21

—¿Quién soy? —la luz de su frente dejaba casi toda la cara de Ram ensombrecida, dándole un aspecto embrujado—. ¿Un semidiós destinado a liberar el continente? ¿O solo un extraño fenómeno genético?

Como no tenía una respuesta preparada, se encogió de hombros y su tono se tornó más serio.

—Nunca he estado seguro de quién soy o lo que se supone que debería ser. En mis primeros recuerdos, Mamita me está acunando en sus rodillas, cantando con suavidad sus historias de Anak y Sheko y la caída del Grand Dominion, utilizando un lenguaje que mi padre denominaba susurros locos. Me dijo que era el hijo de Anak, que estaba marcado con la corona y había nacido para gobernar el mundo del Cielo en el que ella había nacido.

»Ella creía que el colgante de esmeralda era un talismán mágico que la había servido de guía para salir de aquel mundo lejano, atravesar la puerta del Sáhara y continuar por África hasta reunirse con el exiliado portugués que se convirtió en mi abuelo. Mi padre se reía de mí, pero la magia fue fantástica mientras creía en ella. Ahora no sé qué pensar.

Levantó el colgante de la cadena dorada y se sentó.

—Lupe y Derek me han enseñado un poco de ciencia. Las luciérnagas y criaturas del fondo marino abisal poseen genes que les hacen brillar y que se pueden transformar en otros genomas. Podría ser el trabajo de algún profesor genetista de la época del Grand Dominion. Me gustaría saber para que servía. Negó con la cabeza y se tumbó en su litera.

—¿Magia? —pregunté a pesar de lo desconcertado que estaba—. ¿Con objeto de darte un destino especial?

—Es asombroso —murmuró—. Una maldición que no entiendo. No creo en la magia, y ojalá nunca hubiéramos salido de la Tierra. No quiero ningún destino especial.

Por un instante, la marca de nacimiento iluminó el cielo, pero se fue atenuando cuando se durmió. Yo me quedé despierto bastante rato, preguntándome con una mezcla de esperanza y temor adónde nos llevaría la corona de los mundos. Cuando por fin me dormí, tuve sueños desagradables en los que millones de robots multicelulares entraban por la puerta de Stonehenge para conquistar la Tierra. Me sentí agradecido cuando salió el sol y oí el ruido del motor.

Continuamos camino de Periclaw. A Kenleth le daba miedo la ciudad. A la mañana siguiente le encontré apoyado en el pasamanos, mirando fijamente la estela del barco. Se sobresaltó cuando hablé.

—Me has asustado. —Sus ojos eran negros y profundos. En su cara vi surcos de lágrimas oscuras—. Estaba pensando en mi madre. Después de lo que dijo Ty Chenji, me temo que nunca pueda volver a verla. Tengo miedo de que me maten porque mi padre era negro.

White Water se dio cuenta de cómo estaba e intentó animarle.

—No te preocupes, chaval. He conocido a negros, blancos y mezcla de ambos. Algunos son buenos y otros son corruptos. La sombra del color no importa. No puedo distinguir a las mujeres en la oscuridad y veo que la esclavitud es injusta y odio ver que las razas están en guerra.

Era joven y se animó. El viaje se convirtió en una aventura para él. Se hizo amigo del ingeniero mulato y aprendió cómo funcionaba el motor. White Water le dejó tocar el silbato cuando se acercó a una estación para repostar. El cocinero le enseñó a pescar por la borda y asó lo que cogió para todos.

Una curva tras otra, el río crecido nos iba llevando entre los oscuros muros de la jungla hacia lo que parecía estar más oscuro todavía. Encontramos lanchas cañoneras en el río, corriente arriba, y vimos un gran barco encallado en un banco de arena, desde cuya cubierta nos hacían señas los refugiados. Pasamos por delante de una lancha cañonera que estaba disparando más allá de una mansión en llamas a algún objetivo que estaba en la jungla a lo lejos. Por fin los bosques se abrían y aparecían llanos campos verdes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista.

