Las acusaciones en Suecia

El 20 de agosto de 2010, la fiscalía del estado sueco formuló una acusación contra Julian Assange por tentativa de violación en dos casos.

En ese momento yo estaba de vacaciones con mi mujer y nuestro hijo. Durante dos semanas viajamos por toda Islandia, ese país que parece el negativo de una foto, puesto que la tierra en algunos lugares es negra, en contraste con los fiordos completamente helados y blancos como la nieve. Nos desplazábamos en un viejo y ruidoso coche de alquiler de un lugar a otro. Hacía años que no disfrutaba tanto. De hecho, había días en los que conseguía no pensar en Julian ni en WikiLeaks durante horas.

Pero no podía desconectarme por completo de WikiLeaks. Tenía la necesidad de consultar mi portátil de vez en cuando. En el coche llevaba un router WLAN con conexión UMTS, en nuestra tienda contaba con un largo cable de alimentación, y los periodistas llamaban de vez en cuando a mi número de móvil islandés.

Harvey Cashore, de la televisión canadiense, quería entrevistarse conmigo a toda costa. Se encontraba en Alemania por motivos de trabajo, y cuando se enteró de que estaba en Islandia, decidió viajar hasta allí para vernos. Cashore dirigía el ámbito de «investigación» de la CBC (Corporación Canadiense de Difusión). Tuvo que buscar una conexión hasta el pequeño aeropuerto de Isafjördur, donde habíamos hecho una parada en nuestra gira con Anke y Jacob.

Cashore me propuso una colaboración. El canal para el que trabajaba quería participar en nuestra nueva publicación, e incluso destinar algunos redactores que nos ayudarían en la redacción del material. Hablamos durante unas dos horas en un restaurante especializado en pescado de Isafjördur, en el que nos habíamos dado cita. Pero sus esfuerzos fueron en vano. Los demás interlocutores de los medios no querían que la CBC se llevara un trozo del pastel. Nuestros interlocutores de Spiegel no parecían demasiado molestos; fueron sobre todo los periodistas de habla inglesa los que tuvieron una reacción negativa. Julian me contó que le habían presionado.

En aquel momento, los medios en Alemania solo hablaban de un tema: la catástrofe en el festival Loveparade de Duisburgo, durante el cual diecinueve personas fueron aplastadas por las masas el día 24 de julio, y dos víctimas más murieron algunos días más tarde en el hospital, debido a las heridas sufridas.

Muy pronto nos llegaron numerosos documentos al respecto: los planos guardados bajo llave, los pactos internos y todos los detalles relativos a la seguridad y el proceso de autorización. El material colapsaba el servidor, ya que en muchos casos la información estaba repetida. Era como si la mitad del personal del Ayuntamiento de Duisburgo hubiera descubierto durante la noche su aspecto secreto de informante.

Aunque algunos blogs y otros medios ya habían publicado alguna información al respecto, éramos con toda seguridad los primeros que podíamos documentar ampliamente el trasfondo. Me sentía en la obligación de publicar todo aquello, sobre todo ahora que WikiLeaks había pasado a ser una plataforma con capacidad para garantizar que los documentos recibirían la atención necesaria. Por esa razón, durante las vacaciones en Islandia, dediqué algunas noches a prepararlo todo para la página web.

En nuestras vacaciones habíamos hecho una parada en un pueblecito llamado Holmavik, en el que no había mucho más que un museo de las brujas y una pequeña casa de huéspedes en una pendiente ventosa. Allí pasamos dos noches. Hasta las cinco de la madrugada estuve con Anke en la caótica sala, en la que se servía el desayuno, para ocuparme del incidente en Duisburgo.

