16

El silencio me impactó primero a mí. Habíamos apagado la vela cuando nos fuimos a la cama, el embarcadero de Hake no tenía luces eléctricas. Pronuncié el nombre de Ram y no obtuve ninguna respuesta. Dejé de respirar para escuchar y no oí nada en absoluto. Avancé a tientas en la oscuridad para sentirle y encontré que la cama vacía estaba ya fría.

Sin tener ni idea de lo que había pasado ni de qué hacer, volví tambaleándome a mi propia cama y me quedé ahí sumido en otra pesadilla. Ram había sido un buen compañero y el mejor amigo que nunca había tenido. Sin él me sentía indefenso y paralizado por el miedo de lo que nos pudiera pasar a ambos, sabía que no podía esperar ayuda de Hake ni del agente. Solo podía quedarme allí, en la oscuridad, confiando en que volvería sano y salvo.

Por fin llegó la luz del día. La criada negra apareció con una jarra de agua caliente y una bandeja de fruta madura. Parecía sorprendida por la ausencia de Ram, así que salió fuera a contarlo. Lela Lu volvió con dos oficiales mulatos que me hostigaron con preguntas que casi no entendía. Mantuvieron un tono de respeto que no escondía una apreciable hostilidad.

La habitación tenía una única ventana que daba al exterior con una contraventana, aunque sin cristal. Habíamos dejado la contraventana abierta para que se ventilase. Examinaron la ventana y no encontraron sangre en las astillas. Yo pensaba que Ram debía de haber sido amordazado o sacado por la ventana, pero estaba demasiado inseguro para contarles lo de nuestro encuentro con Toron en la jungla.

Lela Lu me llamó para desayunar después de que se fueran. No tenía apetito.

—Come —me dijo—, vas a necesitar fuerzas.

—Siento lo de tu amigo. —Kenleth me miró nervioso cuando fue a la mesa familiar—. Siento miedo por ti.

Comí una tostada y unos bocados de papaya madura, y bebí una taza de té endulzado con un pastelillo de azúcar moreno duro. Hake llegó tarde a comer, más o menos con el mismo apetito que yo.

—Es algo malo. —Dio un golpe con la taza en la mesa y esperó a que Lela Lu se la llenara otra vez—. No me importa quién era Ty Chenji ni de dónde vienes. Ty Toron y sus hombres han enardecido a los esclavos con sus cuentos sobre él. Creen que los dos vinisteis a través de la puerta para liberarlos.

Me echó una mirada inquisidora.

—¿Sabes adónde ha ido Chenji?

—Mish. —Es lo único que pude decir.

Lela Lu nos ofrecía un plato de plátanos macho fritos.

—Me da miedo que se produzca una rebelión. —Impaciente, le hizo una seña para que se retirara—. Anoche dejé dos hombres de guardia, confiaba en ellos. Esta mañana habían desaparecido. ¿Viste el gancho del árbol en la agencia? Anoche alguien cortó la cuerda y se la llevó. Es un gesto que no me gusta nada.

Ni a mí tampoco me gustaba.

Estaba paseando por el suelo de mi habitación como un prisionero cuando Lela Lu llegó a la puerta para decirme que el agente quería verme. Su oficina en el fuerte era casi un museo de arte nativo.

El suelo estaba cubierto de alfombras tejidas con colores vivos, en las paredes había grabados de madera grotescos, su mesa estaba atestaba de extrañas figuritas de cerámica que debían de proceder de tumbas saqueadas.

Los guardias negros me dejaron entrar. Sentado en la mesa, entrecerró los ojos con suspicacia mirándome a través de sus gafas de montura negra y habló con su mujer. Ella se sentó a su lado, y dio de mamar a su hijo mestizo a pecho descubierto. El idioma que habíamos estado aprendiendo era una lengua franca creada por los comerciantes de Norlan. Debían de hablar en su propio idioma tribal. No entendía nada de lo que decían.