—El delta —nos dijo White Water—. En su momento todo esto era una marisma salada y hoy en día son fértiles tierras de cultivo.

Cuando el canal nos llevó cerca de la orilla, vi que había esclavos trabajando. Hombres, mujeres, niños pequeños, todos ellos agachados sobre arrozales inundados para plantar arroz; se arrastraban con cestas para sacar patatas; trabajaban con las refulgentes hojas de las hoces para cortar la caña de azúcar. Inclinados al pie del cañón para tirar de vagones, carretas y arados.

Una vez, a lo lejos, vi cuerpos colgando como fruta negra en un árbol solitario.

Encontré a Ram apoyado en el pasamanos, mirando fijamente río arriba.

—Siempre ha estado corriendo —se dio la vuelta y me miró con tristeza moviendo la cabeza—. Fuera de control, como la historia. No podemos volver atrás… —Mis cejas debieron de arquearse—. Y luchar contra el poder de Norlan, Toron y la hermandad, intentar ir en dirección contraria a la historia.

—Estamos haciendo historia. —Me agarraba a un atisbo de esperanza—. Tienen una posibilidad.

—Puede. —Se encogió de hombros y se dio la vuelta con pesimismo para mirar el horizonte. Al instante volvió a hablar—: Mi Mamita nació aquí. Ella lo llamaba Infierno. Solía hablar sobre un río de color sangre y su madre colgada de un árbol, gritando. Buscó un pequeño espejo para enseñarme la marca de nacimiento y citó sus epopeyas sobre mi gran destino.

No tenía ni idea de cómo sacarle de su profunda tristeza, pero intenté no preocuparme. Camino de Periclaw, parecía más animado. Esa tarde estuvimos con White Water al timón, escuchando sus historias sobre el río. Señaló el horizonte verde y llano del fondo.

—Ahí está la ciudad.

Lo único que vi fue como una punta de lanza oscura que aparecía por el cielo.

—Esa es la torre de Sheko —dijo—. Un monumento antiguo demasiado sólido como para caerse. Está sobre una roca en mitad del río, en lo que ahora es el centro de la ciudad. Era una isla cerca de la costa antes de que el delta lo rodeara.

—He oído hablar de ello —asintió Ram—. Anak construyó una fortaleza para proteger el río. Sheko lo tiró abajo después de morir. ¿Quieres saber por qué lo sé? —Percibí una sonrisa nostálgica—. Mi Mamita me lo dijo. Toron dice que todavía se adora a Sheko. Los peregrinos de las tribus de piel clara de un lado a otro de la costa que todavía vienen a rendirle culto. Las tribus de sangre norlander.

En realidad, Periclaw son dos ciudades. White Water nos contó su historia cuando empezó a verse por el horizonte. Peri es la más antigua, fue construida en la cuña de tierra en la que el canal del río se desdobla camino al mar. Su historia arranca como baluarte de los piratas que atacaban el comercio fluvial. Los esclavos de Norlan se apoderaron de ella. Lo llamó ciudad híbrida, abierta a los negros, a los blancos o a los mulatos. Claw es la ciudad nueva al otro lado del canal, río arriba y que ocupa escalafón más alto socialmente hablando. La residencia está restringida a los blancos y a los esclavos inscritos legalmente.

Señaló un oscuro acantilado que bloqueaba la mitad del canal que había al fondo.

—Es La Montaña Sangrienta —dijo—. Es una fortaleza, una prisión, y la capital de la colonia.

El canal se estrechó a medida que nos acercábamos y nos llevó más cerca del muro de la fortaleza. Construido con inmensos ladrillos de piedra negra, se elevaba verticalmente desde el río. De las portillas que había por encima de nosotros salían las bocas de los cañones. Su sombra oscura me dejó helado, tuve la sensación de que infundían un poder implacable y cruel.

—Las armas dominan la desembocadura del río —dijo White Water—. El río domina el continente. Y Norlan el río.

Me sentí aliviado cuando pasamos por la curva, dejando atrás ese horrible muro. White Water señaló la orilla del río nada más pasarlo.

