19

Esa noche, como el barco estaba anclado, no hacía ruido y todo estaba en silencio, a excepción del golpe sordo de las botas del vigilante sobre la cubierta y el aullido lejano de algún ser en la jungla que no llegamos a ver. La habitación estaba a oscuras. Cuando levantó la muñeca para ver el reloj, se iluminó con un destello de luz que salió de su marca de nacimiento de la frente.

—¿La corona de los mundos? —Tuve que sentarme en la litera, pestañeando sobrecogido—. ¿Se te había encendido alguna vez?

—Nunca.

Cuando levantó la cabeza para mirarme, la marca brillaba con más fuerza, pero no dijo nada más hasta que le pregunté.

—¿Dices que te han pasado cosas?

—Es una larga historia. —Se calló y cuando volvió a hablar su tono de voz era ya más bajo—. Cosas que no entiendo. Casi odio tener que decírtelo. No quiero convertirte en un desconocido.

—No hay peligro, dímelo.

—Lo intentaré —asintió con seriedad—. Si no dices que estoy loco.

Tumbado en su litera, empezó a hablar.

—He realizado la ceremonia de iniciación en la hermandad del corath. —La marca de nacimiento reflejó su débil y misterioso brillo en el techo de la cálida y silenciosa cabaña. Habló con parsimonia, como si estuviera reviviendo la historia que contaba—. Fue Toron quien me sacó del complejo de Hake. Por supuesto había visto la marca, pero creyó que era un tatuaje. Me tomó por otro ambicioso pretendiente al legado de Anak. Entonces no brillaba, pero pensó que podía utilizarme como testaferro de la revuelta. Desde entonces he vivido en la jungla algo parecido a una epopeya.

Por la ventana se coló un viento húmedo de la jungla, un fuerte aroma de extrañas flores y de algo que estaba descomponiéndose. Me sentí agradecido por la sensación de frescor en mi piel desnuda. Kenleth estaba tumbado en el suelo, roncando suavemente.

—Los blancos le tienen pavor a la jungla, pero para los hombres de Hotlan es una madre cariñosa. Los alimenta, les da cobijo, los esconde de los negreros. Derek y Lupe darían lo que fuera por tener la oportunidad de aprender la cultura y la historia de Hotlan. He intentado aprender lo que he podido.

»Hotlan es enorme, más grande que África. La mujer de Hake me enseñó un mapa. Se extiende por los trópicos. Las costas se han explorado bien y los canales navegables del río Sangriento también. La cadena montañosa de la costa occidental es más alta que la del Himalaya. Hay un segundo Sáhara en el norte y una franja muy amplia en el sur que en el mapa todavía está sin pintar.

»El río Sangriento riega la mitad del continente. La mayor parte de su jungla está todavía sin explorar por los blancos, pero es el hogar de los nativos. Cientos, puede que miles de tribus. Tú dirías que son salvajes. No hay escritura, ni nada impreso, no hay metales, excepto algunos trozos que ellos rescataron. No tienen gobierno, ni ciudades ni lengua común.

»Pero son los hijos de la civilización que abrió las puertas y los llevó allí. Queda por resolver el tipo de adivinanza que a Lupe le encantaba que es cómo se perdieron. Encontraría pistas por todas partes, empezando por la hermandad del corath. Adoran lo poco que recuerdan y sueñan con recuperar su gran pasado perdido.

»Eso es por lo que lucha Toron, su oportunidad de vencer a los norlanders y liberar a los esclavos. Los nativos son nómadas, se guían por las criaturas a las que dan caza y por las estaciones en las que maduran las plantas comestibles, pero Toron me llevó a un lugar en el que siempre están.

—Una experiencia rara…

Kenleth gritó en sueños. Ram se levantó para mirar. Con el resplandor de su marca de nacimiento, vi cómo el chico se retorcía y daba golpes al aire, hasta que por fin se relajó y se tumbó cogiéndose la cabeza con el brazo, esbozando una sutil sonrisa. Estaba empezando a cogerle cariño y a preocuparme por su futuro, alguien medio negro y medio blanco en este mundo de división racial tan marcada.