A mi lado había una montaña de latas de cerveza vacías, de nuestros predecesores. Contra el frío me protegían unos gruesos calcetines y la ropa interior azul marino de lana de merino. Contra la débil conexión a Internet no se podía hacer nada, solo tener paciencia. Había examinado unos cuarenta documentos en distintas versiones, y tenía que volver a poner en marcha toda la cadena de producción. Además, los resúmenes y los artículos listos para su publicación todavía necesitaban una portada. Desde nuestro descanso obligado, solo habíamos publicado importantes filtraciones en páginas creadas expresamente para ello. La publicación relativa al festival Loveparade, el 20 de agosto, fue casi la primera filtración normal de WikiLeaks desde aquella pausa.

En aquel momento, hacía ya mucho tiempo que no publicábamos los documentos por orden de llegada, tal como deberíamos haber hecho según el principio en realidad establecido, sino que la mayoría debían esperar turno, mientras nos concentrábamos en los grandes escándalos. Julian había dado aquellas instrucciones. Y a pesar de haber mantenido vehementes discusiones al respecto, no hubo manera de hacerle cambiar de opinión. Por esa razón, se acumulaban algunas informaciones que me parecían relevantes.

Por ejemplo, habíamos guardado los correos electrónicos del NPD (Partido Nacional Demócrata de Alemania) de los últimos cuatro años. Facilité a un periodista algunos fragmentos para que pudiera hacerse una idea. Asimismo, Spiegel parecía tener en sus manos parte de aquel material, y ya habían preparado un artículo. Citaba parte de los correos electrónicos, así que la revista recibió un auto provisional de los abogados del partido. Aunque sería derogado posteriormente, la publicación de los correos electrónicos del NPD en WikiLeaks hubiera sido una buena oportunidad para poner de relieve nuestros puntos fuertes en comparación con los medios clásicos. En WikiLeaks no había ni siquiera un destinatario al que se le pudiera enviar un auto provisional.

Volvimos a Reikiavik un viernes. Enseguida entré en el chat y vi que había un problema. Uno de los técnicos, que como yo se había tomado unas vacaciones, había desaparecido. Solíamos cerciorarnos de que todos volvían sanos y salvos en la fecha prevista, de que nadie fuera detenido en la frontera o pudiera desaparecer. El técnico hacía nueve días que estaba fuera, cuando en un principio solo se había tomado tres días. Estábamos preocupados.

Antes de irnos a dormir cada noche en una cama distinta durante nuestro viaje, mi mujer le decía a nuestro hijo que nuestros sueños se harían realidad.

No sé si aquello tenía algún efecto en el niño de diez años; yo sí lo creía. Cuando la noche siguiente soñé que nuestro amigo había vuelto a casa ileso de su viaje aventurero, por la mañana me levanté con el convencimiento de que todo iría bien. Y así fue: entré en el chat y nuestro amigo volvía a estar allí. Pensé que todo había vuelto a la normalidad. Veinte minutos después descubrí en Internet la noticia de que se había dictado una orden de captura para Julian en Suecia. Supuestamente, había violado a dos mujeres.

En Suecia deben protegerse de la prensa las personas que son objeto de investigación. Con el fin de evitar perjuicios en la reputación de dichas personas, los medios no deben saber ni siquiera la edad de un sospechoso, y en ningún caso su nombre. El periódico sensacionalista sueco Expressen, que pertenece al grupo sueco Bonnier, contravino en este caso todas las reglas. Redactó un artículo sobre la investigación de la fiscalía del estado en el que figuraba su nombre completo. Julian estaba tan sorprendido como yo. La policía ni siquiera se había puesto en contacto con él, y se enteró de la noticia a través del periódico. Es algo que no le deseo a nadie.

Tuve la sensación de que Julian me había escuchado por primera vez desde hacía meses, aunque solo fuera por poco tiempo. Necesitaba mi consejo. Quería saber que todos estaban de su parte. Aunque posteriormente le recomendamos que buscase un lugar de retiro durante un tiempo, de inmediato le aseguramos que todos le apoyábamos y que no veíamos ninguna razón para dudar de su versión de los hechos.