—El astillero y la sede de la policía. El capitán dice que tenemos que dejaros aquí. —Nos estrechó la mano y le dio a Kenleth un disco pequeño y blanco de metal grabado con inscripciones extrañas—. Lo encontré en las ruinas de la jungla que habían sido un templo de Anak, según me dijeron los habitantes del lugar. Se dice que era una moneda del Grand Dominion. Y un símbolo de buena fortuna, si crees en las leyendas.

Estaba intentando creer en muchas cosas: en el poder místico de la corona de los mundos que brillaba en la frente de Ram; en que auguraba un destino importante para él y quizá en la resurrección final de las maravillas perdidas del Grand Dominion. En un futuro fácil para Kenleth en un mundo en el que él no encajaba. En nuestro retorno final a la Tierra sanos y salvos.

Pero eso era difícil cuando miraba atrás y veía el muro negro y a White Water hablar de los esclavos que habían muerto amontonando esas enormes piedras. Mi escaso atisbo de esperanza se había transformado en un profundo desasosiego. Cuando el cocinero nos llamó para que tomáramos nuestra última comida en la lancha, no tenía hambre.

Más allá de la fortaleza vimos la Torre de Sheko. Un cono sin ventanas, realizado con algún tipo de piedra marrón, en su momento marcaba el centro de un largo puente que cruzaba el río. La mayor parte del puente se había caído debido a las inundaciones y los terremotos y el paso del tiempo, pero quedaban unas pocas piedras del muelle, y un magnífico arco.

Kenleth preguntó quién vivía allí.

—Nadie —dijo White Water mientras fruncía el ceño—, a nadie le gustaría. Incluso los peregrinos solo se quedan aquí para matar a sus cabras, desangrarlas y quemar sus ofrendas en honor del fantasma de Sheko.

Más allá de la fortaleza, el río se ensanchaba al llegar al puerto de Periclaw. Un buque de vapor de altura estaba cargando en los muelles mercantiles, al otro lado del canal. A lo lejos se percibía algo minúsculo, los esclavos iban saliendo de los almacenes formando interminables filas con pesadas bolsas, fardos y cajas sobre los hombros, subiendo penosamente por las pasarelas camino de la cubierta.

El capitán cogió el timón para dejarnos en los muelles militares situados bajo la fortaleza. Nos mantuvo a bordo hasta que llegó un subalterno con un pelotón de fusileros para hacerse cargo de nosotros. Eran negros y Ram preguntó a White Water si podían desertar y unirse a su grupo de rebeldes.

—No es posible —White Water contestó encogiéndose de hombros—. Son libertos. Están bien disciplinados y les pagan para que se olviden de quiénes son.

El subalterno era un joven pelirrojo delgado del continente septentrional, tenía la cara roja salpicada de pecas doradas por el sol del trópico. El nombre que llevaba en su insignia era Enec Hawn.

—¿Ty William Stone? —leyó nuestros nombres de una pizarra, atascándose en el fonema «W», que es raro en el dialecto de Norlan. Se había informado bien para recibirnos, se acercó para echarme una mirada penetrante e hizo que Ram se quitara la boina negra para poder estudiar bien su marca de nacimiento. En su voz fría no había ningún rastro de calidez.

—¿Ty Ram Chenji?

—Sí, señor —dijo Ram.

—¿Dónde naciste?

—En otro mundo —dijo Ram—. Lo llamamos Tierra. Pestañeó y garabateó en la pizarra.

—¿Para qué vinisteis aquí?

—Para nada especial —dijo Ram—. Nos hemos perdido vagando en este sistema de mundos interconectados, buscando una forma de volver a casa.

Me miró a mí.

—¿Dónde está la Tierra?

Tenía la boca seca. Tuve que tragar antes de poder hablar.

—En el cielo, muy lejos de aquí.

Volvió a entrecerrar los ojos mirando la señal de nacimiento y nos examinó a ambos. Ram, con su vestido multicolor y su gran machete podía pasar por otro nativo, pero examinó mi piel, mis gafas, mi reloj de pulsera, mis borceguíes gastados. Seguía mirando con cara de absoluta indecisión, se encogió de hombros y garabateó en la pizarra.