Afuera, se oyó un gemido interminable que acabó por dejar de oírse. A lo lejos se oyó a alguien que contestaba. Ram debió de notar que me aparté.

—Sobrenatural. —La marca iluminó su sonrisa—. Esto no es la Tierra, pero contribuye a apoyar la creencia de que toda su vida tuvo aquí su origen. Eso parece raro, pero Derek pensaba así. La mayor parte de los animales y las plantas que hemos visto son más o menos conocidos. Derek pensaba que las diferencias debían ser de grupos evolutivos probablemente de cientos de miles de años atrás. Aquí hay muchas cosas que son difíciles de reconocer. He visto cosas que espero que nunca lleguen a vivir en la Tierra. Una de ellas…

Frunció el ceño y negó con la cabeza, mirando fijamente la oscuridad que había al otro lado de la ventana abierta. A lo lejos, al otro lado del río, algo volvió a chillar una y otra vez. Su sonrisa se esfumó. Se frotó la marca brillante como si le doliera o le incomodase.

—Había salido con Toron a caminar hacia el lugar de mi iniciación. Un hombre que quería que me cayera bien. Le admiraba por su valor y su estoicismo respecto al dolor. Parecía estar dedicado a la liberación y al futuro de su pueblo, pero sabía que había sido un negrero. Era generoso y me era útil, pero sabía que me consideraba una mera herramienta que utilizaría para su propio beneficio.

»Fuimos en dirección norte desde el río Sangriento en una canoa con media docena de guerreros remando. Uno llevaba un rifle robado del ejército. Los demás tenían dos o tres revólveres o armas nativas. Durante varios días avanzamos remando o con ayuda de las pértigas por afluentes que iban estrechándose formando túneles, verdes y lúgubres, que al final llegaron a los pies de una escarpadura rocosa, en la que tuvimos que dejar el bote. Subimos hasta un sendero totalmente lleno de una maleza que era tan espesa que solo Toron podía atravesarla.

»En la Tierra tenía un excelente sentido de la orientación, algo parecido a una brújula en mi cabeza, pero en este planeta… —Volvió a fruncir el ceño y negó con la cabeza, el brillo de la marca de nacimiento se reflejaba por las paredes—. Aquí había desaparecido, me sentía perdido, perdido e indefenso.

»El sendero era difícil de seguir, pero Toron sabía por dónde iba. Se hizo difícil avanzar, la maleza, una maraña de enredaderas tan gruesas como sogas, era tan densa que teníamos que abrirnos camino a machetazos. Vadeamos ríos y atravesamos con gran esfuerzo zonas pantanosas. Había árboles y seres que conocía, pero una gran parte me eran desconocidos.

»Un día percibí un aroma…

Pareció estremecerse, la luz de la marca de nacimiento parpadeaba en la habitación.

—Me hizo sentir náuseas. Una dulzura fétida y pesada que olía como a carroña. Toron se tapó la nariz y señaló el camino.

»“Slubro-Slubroc” —dijo—, cuya traducción es “lombriz intestinal”, aunque era una planta. Decía que el ángel de la muerte de Sheko había respirado esa semilla. Y lo había sembrado para vigilar su tumba y la de Anak, que estaba delante de nosotros al final de la pista. Yo quería verlo.

»A Toron no le apetecía. Decía que había estado allí, como guía de un norlander llamado Carno Fen, que era amigo de los nativos. Hizo fortuna con una línea de transportes fluviales y una cadena de puestos comerciales en el río y se gastó casi todo en construir colegios y hospitales para nosotros. Quería entrar en la hermandad y los ancianos accedieron a honrarle con una iniciación.