Tras nuestro aislamiento en la naturaleza islandesa, nos esperaba el festival cultural anual de la capital. Era sábado y estaba todo lleno de gente. Los islandeses habían abarrotado las calles con puestos de comida, bebida y música, y por las principales avenidas se desarrollaba la maratón anual de Reikiavik. Birgitta leyó unos cuantos poemas ante la antigua prisión de la ciudad, y organizó una recogida de firmas contra la utilización de magma para la producción de energía. Dejé a Anke y Jacob en los tenderetes y me abrí paso como pude hasta la Hallgrímskirkja, una iglesia evangélica que recuerda un poco a la nave espacial Ariane lista para el despegue. Allí debía encontrarme con Ingi y Kristinn. Queríamos intercambiar información sobre la problemática actual.

Los dos islandeses me esperaban en la estatua de Leif Eriksson. Kristinn parecía tener la mirada perdida en otro sitio cuando te hablaba. Como si en el pasado hubiera tenido que presenciar algo horripilante, y desde entonces hubiera decidido no volver a mirar fijamente a nadie. Ingi estaba tras él, con los brazos cruzados. Ingi solía llevar pantalones y chalecos de estilo militar, y un viejo bolso de caballero.

Nos dirigimos al Museo Einar Jónsson. La colección de arte no nos interesaba en absoluto, pero aprovechamos el sinuoso itinerario para hablar; subimos una escalera, bajamos por el otro lado, pasamos por la derecha de la puerta giratoria, y dibujando un ocho volvimos a atravesar la sala situada a la izquierda para regresar al primer piso. Una puerta en la parte posterior del edificio daba paso al jardín de esculturas. Tal vez no hubiéramos dado esquinazo a nuestros posibles perseguidores, pero, en caso de haberlos, como mínimo estarían agotados.

Hicimos una breve pausa entre las figuras de bronce. Kristinn encendió un cigarrillo con la colilla del anterior. Vocalizaba de forma exagerada y me interrumpía con frecuencia. Había pasado mucho tiempo con Julian en Gran Bretaña y se contaba entre sus confidentes más próximos.

«¿Y ahora qué hacemos?», pregunté.

Kristinn me atravesó con su mirada vacía. Ingi nos observaba en silencio. Supe de inmediato que la gestión de nuestra crisis era pésima, si es que existía gestión, y que debíamos reunirnos urgentemente para tratar a fondo las cuestiones relativas a los cargos, las tareas y las estructuras. En el chat no podíamos solucionar nuestros problemas. Hacía tiempo que había insistido en la necesidad de una reunión del equipo básico.

Birgitta se nos unió poco después. También daba la impresión de que la situación actual le sobrepasaba.

Entonces sonó el teléfono de Kristinn. Aceptó la llamada, y tras escuchar respondió satisfecho y nos informó enseguida con expresión aliviada. La orden de captura había sido retirada. ¡Qué día tan fantástico! Todos estábamos de acuerdo, sin embargo, en que Julian debería recapacitar con urgencia sobre su comportamiento respecto a las mujeres.

De las relaciones entre Julian y las mujeres podían decirse dos cosas. A Julian le gustan las mujeres, no es ningún secreto. Pero nunca había una mujer concreta que ocupara sus pensamientos, sino que se trataba de una cuestión general. Cuando acudíamos a una conferencia, con frecuencia hacía una evaluación de las asistentes. Pero no hablaba de piernas, pecho, posaderas, como se suele atribuir generalmente a los hombres. La querencia de Julian por las mujeres no tenía el carácter grosero que han descrito los medios.

Julian se fijaba en los detalles. Por ejemplo, en las muñecas, los hombros, la nuca. Puedo asegurar que nunca dijo algo parecido a «qué tetas». Pero sí decía por ejemplo: «Esa mujer tiene unos pómulos bonitos, le da un aspecto aristocrático». O cuando contemplábamos a una grácil mujer, mientras rebuscaba algo en su bolso al pasar a nuestro lado, Julian decía: «Debe de ser muy agradable que a uno le toquen esas manos». Y ahí quedaba todo; nunca me hizo ningún comentario obsceno sobre las mujeres.

