Mi suspensión

Al día siguiente de que se emitiera la primera orden de captura contra Julian en Suecia, regresamos a Berlín. Me atrincheré en casa. Pasé horas sentado, casi siempre en la sala de estar, ante la mesa situada frente a una ventana con vistas a un edificio en construcción, con el ordenador encendido y la mirada puesta en el chat, en el que participaba de vez en cuando. Apenas iba al Club, donde anteriormente solía acudir a diario para trabajar. Cualquiera hubiese podido darse cuenta de que algo me atormentaba, y no me apetecía que nadie me preguntara.

Anke se sentía desconcertada. Supongo que hubiera preferido decirme mucho antes: «Déjalo ya, te está destrozando». Pero también era consciente de hasta qué punto mi corazón seguía unido a WikiLeaks, y de que mi reacción no habría sido buena ante tal consejo, precisamente porque sabía que ella tenía razón.

Me di cuenta de que, poco a poco, en mi interior, me estaba distanciando de WikiLeaks. Debo admitir que el conflicto personal entre Julian y yo tal vez había sido el principal detonante, aunque no el único. Había muchas otras cuestiones de base que hacía tiempo que me preocupaban, y que se agudizaron en aquel día en que regresamos a Berlín.

Hacía tiempo que me atormentaba el hecho de haber mentido a la opinión pública sobre la verdadera estructura de WikiLeaks. Durante muchos meses únicamente trabajamos dos personas a tiempo completo y solo contábamos con un servidor. Nuestro deficiente sistema de copias de seguridad me daba además muchos quebraderos de cabeza. En última instancia yo era el responsable, pero el sistema no funcionaba como era debido. A lo largo de aquellos años, con frecuencia me despertaba en mitad de la noche porque me asaltaba el pánico al pensar en las copias de seguridad, que quizá no se habían realizado correctamente por enésima vez. Entonces saltaba de la cama y volvía a hacer un nueva copia, con más adrenalina que sangre en las venas.

A pesar de haber concedido cientos de entrevistas, todavía me costaba responder a las preguntas sobre nuestras supuestas comprobaciones de autenticidad. Hasta finales del año 2009, prácticamente solo Julian y yo verificábamos los documentos que nos llegaban. Aunque la afirmación de que podíamos recurrir a unos ochocientos expertos voluntarios no era ninguna falsedad, si hablamos con rigor, a decir verdad omitíamos el pequeño detalle de que no existía ningún mecanismo para integrarlos en el proceso. Ninguno de aquellos expertos había tenido jamás acceso al material. En su lugar, éramos Julian y yo quienes comprobábamos si los documentos habían sido manipulados desde el punto de vista técnico, y quienes decidíamos si nos parecían plausibles, tras realizar nuestras propias pesquisas. Y confiábamos en que todo iría bien. Resultaba evidente que éramos buenos, y con el tiempo desarrollamos el olfato necesario para discernir los documentos auténticos. Por lo que sé, no cometimos errores. Pero también hubiera podido salir mal.

Mientras fui capaz de tranquilizarme con la idea de que estábamos trabajando en la mejora del sistema, y de que había que tener en cuenta que eran los comienzos, pude aceptarlo. Pero después de casi tres años, ni yo mismo me lo seguía creyendo. En los últimos meses, habíamos tenido la posibilidad de llevar adelante con más ímpetu nuestras propias propuestas de reformas. Disponíamos de dinero. Contábamos con unos cuantos ayudantes de confianza, más recursos, y sin embargo, no nos ocupábamos de este problema lo suficiente. Nuestra actitud era temeraria y jugábamos con la confianza de nuestros informantes y el dinero de las donaciones.

En otros tiempos, el único con quien podía hablar en serio sobre todos estos problemas era Julian. Sabía tan bien como yo cuáles eran nuestras debilidades internas. No obstante, me guardaba para mí la mayoría de las preocupaciones, porque no tenía ganas de discutir.

