Hoy, en enero de 2011, estoy en el mismo punto que hace un año, cuando nos proponíamos volver a levantar WikiLeaks. Con OpenLeaks estamos construyendo algo que creemos que puede resolver algunos de los problemas del mundo. Si 2010 fue el año de la atención a los medios, 2011 debería ser el año de los contenidos.
Mientras escribía este libro se han ido revelando nuevos hechos y se han ido respondiendo algunas de mis preguntas. Sin embargo, y a pesar de ello, la situación real de WikiLeaks es cada vez más opaca. Nos movemos en una corriente de información mediática que constituye un terreno abonado para teorías conspirativas, rumores y mitos.
Para desentrañar de una vez el misterio de WikiLeaks debemos hallar respuestas a una serie de preguntas que por el momento siguen sin resolverse. He aquí algunas de ellas.
¿Cuál es la situación económica de WikiLeaks? ¿Qué donativos se han destinado a qué causas? ¿Quién decide sobre la adjudicación de los recursos?
¿A qué se refería Julian cuando, en declaraciones a The Guardian, dijo que para velar por sus «intereses económicos» debía controlar «cómo y cuando se publicaban los telegramas»?
¿Cuál es la actual estructura organizativa, de decisión y de responsabilidad?
¿Qué papel tienen Israel Shamir y Johannes Wahlström en WikiLeaks? ¿Cuáles son las condiciones de los acuerdos que Wahlström y Shamir han cerrado con los medios?
¿Existen más agentes que hayan proporcionado material a los medios? Y, si es así, ¿en qué condiciones lo han hecho?
¿De qué modo participan en esos acuerdos Julian Assange, otros trabajadores de WikiLeaks u otras empresas vinculadas a la plataforma?
¿Quién invitó a Julian Assange a la conferencia de prensa de Ginebra de noviembre de 2010?
Solo cuando estemos en situación de distinguir estos hechos unos de otros podremos comprender la situación tal como es. Y solo entonces podremos responder a la pregunta sobre por qué la genial idea de WikiLeaks (la idea de servirse de los instrumentos de los que ya disponemos para aportar transparencia a cuestiones de interés público) fracasó.
Nuestra sociedad necesita ciudadanos emancipados, personas que no se abstengan de formular preguntas clave por miedo a llevarse una decepción. Nuestra sociedad necesita individuos despiertos, que no deleguen su responsabilidad en un mesías, un líder o un macho alfa, sino que estén en situación de distinguir la información buena de la mala y que, basándose en buenas informaciones, sean capaces de tomar buenas decisiones.
A menudo me han preguntado si tras mi marcha de WikiLeaks me sentí decepcionado. Mi respuesta ha sido siempre que sí. En un primer momento, esa decepción fue principalmente emocional. Sin embargo, durante las últimas semanas y, sobre todo, desde que empecé a trabajar en este libro, he comprendido que esa decepción ha tenido también otra consecuencia: la decepción me ha permitido deshacerme de muchas confusiones. Se trata, pues, de una decepción constructiva, que te permite comprender mejor la realidad. Un verdadero «buen presagio».
DANIEL DOMSCHEIT-BERG
Enero de 2011