Debo admitir que me contagió un poco su pasión por las mujeres. Pero entonces yo ya estaba comprometido. Todavía recuerdo la conferencia de Global Voices en Budapest. Tras la conferencia fuimos a una fiesta que se celebraba en la azotea de un viejo supermercado y bebimos una cantidad considerable de absenta. Ninguno de los dos agunatábamos bien el alcohol, así que cuando abandonamos la fiesta para regresar a nuestro apartamento estábamos un poco achispados.

Había una fuga de gas en el apartamento, por lo que en su interior olía fatal. Una de las tuberías debía tener algún poro. Para dormir alternábamos entre la litera y el sofá, y hacíamos chistes tales como: «Si oyes que respiro roncamente, tírate por la ventana», o «¿Quieres que les diga algo a tus padres cuando les de la mala noticia?». Pero el apartamento era barato y estaba en el centro. En Budapest llevábamos en realidad una buena vida.

En todo caso, en el camino de regreso en aquella noche de absenta, tuvimos una especie de visión conjunta: una mujer pasó a toda velocidad en sus patines en línea, con pantalones cortos y un top estrecho. Parecía muy interesante y sexy. Nuestras fantasías fueron en aumento, y no pudimos dejar el tema durante toda la noche.

De regreso en nuestro gaseado apartamento rememoramos los sucesos de aquella noche. Julian se tumbó en el sofá, yo subí a la litera. Hablamos sobre la conferencia, planes de futuro…

De vez en cuando uno de nosotros decía: «¡Qué mujer!».

Y el otro respondía: «Sí, era increíble».

Más adelante recordaríamos de forma recurrente aquella patinadora, que se convertiría en el símbolo de la mujer de nuestros sueños.

En aquella época no tuve relaciones con otras mujeres, y sin embargo tenía remordimientos. Era consciente de que cada vez me alejaba más de mi novia en Wiesbaden debido a que con frecuencia estaba de viaje.

El criterio de Julian para considerar a una mujer deseable era muy simple: veintidós años. Tenía que ser joven. También era importante que no le cuestionara y que fuera consciente de su papel en tanto que mujer. Asimismo, debía ser inteligente, era un atractivo más. No percibí ningún otro patrón concreto. No le importaba si era flaca o gorda, alta o bajita, o rubia. Si era guapa, aún mejor, pero no era una condición imprescindible. Creo que en los primeros años de WikiLeaks, Julian con frecuencia se sentía solo. O esa es la impresión que tuve cuando viajábamos juntos a las conferencias.

Durante un tiempo me pareció que empezaba a haber algo entre Birgitta y Julian. Pero Birgitta era lo contrario de una mujer sumisa: era una persona íntegra, y siempre decía lo que pensaba. Sin duda alguna es una mujer atractiva, aunque hace tiempo que dejó de tener veintidós años. En alguna ocasión Julian me comentó que era la mujer de sus sueños. Quizás era pura charlatanería. Siempre creía que tenía que decir algo importante constantemente. Como sea, yo tenía la sensación de que nunca podría tener una relación duradera con una mujer que estuviera a su altura.

A menudo hablábamos sobre la teoría de la evolución. El más fuerte no solo prevalecía, sino que además se le distinguía por sus descendientes de mayor vitalidad. Sus genes tendrían un valor especial, por lo que debían propagarse, o al menos esa era la tesis.

Estaba presente el día en que Julian se jactó ante un gran grupo de ser padre en casi todos los lugares del mundo. Muchos Julian pequeñitos, uno por continente, era una visión que parecía encantarle. El que se ocupara de sus hijos, si existían de verdad, era otra cuestión.

Julian también podía ser muy atento con las mujeres. En un primer momento era galante y encantador, pero nunca les prestaba demasiada atención. Lo que provocaba como resultado que siempre volvieran a él. Su falta de interés las atraía.

