12

—¡Diablos de metal! —Ram frunció el ceño mientras miraba el escenario vacío que había entre las columnas—. ¿Era verdad?

—Parecía bastante real. —Una sombra pasó por encima de nosotros. El eclipse diario había comenzado. Derek, frunciendo el ceño, se encorvó para aguantar una ráfaga de viento frío—. Podría formar parte del boletín de noticias. Nos hemos encontrado con los robots y los saltamontes que todavía vigilan los trilitos. Quizá estén programados para informar de incidentes como la captura de Lupe, incluso aunque no quede nadie que nos oiga.

—¿Lupe? —Ram se estremeció—. Tenemos que encontrarla.

—Tenemos muchas probabilidades. —Derek se encogió de hombros con tristeza mientras miraba el escenario vacío en el que la habíamos visto—. Si no tuviéramos que buscar en siete mundos.

Ya se había cubierto una parte enorme del sol. Estuvimos allí sentados esperando mientras se cubría más. La oscuridad no fue completa en ningún momento. El sol fue disminuyendo hasta convertirse en un anillo de fuego y después volvió a recuperar su tamaño.

—Es anular —dijo Derek—. El planeta gemelo es un poco más pequeño que este. Es demasiado pequeño para tapar todo el disco por completo.

La sombra nos dejó helados y preocupados al no poder hacer nada por Lupe.

Pasamos la tarde vagando por la ciudad en busca de esperanza, de encontrar una dirección en la que ir, o incluso comida y agua. Las cantimploras estaban vacías otra vez, nuestras fiestas en la cabina espacial eran meros recuerdos. Nos montamos en varias carreteras móviles, recorrimos veredas y caminos, encontramos carreteras que salían de la ciudad, que subían y bajaban por la costa e iban hacia las montañas cubiertas de nieve hacia el oeste. Ninguna iba hacia nosotros.

—¿Por qué? —Ram frunció el ceño al ver una señal con un jeroglífico—. ¿Por qué se estaban yendo todos de la ciudad?

—Hay escenarios —dijo Derek encogiéndose de hombros— en los que al parecer está actuando algún tipo de agente y toda la población ha huido despavorida.

—¿Tenemos alguna posibilidad de llegar al sistema de control donde quiera que esté? —Distraídamente, Ram entrecerró los ojos al mirar la gran luna llena que estaba saliendo por el Este—. ¿Podemos cambiar de sentido las carreteras? ¿Bajar otra vez la cabina espacial? ¿Volver a la terminal del Sáhara?

—Es poco probable. —Derek negó con la cabeza—. Supongo que hemos tenido problemas con los robots y los saltamontes. De cualquier forma, no podemos abandonar a Lupe.

Ram dio un resoplido de desesperación y continuamos andando.

Yo también añoraba mi casa. Habíamos pensado volver de África antes del semestre de primavera. No podía evitar pensar en mi casa vacía, las facturas del mobiliario y los impuestos no pagados, las clases que me había perdido y los seminarios de posgrado, en todos los amigos que debían de estar realmente preocupados por nosotros. Ram era más estoico.

—No sirve de nada preocuparse —murmuró cuando hablé de la Tierra—. Eso no nos va a hacer volver.

Llegamos a lo que había sido un barrio residencial. Había hogares modestos en callejones inmóviles que estaban apartados de la carretera que se movía. Atravesamos parques y cercados con vallas blancas en las que vi caballos pastando. Las calles estaban limpias, los arbustos y el césped estaban perfectamente podados, las casas recién pintadas, todas vacías.

—A juzgar por las pruebas que tenemos delante, eran una civilización feliz. —Derek se detuvo para hacer fotos—. Parece que vivían bien. A Lupe le habría encantado escribir sobre su cultura.

Vimos robots trabajando, podando el césped, atendiendo los parterres y barriendo las calles. Tres estaban con una gran máquina cavando una zanja en la carretera, quizá para arreglar un cable espacial o un desagüe. A su lado había otro. Era un montón de piezas brillantes, que al acercarnos se levantó y se transformó en un duplicado metálico de Ram, que cuando él levantó su lanza, le imitó levantando también una lanza dorada. Sus ojos de cristal resplandecían de color rojo y su voz sonó como una campana de aviso.

—¡Hola! —Derek hizo una foto—. ¿Puedes ayudarnos? El robot ladró como un perro enfadado y empuñó la lanza para apartarnos de los trabajadores.

Mientras seguíamos por las carreteras, bajando por la costa, vimos lo que aparentemente eran prósperas granjas, con establos y silos redondos y altos, campos verdes y pastos en los que apacentaba el ganado. Vi un robot en un tractor, y a otro que conducía algo parecido a un camión. Pero no había signos de vida humana. Ram se quedó en un silencio imperturbable, pero Derek nos condujo hacia delante con entusiasmo.

—¡Una extraordinaria aventura! —su voz transmitía su entusiasmo—. ¡Extraordinaria! Nadie antes que nosotros ha tenido la oportunidad de aprender tanto.