—¡Ty! —Puso especial énfasis en la parte honorífica, quizá haciendo burla—. Todos hemos oído hablar de vuestra poco creíble historia. ¿Tienes algo que decirme sobre la desaparición de Chenji?

—Nada —dije—. Ty Chenji no quiere causar problemas a nadie. Es cierto que venimos de otro mundo. Salimos de él a través de una antigua puerta de piedra que encontramos en un desierto. Desde entonces hemos estado vagando para encontrar una forma de volver a casa. Eso es lo único que queremos.

—Quizá. —Me miró fijamente entrecerrando los ojos—. ¿Cómo es que Chenji tenía esa marca en la cara?

—Nació con ella. Él no dice que es el heredero de ningún dios. No tiene ninguna intención de causar problemas.

—Voluntaria o involuntariamente lo ha conseguido. —Bajó el tono de voz para hablar con la mujer, y al final volvió a hablar conmigo—. Ty, sea lo que sea, su ausencia te coloca a ti en una situación extraña. Si él se ve involucrado en problemas con algún esclavo…

Habló la mujer, elevó bastante el tono de voz. El niño estaba intentando ponerse a mamar en el otro pecho. El agente les sonrió y se volvió para mirarme a mí, frunciendo el ceño.

—No sé quién eres, Ty Stone, pero si tienes alguna razón para pedirme ayuda, es mejor que hables ahora.

Se colocó al niño y esperaron a que hablara.

—Claro que necesito ayuda —dije—. Igual que Ram Chenji. Le sacaron de la habitación anoche. Hay pruebas de que hubo pelea. Eso es todo lo que sé. Tengo miedo por él.

—Debes tenerlo. —El agente se sentó un momento con los ojos llenos de preocupación fijos en el niño. Con mucha seriedad, se dio la vuelta hacia mí de nuevo—. Deberías entender que tu relación con él podría hacer que te acusasen de traición.

Indefenso, no podía hacer otra cosa más que tragar sintiendo un nudo frío en el estómago e intenté darle las gracias por el aviso.

—¿Estás seguro de que no tienes nada más que decirme? Negué con la cabeza.

—Has tenido tu oportunidad. —Se puso serio—. Quizá la última. La policía de Hotlan que estaba de servicio anoche saqueó el arsenal y desertó en bloque. Cogieron armas de mano, mosquetones, munición, granadas. No sé qué pensar. —Hizo una mueca—. Excepto que tu amigo Chenji, sea quien sea, causará más problemas.

La mujer habló y él asintió.

—Ty Stone, te quedarás aquí en el embarcadero bajo arresto domiciliario. No saldrás de la empalizada sin mi permiso.

Eso no suponía ningún problema para mí porque no tenía adónde ir.

Siempre había sido más espectador que actor. Quiero creer que mi carácter se debe a un accidente que casi no recuerdo. Mi madre estaba preparándome una fiesta sorpresa en la casa de un vecino en mi tercer cumpleaños. Mi padre me llevaba hacia allí cuando otro coche se saltó una señal de stop y se estrelló con nosotros.

Mi padre murió. Yo estuve varias semanas en el hospital y tuve que aprender a andar otra vez. Todavía tengo una rodilla algo afectada y envidio a hombres de acción como Derek y Ram. Disfrutaba de nuestras noches de póquer de apuestas bajas y aventuras seguras, pero algunas veces tenía que preguntarme cómo había sido capaz de armarme de valor para ir con ellos a África.

Ahora no sabía qué podía hacer aparte de esperar alguna decisión de la Comisión Suprema que estaba río abajo en Periclaw y esperar buenas noticias de Ram.

De vuelta al complejo, la mujer del comerciante me invitó a té con galletas en la biblioteca, en la que conservaba lo que podía de su vida en la civilización: unos cuantos libros, cuadros enmarcados de su familia y del hogar que había perdido, una gran arpa que había intentado enseñar a tocar a Kenleth.

Llevaba una bufanda que cubría su pelo despeinado y su cara dejaba traslucir la tensión.