Entre tanto comencé a intercambiar opiniones al respecto con el Arquitecto y Birgitta, así como con Herbert, y también con Harald Schumann, el periodista del Tagesspiegel. La sala del chat, en la que debatíamos sobre aquello cada vez más alarmados, tenía un nombre muy apropiado. Se llamaba «Mission First» (ante todo, la misión).

Resultaba obvio, hacía ya tiempo, que WikiLeaks se había desviado del rumbo, y que era hora de realizar cambios. El arquitecto había iniciado la remodelación técnica. Cuanto más hablábamos sobre los problemas, más evidente resultaba la necesidad de una reforma mucho más amplia. El periodista Harald Schumann, durante nuestra visita a Islandia, nos había preguntado en varias ocasiones quién tomaba las decisiones. Era muy persistente, se limitaba a ocupar uno de los asientos en el Ministerio de Ideas, y no nos lo podíamos quitar de encima. Nosotros nos íbamos por las ramas. Intentábamos esquivarlo, llamar su atención sobre otros temas, porque en realidad ese era nuestro problema.

Habíamos intentado eludir posibles cuestiones problemáticas recurriendo a la aplicación de principios: queríamos, por ejemplo, publicar todo el material por orden de llegada, y de esa forma comprometernos con el principio de neutralidad. Solo había un problema: desde finales de 2009 casi nos ahogábamos en el maremágnum de documentos, de forma que nos vimos obligados a escoger, y no pudimos seguir siendo fieles a este principio.

Asimismo, se nos planteó otro problema: queríamos ofrecer una plataforma de presentación de documentos neutral, conforme al principio de separación de poderes. Eso significaba que debíamos facilitar puramente los elementos técnicos, y no actuar como agitadores políticos ni convertirnos en un canal de propaganda a través de una cuenta en Twitter.

Por último, habíamos elegido interlocutores en los medios, y de ese modo creamos una relación de dependencia. A pesar de que aquella colaboración en un principio era un experimento, consentimos en mantener ese modelo. Nos complacimos en la atención que nos dedicaban los medios y justificamos la nueva línea de actuación con la excusa de que el material y sus contenidos se beneficiarían de ello, gracias a su mayor proyección.

El hecho de no tomar ninguna decisión individual respecto a los documentos y las publicaciones hubiera tenido además la ventaja de que, en caso de duda, nadie podría haber sido culpabilizado, si las cosas no salían como era de esperar. En lugar de eso, nuestra intención era confiar en principios y mecanismos establecidos. Pero era una ilusión.

No solo nos vimos obligados a tomar algunas decisiones, sino que en lo sucesivo lo hicimos sin cuestionarnos en ningún momento las reglas. Schumann, el periodista del Tagesspiegel, había dado en el clavo al formular la pregunta que en última instancia debíamos plantearnos: ¿quién debía tomar aquellas decisiones?

Al final siempre era Julian quien lo hacía. Por supuesto. Los demás fuimos demasiado indecisos, cobardes o irresolutos, como para ponerle freno antes de que fuera demasiado tarde. Julian ocupaba la cúpula de WikiLeaks y era el único responsable en la toma de decisiones, sin que hubiera ninguna instancia que le controlara. Tampoco quería que nadie le pidiera explicaciones. Lo que se convirtió en un problema más adelante, cuando Bradley Manning fue detenido, como quedó demostrado en las semanas posteriores a dicha detención. Tras el sumario contra Julian en Suecia, nuestro equipo finalmente sucumbió.

La fiscal sueca había retirado la orden de captura contra Julian en menos de veinticuatro horas, y mitigado la acusación reduciéndola a acoso asexual. Sin embargo, el abogado de las dos mujeres consiguió que la acusación por violación fuera retomada en noviembre.

Julian afirmó que Kristinn, tras nuestra conversación sobre la crisis en el jardín de las esculturas, le había informado de que yo había intentado manipular a Birgitta. La cuestión de quién había dicho qué a quién se convirtió en una de nuestras principales ocupaciones en los siguientes días y semanas.