—Ty Hawn —la voz de Ram se elevó—. Hemos encontrado un nuevo objetivo desde que entramos por esa puerta de piedra del monte Anak. Me he reunido con los miembros de la hermandad, los líderes electos de las tribus rebeldes. Han visto esta marca de nacimiento. —Tocó la corona—. Creen que es una señal de que nací para dirigir una rebelión que liberase a los esclavos. Me han enviado a negociar una tregua.

—¿Y? —La cara de Hawn se tornó seria—. ¿Qué tipo de tregua?

—Justicia, Ty —Ram se estremeció por la expresión desdeñosa de Hawn—, derecho. Los hombres de Hotlan han sido explotados durante demasiado tiempo.

La cara de Hawn, bronceada por el sol enrojeció más todavía por el odio.

—Ve despacio. —Cogí a Ram por el brazo para apartarle a un lado—. No tenemos lanchas cañoneras. No puedes tirarte un farol si no tienes nada.

—¿Derecho? —Hawn estaba explotando—. ¿Justicia? Norlan no quiere tratar con bestias de la jungla.

Ram se enderezó con insolencia, volviéndose para mirarle. Quizá pensó que la marca de nacimiento podía servirle como si tuviera un as en la manga. Quizá el té de corath de la hermandad le había convertido en un imprudente. Estaba muerto de miedo, pero él parecía extrañamente sereno.

—Escúchame, por favor —habló en un tono conciliador—. Hablo en nombre de los miembros de la hermandad que piden a Norlan que la reconozca como república independiente. Solicitan lo siguiente: el final de la esclavitud, garantías de conseguir derechos de igualdad para sus ciudadanos, comercio libre en el río, exportaciones libres de impuestos a Norlan.

—¡El final de la esclavitud! —Hawn sacó un puño—. ¿Por qué clase de tonto me tomas?

—Escucha, Ty Hawn —le suplicó Ram—. No conoces la hermandad, pero creo que serán capaces de recuperar el río, a menos que…

—¡Ajá! —le interrumpió Hawn—. No se regatea con hombres monos. En los últimos cien años ha habido una docena de rebeliones de esclavos y las hemos sofocado y colgado a sus líderes.

Kenleth me cogió la mano y se acercó más a mí.

—Vosotros, los norlanders lleváis demasiado tiempo en el poder. —Ram se encogió de hombros y sonrió a Hawn—. Ty, he venido a traer un aviso y a ofrecerte algo. Los de la hermandad tienen recursos que no imaginas.

—¿Recursos? —Hawn olisqueó y cogió el arma que llevaba en la cadera—. ¿Qué recursos?

—Es mejor para ti que nunca tengas que saberlo.

—Entérate Chenji. —Hawn miró su placa—. El oficial que te recogió no tenía ninguna autoridad para ofrecerte ningún tipo de amnistía. No dispones de ningún certificado de registro legal. Tus ridículas reivindicaciones son alta traición.

—Soy consciente de los riesgos. —Ram asintió con seriedad—. Sabía que estábamos exponiendo nuestras vidas al venir aquí, pero confiábamos en advertir de la enorme tragedia cuyas consecuencias afectarán tanto a Norlan como a Hotlan.

—¡Vas a conseguir que te meta el gancho en las costillas! —gruñó Horn—. Ganchos para todos tus esclavos ilegales. Por si no lo sabías, la flota del mar del Norte ya ha partido del Glacier Gulf, y tiene bastantes efectivos policiales para poder recuperar el control del río y acabar con esta locura.

Percibí en sus ojos un atisbo de piedad cuando miró a Kenleth, que estaba colgado de mi mano, nervioso y con los ojos muy abiertos; pero cuando sus afilados ojos se encontraron con mi mirada, torció el gesto con el labio hinchado.

—Si dices que vienes de una estrella, Ty Stone, vas a desear no haber salido nunca de ella.