—¡El agente y su mujer! —Sacudió la cabeza—. ¿Cómo ha sido?

Le conté lo del arresto domiciliario.

—Ty Hake está preocupado por ti. —Frunció el ceño—. Pero quiero que sepas que eres bienvenido mientras quieras quedarte aquí.

Intenté agradecérselo, y le pregunté qué esperaba.

—No lo sé. —Se sentó con Kenleth a su lado, su brazo le rodeaba como para protegerlo de la crisis—. Son momentos malos. Nuestra subsistencia aquí depende del comercio con los negros. Intentamos seguir adelante. Puede que a algunos les gustemos, pero a la mayoría no.

Una ventana amplia sin cristal estaba abierta a los fuertes aromas de la jungla. Algún animal salvaje gritó en la gran cubierta verde que estaba junto a la empalizada. Creo que ella se asustó.

—Añoro Periclaw. —Distraída, estaba acariciando el pelo de Kenleth—. La vida parecía buena. Pero aquí… —sus delgados hombros se encorvaron— vivimos al borde de un mar de Hotman que puede subir de nivel y ahogarnos.

Le pregunté por lo que sabía sobre el culto del corath.

—No mucho. —Se encogió de hombros—. La hermandad es una sociedad secreta de los negros. Mi padre pensaba que podía remontarse al antiguo imperio. Se dice que utilizan el corath para provocar alucinaciones místicas. Creen que la jungla les pertenece a ellos y les disgusta nuestra presencia.

A lo lejos, algo volvió a gritar, y ella escuchó en silencio.

—Solía ir a la clase de mi padre que hablaba sobre la conquista de Hotlan. —Su tono se volvió irónico—. Un nombre poco apropiado. No hubo conquista ni nada que conquistar. Los negros viven en unas mil tribus aisladas, incomunicadas entre sí. No hay vehículos, ni caminos adecuados para ellos. No hay animales domésticos.

»Las tribus son independientes y a menudo están en guerra, pero mi padre pensaba que la hermandad era un tipo de gobierno fantasma, que intenta unirlos con los ritos secretos de Anak y luchar con los norlanders con un ejército secreto. Puede que sea verdad.

»Los árboles de corath son sagrados para los negros, plantados por el propio Anak, la semilla solo se utilizaba en sus ritos ceremoniales. Se considera un sacrilegio que los blancos abusen de él, pero mi padre creía que la hermandad lo había convertido en un arma, que lo vendían para sobornarnos y destrozarnos.

»No lo sé. —Suspiró y cogió con más fuerza a Kenleth—. Es un mal momento, pasarán cosas malas. Mi marido dice que el río está creciendo y el dique está haciendo aguas. Su trabajo está en peligro. Puede que nuestras vidas también.

Intenté hablar con el comerciante cuando le vi a mediodía. Se rio de la aprensión de su mujer.

—Está muerta de miedo por ella misma y por el niño —me dijo—, pero yo he sobrevivido a tiempos peores. Le dije que no se preocupase. El agente espera unos cuantos militares más en el siguiente paquebote. Los suficientes para mantener el fuerte. Y aquí no tenemos nada por lo que merezca la pena luchar. Si hay problemas, será río abajo.

Pero sus miedos no eran fáciles de olvidar. Dado que mis movimientos quedaban restringidos al interior de la empalizada, me daba paseos, inquieto, por el sendero que había entre el claro y el muro de la jungla, confiando, a pesar de lo que me dictaba el sentido común, en que Ram aparecería tan rápido como lo había hecho Toron. Pero no ocurrió.

Al amanecer, estalló la tormenta. Me despertó el ruido de algo que parecía un trueno. Junto a las estacas había estallado algo parecido a una bomba. Oí a los hombres gritar. Cuando miré por la ventana, el humo me picaba en los ojos. En el tejado de hojas de palma del molino de corath chisporroteaban las llamas amarillas. Entraron a la empalizada un enjambre de guerreros que empuñaban largos machetes.