Habíamos empezado a protocolizar nuestros chats e intercambiárnoslos mutuamente. Era un intento de actuar contra la muy especial percepción «simétrica» de la realidad de Julian. Nuestra intención era simplemente conseguir pruebas, algo así como justificantes, que demostrasen de qué se estaba hablando en el chat. No hubiera pasado nada si Ingi y Kristinn hubieran participado en todas las conversaciones, aunque no se contaran entre los miembros del equipo principal. De mi etapa en WikiLeaks he aprendido que siempre debe producirse un intercambio dentro del grupo sobre las cuestiones importantes, y que en los debates nadie debe quedar excluido.

La conversación en el chat que mantuve con Julian sobre mi suspensión también fue grabada, y se publicó a través de Wired. Todavía no sé quién facilitó aquella conversación a esa revista de habla inglesa. Sin embargo, creo que existen buenas razones para permitir a otras personas que echen un vistazo a ese tipo de registros. En ese caso no se trataba de un asunto privado, sino de la cultura de la comunicación de WikiLeaks. Los registros del chat ilustran el estado en el que se encontraba entonces el proyecto, el tono y los argumentos con el que estaba siendo manipulado. Puedo afirmar una y cien veces que Julian era un «dictador». Quien lo desee puede leer las conversaciones del chat, y tener así su propia opinión.

Tras las acusaciones de violación en Suecia, pasaron unos cuantos días antes de que, la tarde de un miércoles, volviera a producirse una disputa en el chat. Julian seguía insistiendo en que no tenía tiempo de comunicarnos sus decisiones porque «en aquel momento debía mantener conversaciones de alto nivel con unas veinte personas cada día».

Aún no sé a quién se refería, quiénes eran aquellas otras personas con las que debía entrevistarse, y que debían hacer el trabajo para WikiLeaks. Aquellos a quienes Julian llamaba sus ayudantes quizá viajaban con él, o le acompañaban a reuniones o rodajes, no lo sé. En aquel momento estaba en Suecia. Por lo que sé, allí había contactado con gente del Partido Pirata y periodistas del diario Aftonbladet sueco, para el que empezaría a escribir una columna. Naturalmente, hubiera sido importante involucrar a más ayudantes en WikiLeaks, para descongestionar al reducido equipo principal. No cabía duda al respecto.

Por entonces tuvimos considerables problemas a causa de un artículo del Wall Street Journal. Los periodistas nos habían preguntado, a Julian y a mí, pero por separado, sobre las finanzas de WikiLeaks. Yo les había explicado que en Alemania llevábamos la contabilidad de las donaciones como era debido y de forma transparente. En el mismo artículo se citaba a Julian de tal forma que se daba a entender precisamente lo contrario, es decir, que las cuentas de WikiLeaks se manejaban con suma habilidad ex profeso, para que ningún ente externo pudiera acceder a ellas. Según el artículo, Julian presentaba la falta de transparencia de la contabilidad como un astuto método para evitar que pudieran cerrarnos el grifo.

Por supuesto, aquello no hizo más que atraer a más periodistas curiosos que querían saber cómo era posible que ocultáramos nuestras finanzas. Pero sobre todo, hizo que la Fundación Wau Holland nos pidiera explicaciones. En vista de lo cual, Julian declaró que habían citado sus palabras de forma incorrecta y que nunca había dicho tal cosa.

Volvimos a pedirle en el chat que se retirase un poco de la vida pública, que no siguiera hablando con la prensa, ni escribiendo en Twitter comentarios en los que sostenía que todo aquello no era más que una campaña de difamación del Pentágono. Cuando nuestras demandas le resultaban demasiado molestas, Julian simplemente se desconectaba del chat.

Supongo que en realidad le sorprendía que de repente todos le lleváramos la contraria enérgicamente. Y que el Arquitecto no se desviara lo más mínimo de su línea crítica. Consideré importante preguntar a nuestro otro técnico por su opinión, pero este prefirió quedar fuera de nuestras riñas internas.

