18

A la mañana siguiente teníamos que repostar. White Water siguió las boyas que marcaban el canal hasta un muelle construido con troncos sin limpiar. La bandera de Norlan ondeaba en un mástil sobre un rudimentario refugio de madera. Había montones de troncos preparados para leña, pero el lugar parecía abandonado. Los hombres amarraron junto al muelle y empezaron a lanzar trozos de madera a bordo. Antes de que acabaran, oí que alguien saludaba y vi venir una gran piragua por una curva que había un poco más arriba de donde estábamos nosotros. Los remeros la acercaron. Reconocí a Toron en la proa, que iba impulsándola con la pértiga para acercarla. Ram estaba de pie detrás de él, agitando una hoja de palma.

—¿Will? —gritó—. Nos enteramos de que ibas de camino.

Queremos hablar.

El capitán llamó a sus hombres para que se acercaran al cañón. Encontró un megáfono y gritó una orden a la piragua para que se mantuvieran alejados. Toron clavó su pértiga en el barro para no moverse. Estaba casi desnudo, con el torso pintado con las rayas de tigre. Ram tenía el mismo aspecto extraño, con una boina negra metida hasta las orejas y una larga túnica teñida de color morado, verde y negro. Pero llevaba la misma mochila de nailon estropeada. Volvió a mover la hoja de palma.

—Toron está hablando en nombre de los rebeldes —gritó—. Quieren ofrecer una tregua.

—¡Escoria negra! —gruñó el capitán—. ¿Qué tipo de tregua esperan?

Ram hizo una seña a Toron de que acercara la piragua. El capitán levantó el megáfono:

—Manteneos alejados o si no, os haremos saltar del agua.

—Le conozco —le dije al capitán—, es amigo mío. Vinimos juntos hasta aquí desde nuestro mundo y los rebeldes le capturaron. Escúchale por favor.

El capitán negó con la cabeza mirándome con el ceño fruncido y con escepticismo.

—Dile que conozco a los rebeldes —gritó Ram—. Toron habla en su nombre. Queremos hablar con la Comisión Suprema, si él nos garantiza que podemos ir a Periclaw sanos y salvos.

—¡Sí, ya! —El capitán se sorbió la nariz—. Yo no tengo autoridad para ofrecer una travesía segura a nadie.

—Puede que sea así —dijo White Water—. Pero escuchemos lo que dice.

—¿Negociar con esos simios negros? La Comisión Suprema se reiría.

—Puede que no —insistió White Water—. Estos hombres están arriesgando sus vidas para hablar. El servicio de inteligencia debería estar interesado en lo que tienen que decir.

El capitán frunció el ceño y los dejó atracar en el muelle. White Water ordenó que bajaran la pasarela. El ingeniero bajó para registrar y encontrar las armas que tenían Ram y Toron. Ram dejó su machete. Toron se negó a deshacerse de su antigua hoja. Le dejaron en la cubierta, pero a Ram le dejaron subir a bordo.

Me abrazó.

—¡Un largo recorrido hasta Portales! Han pasado muchas cosas desde que te vi.

Le ofreció la mano al capitán.

—Es muy amable por su parte. Si pudiera llevarnos a Periclaw…

El capitán ignoró su gesto de estrecharle la mano y ordenó a White Water que lo cacheara y registrara la mochila por si llevaba armas. Se volvió para mirarme a mí.

—¿Dices que conoces a este hombre?

—Llegamos juntos —dije— a través de esas columnas del monte Anak. Ya debes de haber escuchado nuestra historia.

El capitán gruñó y se volvió hacia Ram.

—¿Qué tenéis que tratar con la Comisión Suprema?

—La paz —dijo Ram—. Una oferta de paz.

El capitán se enfadó.

—Tendremos paz cuando estos monos de la jungla entren en razón.

Sin embargo, habló con White Water y nos dejó entrar en su cabaña. Nos sentamos en torno a una mesa pequeña; el ingeniero estaba preparado con su arma detrás de nosotros. Mientras estábamos sentados en silencio, el capitán nos fulminó con la mirada.

—Créame señor. —Ram le suplicó—. Conozco a los rebeldes. Están luchando por recuperar el río y echaros a vosotros, blancos, del continente, lo cual no es nada bueno para ellos y un desastre para Norlan. Queremos ofrecerles algo mejor.

