voz se tornó seria—. Parece que eres blanco. Tu relación con él y con los insurgentes te convierte en traidor a tu raza y a tu nación. Sin embargo, el gobernador Volmer me ha autorizado a ofrecerte una posibilidad de salvarte la vida.

Se sentó y me miró con el ceño fruncido.

—¿Estás dispuesto a contestar preguntas?

—Lo estoy.

Dio una palmada. Una mujer delgada y de piel algo oscura entró y se sentó en un taburete al final de su escritorio, con una pluma colocada sobre su cuaderno.

—Dices que vienes de un lugar al que llamas Tierra. ¿Dónde está eso?

—Es otro planeta, señor. Está a muchos años luz, en el universo.

Hawn y la mujer parecían desconcertados al oírme hablar con términos que ellos desconocían y yo no sabía cómo traducirlo. Cuando intenté explicar qué planeta era, me interrumpió de forma cortante, como si dudase de que existieran otros mundos.

—¿Cuántos años tienes, Ty Stone?

—Cincuenta y siete años terrestres, señor. No sé cuantos son aquí en su planeta.

Me preguntó qué era un año terrestre. Intenté explicarle que era el tiempo que tarda el planeta Tierra en completar su órbita alrededor del Sol, pero me perdí con palabras que no entendía. Me pidió de forma cortante que parase.

—Ya está bien de hablar en tu inteligente jerga. Quiero la verdad sin más.

—Lo intento señor, pero llevo aquí poco tiempo para conocer su idioma.

La mujer morena dejó la pluma, encogiendo los hombros con impotencia. Hawn se sentó un momento mirándome fijamente, pero al final se encogió de hombros y le hizo una seña con la cabeza para que continuara.

—Continuemos con las preguntas. —Su tono de voz era sarcástico y burlón—. Tengo órdenes de que escuche tu historia y proponga lo que se puede hacer a continuación. Describe ese planeta Tierra.

—Es otro mundo, señor. Es más o menos como este, pero se encuentra lejos, entre las estrellas. Nuestras plantas y criaturas son bastante parecidas a estas.

Puso mala cara, negó con la cabeza y al final volvió a hablar.

—¿Viven personas? ¿Blancos como tú? ¿Negros como Chenji?

—Sí.

Se sentó, absolutamente incrédulo hasta que la mujer murmuró algo.

—Los negros… ¿son esclavos?

—En algunos sitios, hace tiempo lo eran. Hemos abolido la esclavitud.

La mujer levantó la pluma esperando la respuesta. Su mirada se agudizó.

—¿Sí? —Negó con la cabeza—. ¿Qué hicisteis con los esclavos?

—Son ciudadanos, señor. Legalmente todos somos iguales.

—¿Iguales? —Levantó las cejas con ironía—. ¿Os hacéis llamar compañeros?

—Señor, los negros son humanos.

—Debo advertirte —elevó el tono de voz y comenzó a sermonearme— de que cualquier reclamación de ese tipo es un delito de sedición penado con la cárcel. Puede que los negros tengan formas humanas, pero son una creación fracasada, son estúpidos, perezosos y anárquicos, son animales por ley y por derecho.

La mujer murmuró y él habló más despacio en su fuerte tono de voz para darle tiempo a que escribiera.

—Sea cual sea la historia que te inventes, el mundo era una creación especial, diseñado para albergar a la humanidad. El sol se mueve para alumbrar nuestro camino a través de él. Las plantas que hay en la tierra y los peces del mar están aquí para alimentarnos. Los animales, incluso vuestros negros favoritos, fueron hechos para servirnos.

Su voz volvió a adquirir un tono duro.

—Si los mares son algunas veces tormentosos, si las selvas son algunas veces mortales, si los negros se sublevan alguna vez contra nosotros, esas son pruebas para acreditar nuestra fuerza y hacernos más poderosos. Se dice que los negros celebran ceremonias secretas para adorar a su dios negro y a la furcia blanca que lo asesinó. Nosotros adoramos la naturaleza que nos creó. La herejía es una felonía. Adorar la herejía está penado con la muerte.

Como no tenía nada que decir que pudiera cambiar esas opiniones, me senté envuelto en un silencio incómodo hasta que se encogió de hombros y habló de repente.

—¿Este chico híbrido? ¿Qué relación os une?

—Es un amigo. Estaba perdido y solo en la selva. Puede que sus padres hubieran muerto. Cuido de él.

—¿Tienes licencia para quedarte con él?