Ambos técnicos, y yo mismo, nos sentíamos desconcertados. Había vuelto a participar en el chat durante tres horas, con el resultado final de estar más lejos que nunca de encontrar una solución. Y así durante semanas. Queríamos obligar a Julian a hablar con nosotros. Entonces recurrimos a un medio bastante radical. Teníamos que intentarlo. Quizá no era el método óptimo, pero queríamos dejar claro que WikiLeaks estaba a punto de ser objeto de un motín. Y para ello echamos mano de la pequeña ventaja técnica que poseíamos. No sería nada malicioso, nada esencial, sino más bien un gesto simbólico.

En la tarde del 25 de agosto, los técnicos pusieron el sistema en modo de mantenimiento. Algo que de todos modos había que hacer. El sistema de presentación de documentos, el correo electrónico, el chat, todo siguió funcionando on-line. Pero no era posible acceder a wiki. Enviamos un comentario por Twitter diciendo que se trataba de tareas de mantenimiento transitorias. Y modificamos la contraseña de la cuenta en Twitter y de acceso al correo electrónico. Queríamos hacer que Julian despertara. La reacción de un Julian ofendido fue desconectar todo el sistema. Nosotros cedimos rápidamente, volvimos a restaurar wiki y le dimos las nuevas contraseñas.

Al día siguiente apareció un artículo en Newsweek en el que se hablaba de las «riñas internas» de WikiLeaks. No sabía nada de aquel artículo hasta que Julian me habló de él por la tarde en el chat. Creía que yo había hecho circular las declaraciones contenidas en él. Nunca había hablado con el periodista de Newsweek, ni siquiera le conocía. En un principio, el motivo para comunicarme con Julian era preguntarle qué habíamos acordado con los medios, en relación con la publicación planificada de los documentos de Irak:

D: ¿Qué se ha acordado respecto a Irak? Necesito saber cuál es el plan, y las restricciones.

J: «Una persona en estrecho contacto con otros activistas de WikiLeaks en Europa, y que solicitó permanecer en el anonimato por tratarse de un asunto delicado, declaró que muchos de los activistas opinan que Assange ha difundido de forma repetida acusaciones infundadas, en las que afirma ser víctima de juego sucio y que se trata de una conspiración dirigida contra su persona. La fuente informada dice que algunas de las personas asociadas a la página web ya se están planteando la posibilidad de persuadir a su líder de que se retire temporalmente, y en caso de que se niegue, incluso destituirlo».

D: ¿Qué tiene que ver todo eso conmigo?

D: ¿De dónde ha salido?

J: ¿Por qué crees que tiene que ver contigo?

D: Probablemente porque supones que fui yo.

D: Aparte de eso, no hay ninguna razón.

D: Tal como hablamos ayer, se trata de un asunto pendiente, sobre el cual muchas personas ya han expresado su opinión.

D: Deberías ocuparte de este tema, en lugar de atacar a la única persona que se esfuerza en hablarte sobre ello con franqueza.

J: No, tres personas ya me han transmitido tus mensajes.

D: ¿Qué mensajes?

D: ¿Y qué tres personas?

D: Ya se habló sobre este tema.

D: El Arquitecto y yo hablamos sobre ello, Hans* también, y Birgitta, y Peter*.

D: Un montón de personas, para las que este proyecto significa algo, han hecho la misma propuesta.

D: No soy yo quien ha difundido este mensaje.

D: Sería simplemente el paso lógico que deberíamos dar.

D: Y esto es más o menos lo que dicen todos los demás.

J: ¿Has sido tú?

D: No he hablado con Newsweek ni tampoco con otros representantes de los medios al respecto.

D: Hablé con personas con las que trabajamos, a quienes les interesa y les importa el proyecto.

D: No hay nada de malo en ello.

D: Esto debería suceder, en realidad, con mucha más frecuencia, y lo único que puedo seguir recomendándote es que empieces a escuchar por fin estas voces.

D: Especialmente cuando los desastres se suceden uno detrás de otro.

J: ¿Con quién exactamente?

D: ¿Con quién qué?