El capitán se sorbió la nariz.

—¿El qué? —preguntó White Water.

—Si se molesta en escucharlo, señor. —El capitán seguía con su expresión fría, y Ram se volvió hacia White Water—. Toron es un enviado de los miembros de la hermandad del corath. No se trata de un gobierno en sentido estricto, sino de la organización que auspicia la rebelión. —Cabeceó hacia el capitán—. Es un ejército que Periclaw debería respetar. Ellos tienen las lanchas cañoneras, pero los miembros de la hermandad tienen la jungla.

—¡Menudo farol! —murmuró el capitán—. ¿Y qué quieren?

—Respeto, señor. El reconocimiento de la hermandad como nación soberana. La liberación de sus ciudadanos esclavos. Un sueldo justo por su trabajo. Libre comercio en el río. Exportaciones libres de impuestos a Norlan.

—¿Eso es todo lo que quieren? —El capitán frunció el ceño—. Lo que van a conseguir es que el gancho les atraviese las costillas.

—Escuche, señor. El acuerdo que quieren conseguir será bueno para ellos, pero también para Periclaw. Os ofrecen la paz. La seguridad para vuestra colonia del delta y el tráfico del río. La exportación libre de impuestos de toda la comida y el combustible que necesitéis en Norlan. ¿No es eso suficiente? El capitán gruñó con desdén.

—Piense en la alternativa —le instó Ram—. Me he reunido con los historiadores nativos.

—¿Los historiadores nativos? ¿Animales negros que no saben leer ni escribir?

—Están aprendiendo —dijo Ram—. Aquí sobre el terreno. Estudian lo que encuentran en las ruinas del imperio perdido.

He traído un artefacto que creo que nos ayudará a persuadir a la comisión suprema. ¿Le gustaría verlo, señor?

—¡Basura de la jungla! —bufó el capitán—. Se lo venden a los turistas.

—Déles una oportunidad —le instó White Water—. Puede que se demuestre su inteligencia.

El capitán se encogió de hombros y dejó que Ram abriese su mochila. Sacó una cajita pequeña y estrecha como la que Derek encontró en la habitación cuando durmió en el planeta de los robots. El capitán lo apartó como si fuera una víbora.

—No muerde. —Ram se volvió hacia White Water—. Me dicen que salió de una cámara cerrada que estaba bajo un templo en ruinas de Sheko. Los nativos están aterrorizados por una leyenda que decía que en el lugar se había sembrado la muerte.

Un explorador blanco lo sacó y sus porteadores lo robaron. Tres de ellos murieron de una espantosa podredumbre.

El capitán pestañeó, inquieto, con la mano cerca de su arma.

—He escuchado la historia. —White Water levantó el objeto, frunció el ceño mirándolo, y se lo devolvió a Ram—. ¿Qué es eso?

—Echa un vistazo.

Ram levantó la tapa. Un arco iris de colores iluminó una serie de símbolos. Desde dentro salía sonido, notas profundas que vibraban con un sonido rítmico que fueron subiendo de tono hasta convertirse en un gemido melancólico y lentamente fue cediendo. Los símbolos se apagaron poco a poco. Aparecieron las estrellas y el polvo dorado de la Vía Láctea. La pantalla se llenó de constelaciones brillantes. Una estrella aumentó de tamaño. Un planeta que orbitaba alrededor de él se hizo más grande para que pudiéramos ver los mares y los continentes.

—¡África! —Ram me susurró—. Han estado allí.

Vi su forma, después una llanura verde rodeada de conos volcánicos. Se ensanchó. Vi animales: ñúes, antílopes, cebras, elefantes. Levantaron la cabeza, se quedaron inmóviles, salieron corriendo de una nave espacial presas del pánico y bajaron sobre un colchón de fuego. El cohete se disolvió formando un gran trilito negro. De él salían máquinas extrañas y después una fila de hombres y mujeres de piel oscura.

—Esos somos nosotros —dijo Ram— hace unos doscientos mil años, que llegábamos desde donde nacimos.

Desaparecieron, y vi una única figura humana aislada en la cumbre de una montaña. Un hombre negro de edad avanzada, con cicatrices y encorvado estaba apoyado en un bastón. Hablaba con voz alta y extraña, haciendo vibrar las sílabas como nunca antes le había oído hacer a nadie. Esa música asombrosa volvió a sonar y su voz dio paso a una página de símbolos que habíamos visto en los monumentos de otros mundos.