—Si necesito una licencia, ¿cómo puedo conseguirla?

—Dudo que puedas. Esas licencias son limitadas, su posesión está controlada y se concede en raras ocasiones —frunció el ceño con seriedad—. Si dices que no conoces la ley, cualquier relación próxima te convertiría en sospechoso. Cualquier unión con animales está estrictamente prohibida. Las mujeres culpables se destruyen junto con su retoño. Y cuando son identificados, los hombres negros también.

La mujer morena tenía la pluma preparada. Esperó un momento, como si estuviera aguardando a que hablara, pero de repente, el estrecho despacho iluminado por la luz de gas era una celda y él mi carcelero. Al no tener ninguna posibilidad de alcanzar la libertad, ya no podía suspirar por la vuelta a casa al campus de la universidad iluminado por el sol.

—Esa es tu situación —me miró de forma penetrante—. Si quieres salvar la vida, quiero una confesión completa.

—Señor —intenté protestar—, no tengo nada que confesar. Levantó su mano llena de pecas para hacer que me callara.

—Voy a ser honesto contigo, Ty Stone. Con franqueza, te estamos pidiendo ayuda. —De repente, su tono se volvió cálido—. Nuestra propia situación también es complicada. La hostilidad negra no es nueva, pero las tribus libres lejanas están oyendo hablar de Chenji y enviando hombres a unirse a la guerra. Los colonos y los comerciantes ya han sufrido daños importantes.

»Es difícil luchar contra los rebeldes y sus aliados. Están utilizando tácticas para infundir miedo. Atacan por sorpresa donde no los esperamos y después vuelven a introducirse en la selva. Nuestro problema es la información. Ya tenemos bastantes mentiras y rumores, pero no tenemos hechos. Eso es lo que queremos de ti. Un informe honesto y completo sobre tu compañero negro y los forajidos que le rodean.

»A cambio de tu ayuda, la Comisión Suprema te ofrece una amnistía absoluta del cargo de traición. —Estaba siendo irónico y mordaz—. Nada es susceptible de ganar una bienvenida tan popular como el salvador de Periclaw, pero podemos ofrecerte guardaespaldas si los necesitas, o darte una nueva identidad. Podemos incluso salvar a ese cachorro mestizo si quieres.

Sentados allí bajo el parpadeo de una luz de gas colocada en el techo de esa pequeña habitación oscura, me sentí bloqueado, entumecido, atrapado, indefenso. Lo único que podía hacer era escuchar esa voz dura y tiránica.

—Olvida tus cuentos de otros mundos que se encuentran en el cielo y el mito del sagrado destino de Chenji. Queremos saber quiénes sois y cómo os involucrasteis con Chenji.

—Vinimos de la Tierra, un mundo que se mueve alrededor de una estrella demasiado lejana para verla desde aquí. Él y yo éramos profesores en una escuela.

—Eso no hará que te salves —espetó lo que yo entendí debía de ser un improperio y se calló para dejar que la mujer apuntase mis palabras con dificultad—. No somos tontos. No somos nativos. Tenemos agentes nativos en el campo y hombres competentes del servicio de inteligencia en la sede central. No somos niños, ni es fácil engañarnos.

—Dices que quieres la verdad. —Hablé por pura desesperación—. La verdad es lo único que tengo que decir.

Se encogió de hombros y esperó a que la mujer le hiciera una seña.

—Esta es tu oportunidad Ty Stone. —Puso especial énfasis al decir «Ty»—. Queremos enterarnos de lo que sabes sobre estos supuestos miembros de la hermandad. Su organización, su cúpula dirigente, sus armas, si tienen mejores armas que los machetes. Toda la verdad.

Esperó. La mujer me miró, tenía la pluma preparada. Pensando en la historia de Ram de los miembros de la hermandad y de su iniciación secreta negué con la cabeza.

—Si esto es todo lo que tienes que decir…

Su cara se tornó seria, dio una palmada. La mujer dobló el cuaderno de notas y llegaron los soldados para llevarme otra vez a la antesala. Kenleth estaba solo, acurrucado sobre el largo banco de piedra.

—¡Oh, Ty Will! —corrió para rodearme con los brazos—. Se llevaron a Ty Chenji, no le dijeron adónde. Tenía miedo de no volverte a ver.

Miró al guardia y de nuevo me miró a mí, intranquilo.

—¿Y ahora qué nos va a pasar a nosotros?

—No lo sé —fue todo lo que pude decir, pero le rodeé con mis brazos para ofrecerle cobijo.