J: ¿Con quién has hablado de este tema?

D: Ya te lo he dicho antes.

J: ¿Son los únicos?

D: Algunos miembros del club me han hecho preguntas al respecto, y les respondí que considero que esa sería la mejor opción.

D: Esa es mi opinión.

D: También con vistas a aplacar el conflicto […

J: ¿Cuántas personas del club?

D: No tengo que darte explicaciones de ello, J.

D: Este debate está por todas partes y nadie puede entender que cierres los ojos ante la realidad […

J: ¿Cuántas personas del club?

J: ¿Dónde?

D: En chats privados.

D: No voy a seguir contestando a estas preguntas.

D: Tienes que afrontar el hecho de que ya no gozas de demasiada confianza por parte del equipo.

D: Puedes ignorar este asunto o despacharlo como si fuera una campaña contra ti, pero eso no cambiará el hecho de que solamente se trata de una consecuencia de tu comportamiento.

D: Y no del mío.

J: ¿Cuánta gente está representada en estos chats privados? ¿Y qué posición tienen en el CCC?

D: Puedes imaginarte lo que quieras.

D: No quiero ni pensar en la cantidad de personas que antes te respetaban, y que ahora me han dicho que se sienten decepcionados por tu reacción.

D: Intenté decirte todo esto, pero tu orgullo desmesurado, hace que todo te dé igual.

D: A mí ahora también me da igual.

D: Aparte de eso, yo pregunté antes, y necesito respuestas.

D: Por ejemplo, a qué acuerdos hemos llegado.

D: Necesito saberlo para poder seguir trabajando.

D: Estás bloqueando el trabajo de otras personas.

J: ¿Cuánta gente está representada en estos chats privados? ¿Y qué posición tienen en el CCC?

D: Empieza a responder a mis preguntas, J.

J: Esto no es un «toma y daca».

J: ¿Te niegas a contestarme?

D: Ya te he dicho varias veces que no veo por qué he de contestarte, solo porque necesitas respuestas, mientras tú por otra parte no quieres responder a ninguna de mis preguntas.

D: No soy un perro al que puedes dar órdenes, J.

J: Estoy investigando una grave infracción de seguridad.

¿Te niegas a contestarme?

D: Estoy investigando una grave violación de la confianza. ¿Te niegas a contestarme?

J: No, no estás haciendo eso. Yo inicié esta conversación. Por favor, contesta a mi pregunta.

D: Fui yo quien la inició.

D: Mira más arriba.

D: En dos ocasiones.

D: Dime: ¿a qué pactos hemos llegado en relación con Irak?

J: Es una cuestión de procedimiento. No juegues conmigo.

D: Deja de disparar al mensajero.

J: Ya he tenido bastante.

D: Lo mismo digo, y no soy el único.

J: Si no respondes a mi pregunta, quedas fuera.

D: No eres un rey, ni un dios.

D: Y de momento ni siquiera cumples con tu función como líder.

D: Un líder comunica y demuestra que es digno de confianza.

D: Tú haces exactamente lo contrario.

D: Te comportas como un emperador, o como un tratante de esclavos.

J: Quedas suspendido durante un mes, efectivo a partir de este momento.

D: Jaja.

D: Claro.

D: ¿Con qué motivo?

D: ¿Y quién lo ordena?

D: ¿Tú? ¿Otra de tus decisiones ad hoc?

J: Si deseas apelar, serás escuchado el martes.

D: ¡JAJAJAJA!

D: Tal vez todos tengan razón, y realmente te has vuelto loco, J.

D: Creo que necesitas ayuda.

J: Podrás hablar ante una mesa redonda.

J: Quedas suspendido por deslealtad, insubordinación y desestabilización en una situación de crisis.

Algunas horas después de mi suspensión, en la tarde del 26 de agosto, Julian convocó una reunión, a la que ni el arquitecto ni yo estábamos invitados. Entre los convocados se encontraban la Nanny, Birgitta y Kristinn. También entró en el chat Resa*, un amigo mío, así como unas cuantas personas más que Julian había movilizado. Herbert, mi amigo anarquista de Islandia, también había participado en la reunión, y enseguida me facilitó las actas. El arquitecto y yo añadimos nuestros propios comentarios a las actas, y las reenviamos a todos los interesados.