Deseaba tener documentos que nosotros fuéramos capaces de entender. Quería conocer la geografía y la historia del imperio muerto, la ciencia y la tecnología de sus constructores, por qué lucharon y cómo habían muerto. Esperaba conocer la historia de la Mamita de Ram, por qué estaba marcada con la corona de los mundos y cómo había llegado a la Tierra. Quería saber lo que podría significar la corona de los mundos para Ram.

A Ram ya no parecía importarle. Triste, guardaba silencio, parecía casi enfadado cuando Derek le habló de su marca de nacimiento.

Derek siempre tenía que ver más. Le seguimos hacia la franja más rápida de una carretera que salía de la ciudad en dirección oeste. Nos subió hasta los pies de la montaña. En una curva, cuando llegamos a un mirador que estaba protegido por un pasamanos, Ram nos hizo salir. Nos quedamos en el bordillo mirando atrás, hacia el océano.

La ciudad se extendía por toda la costa, con playas blancas que describían una curva por el horizonte en el sur hasta donde nos alcanzaba la vista. Las aguas tranquilas eran como un espejo azul en un amplio puerto que había en dirección norte. Cuando Derek me dio su pequeño telescopio, vi barcos en una fila de muelles. Descubrimos los siete trilitos en los que la cabina espacial nos había dejado y otro solo en el que vimos a Lupe en su celda.

—Continuemos. —Derek asintió mirando a la carretera—. Quiero ver lo que hay en lo alto de la colina.

—Yo estoy cansado —indicó Ram con la cabeza—, tengo sueño. Esas fiestas del cielo están ya un poco lejos. Volvamos y busquemos algo para comer y quizá algún sitio para dormir.

Derek asintió, se encogió de hombros y volvimos, caminando lenta y pesadamente por una senda estrecha junto a la carretera móvil. Una vez apartados de las colinas, seguimos a Ram y abandonamos la carretera para dirigirnos a una granja. Parecía como si los robots la estuvieran preparando para cuando volvieran los propietarios. Había cerezos brillantes en el patio de la entrada. El sendero por el que se iba hacia la puerta parecía recién barrido, la pintura blanca todavía estaba brillante. Había setos de rosas rojas desde los que salía una agradable fragancia. Intentó tocar con los dedos la placa de la cerradura. No se abrió.

—Busquemos un jardín. —Nos guio esperanzado y rodeamos la casa—. Puede que haya tomates maduros, zanahorias, nabos o patatas que podamos arrancar. ¿O pollos? Si encontramos gallinas o huevos, ¡nos daremos un festín!

Las imágenes de esa fiesta hicieron que mi boca salivara, pero cuando encontramos un pequeño jardín, estaba lleno de malas hierbas. El gallinero y el establo estaban vacíos. Intentamos entrar en la vivienda otra vez, pero todas las puertas y las ventanas estaban cerradas a cal y canto. Nos fuimos y continuamos andando hasta una carretera móvil que nos llevaba de vuelta hacia el centro de la ciudad.

Nos bajamos en lo que en su momento fue un centro comercial; alrededor de una gran plaza, había una veintena de tiendas en una galería enlosada con ladrillo rojo. El aroma tentador del pan horneándose nos llevó a una tienda de comestibles, con el escaparate lleno de atractivos pasteles y tartas. La puerta estaba cerrada con llave.

El sol que había comenzado a ocultarse, se escondió completamente detrás de una nube de tormenta que no dejaba ver las montañas situadas al oeste. Restalló un trueno y se levantó un viento frío. Una llovizna helada se convirtió en lluvia torrencial. Empapados y temblando, salimos del centro buscando una calle vacía. Ram intentó abrir con su llave la cerradura de una casa vacía. Como no podía, dio una patada a los ladrillos que había en torno a un parterre y encontró uno suelto.

—Si eran humanos —masculló—, tenían que comer y dormir. Deben de haber dejado algo.

Golpeó una ventana y nos arrastramos para entrar en una cocina.

—¡Interesante! —Todo lo que había en el interior me parecía extraño, pero Derek lo examinó y encontró lo que según él era una cocina de leña, un congelador y quizá un dispensador de comida. Este último no funcionó cuando intentamos encenderlo, pero por lo menos la casa estaba seca y caliente. Nos quitamos la ropa mojada y bebimos agua en la pila.

Cuando Ram abrió la despensa y el congelador, estaban vacíos, pero pasamos la noche allí, disfrutando del lujo de tener una cama caliente para cada uno. Dormí y soñé que había vuelto al este, que estaba diciéndole a un estudiante de primer año de clase de inglés que escribiera un trabajo de investigación sobre la historia y la tecnología de los trilitos interestelares. Los estudiantes me ignoraban mientras pedían pizzas con pepperoni, que se disponían a comer en los pupitres y de las cuales no compartieron ni una miga conmigo.

