De: Hoare, Shane:
Suetonio: un retrato de Roma
(Advantage Press, Nueva York, 1979)
CAPÍTULO VII: EL SIGLO I d. C.
«… Sin embargo, es en última instancia la obra clásica de Suetonio, Vidas de los doce césares, la que nos proporciona el mejor retrato de la vida en la corte imperial romana. Esta obra de Suetonio bien podría tratarse de una telenovela de nuestros días, pues retrata la lujuria, la crueldad, las intrigas y las numerosas insidiae (conspiraciones) que rodeaban la vida del emperador…» [pág. 98]
«… entre los que figuraba el no menos importante Domiciano que, si bien conocido por sus ejecuciones extempore de cortesanas maquinadoras, nos proporciona quizá el ejemplo más brutal de las intrigas romanas: la de Quinto Aurelio.
Aurelio, otrora centurión del ejército romano que adquirió gran relevancia en el Senado bajo la protección de Domiciano, al parecer perdió el favor de su emperador en el año 87 d. C. Aunque en un principio fue reclutado por Domiciano para que le ayudara en asuntos militares, Aurelio fue asimismo un escritor prolífico que no solo instruyó a Domiciano en estrategia militar, sino que también se rigió por tales preceptos en sus escritos personales. Gran parte de su obra se ha conservado, intacta y fechada, hasta nuestros días.
Sin embargo, Quinto Aurelio dejó de escribir repentinamente en el año 87 d. C.
Toda correspondencia entre el senador y el emperador cesó. Los escritos personales de Aurelio no registraron más entradas. De ese año en adelante no volvió a citarse a Aurelio en los documentos del Senado.
Quinto Aurelio había desaparecido.
Algunos historiadores han especulado con que Aurelio (que, según cuentan, hacía acto de presencia en el Senado vestido de militar) sencillamente perdiera el favor de Domiciano, mientras que otros sopesan la posibilidad de que fuera descubierto conspirando…» [pág. 103]
De: Freer, Donald
De Medieval a Moderna: Europa 1010-1810
(W. M. Lawry & Co., Londres, 1963)
«Las algaradas por el trigo en Cornwall no fueron sino una nimiedad comparadas con la confusión que reinó en una pequeña comunidad agraria de West Hampshire durante la primavera de 1092.
Los historiadores han reflexionado largo y tendido sobre la suerte de sir Alfred Hayes, señor de Palmerston, cuya desaparición en 1092 desestabilizó el equilibrio feudal de su pequeña comunidad agraria de West Hampshire…» [pág. 45]
«… No obstante, lo más desconcertante de todo este asunto es que, si efectivamente Hayes murió de manera repentina (bien de cólera o de lo que quiera que fuera), ¿por qué su muerte no se hizo constar en el registro de la iglesia local tal y como se acostumbraba? Un hombre tan conocido por su glorioso pasado en el campo de batalla y de tanta relevancia en la comunidad no sería omitido en el registro de defunciones. La triste realidad es que, puesto que nunca se llegó a encontrar su cuerpo, su muerte jamás figuró en el registro.
El abad local, en un escrito sobre la desaparición de su señor, hizo especial hincapié en que, salvo por ineludibles incursiones militares, sir Alfred jamás había salido de West Hampshire, y que en los días inmediatamente anteriores a su desaparición había sido visto por la zona dedicándose a sus quehaceres, tal como habituaba. Resultaba extraño pues, escribió el abad, que aquel fuera un hombre cuyo nacimiento podía certificarse pero que, oficialmente, no había llegado a morir.
Dejando a un lado todo tipo de mitos medievales sobre brujería e intervenciones demoníacas, los hechos son bastante simples: en la primavera de 1092, sir Alfred Hayes, señor de Palmerston, West Hampshire, desapareció de la faz de la Tierra». [Pág. 46]