En aquella reunión, Julian había puesto al corriente a los demás sobre nuestro motín y mi suspensión. Sobre mí hizo el siguiente comentario: «Daniel es problemático, creo sinceramente que padece desvaríos y es malintencionado, pero se le puede mantener bajo control, mientras tenga gente alrededor que le diga lo que está bien y lo que está mal, lo que puede hacer y lo que no. Si le dejamos solo en su burbuja germánica, empieza a flotar».

Julian intentó poner a los demás de su parte en aquella conversación en el chat. Pero los demás no se dejaron convencer tan fácilmente. Hicieron algunas preguntas y criticaron el hecho de que Julian ya no buscase el consenso con todo el equipo. Leí aquellas actas como si fueran una novela policíaca. Me resultaba evidente, tal vez tanto como a Julian, que aunque los demás no se rebelarían abiertamente, tampoco le respaldaba la mayoría.

Julian tenía la esperanza de poder conservar al Arquitecto en el equipo. Era el menos prescindible de todos. El Arquitecto era fundamental para nuestra infraestructura. Fue él quien a finales de 2009 remodeló el sistema de presentación de documentos, que con anterioridad consistía en un formulario muy sencillo para subir archivos a Internet, integrado en la página web. También separó las plataformas de servidor, wiki y correo electrónico, con el fin de impedir que los hackers pudieran entrar en el sistema en su totalidad. En todo el mundo había muy pocos expertos, aparte del Arquitecto, capaces de hacer algo semejante.

Justo por esa razón me costaba tanto entender que Julian, en su negligente manera de actuar, no apreciase la importancia del trabajo del Arquitecto, a quien aquella reunión en el chat ahuyentó definitivamente. Julian presentó al arquitecto ante los demás como un ayudante más, que se había dejado influir negativamente por mí.

Es de suponer que Julian valorara la posibilidad de que convocar aquella reunión podía redundar en su perjuicio. A pesar de ser él quien escogió a los participantes, no estaba claro cuál sería su posición respecto a mi suspensión, o si incluso no acabarían oponiéndose a que Julian mantuviera sus privilegios en WikiLeaks.

Con una mirada retrospectiva, me doy cuenta de que mi suspensión le proporcionaba a Julian la ventaja de ofrecer una imagen distorsionada de mí, la de un trabajador frustrado que criticaba el proyecto para vengarse. En efecto, me sentía frustrado. Resultaba obvio que el conflicto entre nosotros había llegado al límite. Pero sentirme frustrado por mi suspensión no había sido el origen de las críticas, y entre tanto los demás también se habían dado cuenta de que algo no iba bien en WikiLeaks.

Al suspenderme temporalmente, Julian se aseguraba de que a partir de ese momento no tendría acceso a algunos sistemas concretos, con lo cual mis posibilidades de comunicación se reducían considerablemente. Antes, en teoría hubiera podido incluso leer sus correos electrónicos, aunque nunca lo hice.

Como tantas otras personas, suelo utilizar mi programa de correo como agenda, en la que anoto mis citas y contactos. A partir de ese momento ya no pude consultarlo para saber con quién estaba citado en las siguientes semanas. Tenía confirmadas cuatro o cinco ponencias en distintas conferencias para los días siguientes. Por ejemplo, Thomas Leif, moderador del Fórum por la Democracia en el castillo de Hambach, me había invitado al acto «Mis datos son míos». No pude llamarle para anular la cita, y como consecuencia le puse en una situación embarazosa. La silla que me habían reservado en la tribuna permaneció vacía.

Más adelante intenté disculparme ante todas las personas a las que había dejado en la estacada. Todavía hoy me preocupa que alguien siga terriblemente enfadado conmigo por haberle dejado solo en el estrado.