Ram y Derek se levantaron antes que yo, y estuvieron rastreando la casa. No había desayuno, pero Ram saqueó el armario del propietario ausente. Sus botas estaban bastante gastadas. Encontró un par que le encajaba bastante bien y un par de pantalones que a mí me quedaban algo grandes.

Derek estaba encantado con la caja pequeña que descubrió en la mesilla que había junto a su cama. Cuando la cogió, era casi del mismo tamaño y forma que un libro encuadernado en rústica. Al apretarla, de un lado salió una bandeja negra ovalada que parpadeaba en rojo, y filas de jeroglíficos verdes que brillaron y se disiparon.

—Creo que es un libro —dijo—. Puede que sea algún tipo de libro electrónico. Podría estar conectado a una biblioteca, si supiéramos cómo abrirlo…

Se pasó media hora tecleando códigos de prueba en la bandeja y guiñando los ojos cuando los símbolos parpadeaban. Pidió a Ram que probase con su colgante de esmeralda. Puede que fuera un libro, pero nunca se abrió. Lo dejamos en la mesa.

Ram cogió su ladrillo cuando salimos de la casa. El centro estaba más vacío y en silencio que nunca, pero cuando nos acercábamos, se oyó una campana en la tienda de comestibles. Los jeroglíficos oscilaban encima de la puerta y de repente el aire se impregnó del aroma de la carne asada. En el escaparate había un asador girando, del que goteaba un líquido marrón.

Ram intentó abrir la puerta con su colgante, pero no lo consiguió. Llamó y gritó. Como todo seguía igual, dio con el ladrillo en la ventana. Estaba algo duro, pero al tercer golpe lo rompió. Me dio el ladrillo y saltó adentro, y volvió a salir.

Un gran robot con forma de serpiente le perseguía, ladrando como un perro fiero, con la cabeza brillante que se transformaba en una imitación metálica burlona de sí mismo. Sonaron tan alto las alarmas que me dolieron los oídos. Por todo el centro comercial resplandecían los jeroglíficos carmesí. Las puertas se abrieron. Los robots salieron afuera y nos persiguieron, con los ojos de cristal al rojo vivo situados en unas cabezas extrañas cuyas formas se asemejaban a la de Derek y a la mía.

Pensé que no podíamos hacer nada, pero Ram me quitó el ladrillo y se dio la vuelta para tirárselo a la serpiente en el cable espacial. La serpiente formó una mano con muchos dedos y extendió un brazo brillante para cogerlo. Él esgrimió su lanza de bambú. El brazo del robot se convirtió en una lanza. Agitó su colgante de esmeralda y la serpiente continuó.

—¡Por allí! —Me cogió el brazo—. Vamos a la carretera.

Corrí con él. Derek se dio la vuelta para coger su cámara. La serpiente se paró, y la lanza que iba esgrimiendo se convirtió en una cámara fotográfica de mentira. Hizo una foto. Un disco de cristal emitió dos destellos blancos y verdes. Se oyó un tañer de campanas.

—¡Venga! —gritó Ram—. ¡Vamos mientras podamos!

—No nos han herido —Derek se quedó quieto—. No fueron diseñados para herir a nadie. Puede que estén tratando de señalar.

—Podría ser —murmuró Ram—. Pero no lo sabemos.

Me cogió el brazo. Seguimos corriendo. Derek nos siguió. Los robots se arremolinaron detrás de él, pero el terror nos hizo correr más. Salimos del centro y saltamos a la carretera móvil. Ram miró al frente y señaló.

—¡Ese trilito! Es en el que vimos a Lupe en la cárcel. Podría ser otra puerta. No intentamos abrirlo con la llave.

—Podemos intentarlo —asintió Derek—. Podría ser otro mundo que hay que ver, si es que nos deja atravesarlo.

Nos pusimos en la franja central. Detrás de nosotros, las serpientes robóticas se detuvieron en el bordillo. Derek hizo otra foto y nos acercamos al trilito, que destacaba por su tamaño y su color negro en un amanecer carmesí. Cuando llegamos al borde, los símbolos verdes brillaban al otro lado de las columnas. Ram me agarró el brazo para que corriera más. Derek se paró para mirar atrás y vi que abría la boca del asombro. Se escuchó cómo del cielo bajó algo parecido a un bramido y el sonido rebotó en el trilito que había al fondo.

—Están intentando engañarnos. —El rostro sin afeitar de Derek se volvió sombrío—. Están jugando.

Vi como bajaba un saltamontes gigante planeando hacia nosotros.

—¡Epesi! —dijo Ram entrecortadamente—. ¡Rápido! ¡Todavía tenemos una oportunidad!

—Es la suerte del juego. —El ceño fruncido de Derek se transformó en una sonrisa totalmente sombría—. Estamos buscando a Lupe. Aquí tenemos una oportunidad de reunirnos con ella.

Nos dejó y fue hacia atrás para reunirse con el saltamontes que bajaba.