Ram tocó una llave. La pantalla se puso negra. Cerró la caja.

—¿Qué es eso? —farfulló el capitán.

—Un libro —dijo Ram, y habló conmigo—. Puede que un ordenador si los antiguos tenían ordenadores. Parece que funciona como un libro electrónico. Los miembros de la hermandad han recuperado varios. No lo pueden leer, pero las imágenes les valen para mostrar algo sobre el Grand Dominion. Ese es el nombre que le dan al imperio perdido.

Se volvió hacia el capitán.

—Si usted nos garantizara el paso sanos y salvos, podríamos enseñar esto en Periclaw. Creo que ayudará a persuadir a la Comisión Suprema para que hable.

—No hablan con gente como usted.

—Señor, deberían. El Grand Dominion está muerto porque algo lo mató. No sé lo que fue. Ni tampoco lo saben los ancianos, pero tienen eruditos trabajando para recuperar los conocimientos que se han perdido.

—¿Eruditos de Hot? No saben leer ni escribir.

—Pero están aprendiendo lo que necesitan saber. —Ram empujó el libro al otro lado de la mesa—. Periclaw debería escucharlos. Si usted nos diera un salvoconducto…

—¿A ese cabrón negro? Antes lo colgaría.

—Si piensa así —dijo Ram—, yo me iré por mi cuenta.

—Si eres así de tonto… —El capitán se encogió de hombros y entrecerró los ojos mirando la caja—. Saca de mi cabaña esa máquina infernal.

Ram bajó para reunirse con Toron y sus hombres antes de que se subieran a su piragua, la introdujeran en el agua y se fueran. Ram se quedó mirando hasta que desapareció por la curva.

—Para pagar lo que me corresponde. —Se quitó la ropa para sudar con la tripulación cargando el resto de la leña. Cuando terminó, continuamos bajando por el río Sangriento de color de barro. Compartió la cabaña con Kenleth y conmigo. Quería saber dónde había estado, pero tardó en hablar.

—Más tarde, aprendí mucho desde que nos separamos. Más sobre el idioma y sobre cosas que no creerías. —Se quedó durante un rato mirando la jungla que había detrás de nosotros—. Me han pasado demasiadas cosas. Necesito que Lupe me ayude a decidir lo que soy.

Durmió casi toda la tarde y se despertó con cara de angustia.

—¡Qué sueño he tenido! —Hizo una mueca y me miró pestañeando—. Al principio creí que estábamos en casa, en una de nuestras noches de póquer. Lupe estaba a punto de servir su ensalada de guacamole, pero ella era Mamita que estaba leyendo lo que estaba escrito en el artefacto. Era un mensaje de Derek y Lupe. Estaban perdidos en un mundo más extraño que este, escondidos de los saltamontes. Y entonces…

Encogió los hombros con inquietud.

—Esto es excesivo, lo que me está pasando es demasiado. —Se sentó frotándose los ojos como si estuviera medio dormido—. Aprendí de Derek y Lupe lo que sé sobre la ciencia. Eso es lo que hace más sencilla la vida. Son respuestas sencillas para todo. Pero mi vida nunca fue así de sencilla.

Anclamos la embarcación antes de la puesta de sol en la parte más profunda de un banco de arena, donde estábamos apartados de la corriente. El ingeniero echó un gancho por el pasamanos y sacó un pez plateado impresionante que asamos para cenar. El bombero encontró papayas maduras en un campo en la orilla.

Recuerdo esa comida como un momento inesperado de placer. El pescado y la fruta estaban exquisitos. El capitán estaba sentado mirando a Ram con gesto de sospecha, pero White Water abrió una botella de vino muy bueno para hacer de buen anfitrión. Ram se rio cuando contaba historias de la vida en el río, como si hubiera olvidado todos sus problemas.

Antes de volver a la cabaña, ya había caído la noche. Mientras buscaba a tientas una cerilla para encenderla, Ram cerró la puerta y se quitó la gorra. La luz inundó la habitación. Cuando me miró, vi que provenía de su marca de nacimiento, que brillaba incandescente.