»Toron le advirtió de los lugares peligrosos de la jungla, lugares que todavía están contaminados, supongo que por agentes letales que quedan de ese antiguo Armageddon. Era mayor que tú, dijo Toron, pero todavía era bastante fuerte. Cuando oyó hablar del Slubro-Slubroc, quiso conseguir una foto de la expedición para su diario.

»Un loco, según Toron. Tenía una máscara antigás que le permitió aguantar el olor. Sobornó a Toron para que siguiese con él. La jungla se estrechó. Avanzaron atravesando un grupo de plantas enanas y retorcidas hasta un claro en el que el terreno rocoso estaba lleno de huesos de los seres que allí habían vivido.

»Toron se mantuvo apartado del Slubro-Slubroc, pero Fen hizo fotos y Toron volvió con su cámara. Dijo que era algo horrible. Sus hojas eran enormes y negras, tan gruesas como un colchón, tenía espinas amarillas largas y se extendía varios metros sobre el terreno rocoso. Una única y enorme flor, morada y con forma de trompeta, coronaba un tallo central.

»La máscara de Fen no le salvó. Toron vio como se tambaleaba e intentaba decirle que volviera, pero se acercó para hacer otra foto. Toron escuchó algo que hacía pum. Algo salió de la flor y cayó cerca de Fen. Toron dijo que era una semilla. Tiene la foto de Fen. Es negra y morada del tamaño de una ciruela.

»Toron estaba mareado por la peste. Fen estaba emborrachado por el hedor, o dominado en cierta medida. Toron dice que la levantó, la olió, la mordió para probarla, se la tragó entera, y volvió tambaleándose hacia Toron. Enseguida pareció volver a ser el mismo. Toron volvió a encontrar el camino y continuaron.

»Al día siguiente se quejaba de dolor abdominal y ese dolor aumentó. Perdió fuerza hasta que tuvieron que transportarle en camilla. El dolor era tan fuerte que pidió a Toron que lo matara. La última noche salió arrastrándose de la tienda para aliviarse y no volvió. Toron le buscó al amanecer y al final encontró lo que quedaba de él.

Ram se calló y me miró con una expresión que nunca había visto. Me pareció que la marca de nacimiento se había ensombrecido. Al otro lado del río oí un gemido interminable que podría haber sido el fantasma de Fen. Una bocanada de aire que entró por la ventana pareció transportar el aliento de la muerte.

—No sé —murmuró al final—. Derek estaba convencido de que todos los seres vivos de aquí provienen de la Tierra. Sé que hay saltos en la evolución que son provocados por pequeños intervalos de genes y que cambiaron al sobrevivir, pero Toron me enseñó las fotos de la cámara de Fen. Es difícil de creer que exista una cosa así.

»El Slubro-Slubroc

Volvió a callarse, y negó con la cabeza.

—Lo único que Toron encontró fue la piel de Fen. Las fotos lo muestran en un charco de excrementos sangrientos. La carne había desaparecido, los huesos y el cráneo también. Toron dice que se quedó allí mucho tiempo mirándolo, hasta que pensó en quedarse con una prueba y fue a por la cámara. En cuanto se movió, escuchó un sonido extraño.

»Una risa socarrona estridente, algo que nunca antes había oído, pero que en cierta medida era humano. Provenía de aquel raquítico ser que estaba en el claro. Miró y vio la serpiente. Dice que era algo monstruosa, las lustrosas espirales negras estaban medio escondidas en la maleza, y la cabeza elevada, era tan alta como un hombre.

»La cabeza tenía la forma del cráneo de Fen.

Ram negó con la cabeza mientras me miraba y el brillo de su marca de nacimiento se apagó

—Toron me enseñó la película e intentó describir la cabeza. Dice que se le quedó mirando fijamente uno o dos minutos. Sus ojos eran enormes. No pestañeaban. Fen llevaba unas gafas gastadas y Toron jura que aquellos ojos tenían la forma de aquellas gafas. Estaba intentando no mover la mano para hacer otra foto cuando volvió a reírse socarronamente y se escapó deslizándose.