En el caso de las acusaciones que tuvieron lugar en Suecia, al parecer se trataba de un conflicto sobre la utilización del preservativo. Anna A., una de las dos mujeres afectadas, preguntó a la policía hasta qué punto su relación con Julian podía ser perseguida por la ley. De ese modo, se puso en marcha la investigación. Anna A. es miembro del partido socialdemócrata cristiano de Suecia y había invitado a Julian a un seminario sobre «El papel de los medios en situaciones de conflicto», que se celebró en Estocolmo.

Lo que pasó entre aquellas mujeres y Julian solo pueden saberlo ellos. Los hechos para mí se reducían a la acusaciones presentadas. Debido al cargo ocupado por Julian en WikiLeaks, tuvimos que posicionarnos. Una orden de captura internacional contra el portavoz de una organización perjudica también la imagen de los proyectos que representa. Si a alguien le gusta o le parece bien, es otra cuestión. Muchas personas, además de yo mismo, le pedimos que se retirara un poco de la vida pública por este motivo. Julian, por el contrario, pronto empezó a manifestar que se trataba de una campaña de difamación del Pentágono. Afirmó incluso que le habían avisado poco antes de que utilizarían trucos sucios contra él, y de que debía tener cuidado de «no caer en la trampa del sexo». A nosotros nos dijo que no podía mencionar los contactos que le habían advertido de ello, pero que se trataba de personas dignas de confianza.

En el chat, hablábamos continuamente sobre el tema.

J: A finales de semana todo habrá terminado.

D: No, no creo que eso suceda.

D: Lo que pasará es que (si no hacemos nada para evitarlo), se producirá una repercusión pública aún mayor.

D: Porque a la gente no le está gustando la manera de llevar este asunto.

D: Simplemente por eso.

D: Quieren ver que hay consecuencias.

D: Y en vista de tus declaraciones, además del hecho que estamos intentando cambiar el punto de vista de toda esta historia, esto no es lo que esperan de nosotros.

D: Todo esto no hará que la gente que se siente herida, o como sea, se retire, sino todo lo contrario.

D: Esta reacción hará que la gente se manifieste públicamente de verdad.

J: ¿Es esta la postura que quieres difundir?

D: ¿Qué postura?

J: Si es así, te voy a machacar.

D: LOL (carcajadas)

D: WTF [what the fuck] (qué demonios), J.

D: En serio.

D: ¿Qué es toda esta basura?

D: ¿Te has vuelto loco?

D: No voy a seguirte el juego mucho más, J.

D: En serio.

D: Estás disparando al mensajero de la noticia, y eso no está bien.

D: El que tiene serios problemas eres tú.

D: Y eso podría perjudicar el proyecto.

D: Y eso es lo que me importa.

D: No me estás animando mucho a ayudarte, con tu manera de actuar.

D: No me lo puedo creer.

D: ¿Has considerado, aunque solo fuera en una ocasión, en todo el mar de arrogancia en el que pareces estar sumido, que no siempre los demás tienen la culpa de todo?

D: Te deseo suerte, estoy cansado de tener que sacarte las castañas del fuego.

D: Decídete.

J: Vete y reflexiona sobre tus acciones y tus palabras. Estoy al corriente de muchos de tus comentarios, aunque tú creas que no. No consentiré ninguna deslealtad en situaciones de crisis.

D: Creo que no entiendes el alcance de la situación, J.

D: Con toda sinceridad.

D: Te repito que no voy a seguir dando la cara por ti, ni intentar minimizar los daños.

D: Mucha suerte con tu actitud.

D: Por mi parte no tengo nada de lo que me tenga que avergonzar.

J: Así sea.

¿Cómo podía hacerle ver que lo que me importaba era el proyecto? Nos recriminó que habíamos caído en la campaña de difamación y que ahora le atacábamos por la espalda.

Me había hablado de las dos mujeres, y desmentido que hubiera tenido relaciones sin preservativo, aunque sin dar más detalles. No puedo ni quiero juzgar los sentimientos de aquellas mujeres, ni el comportamiento de Julian con ellas. Su perdición fue haber tropezado con dos mujeres emancipadas, sobre todo teniendo en cuenta sus actitudes machistas, en un país en el que los criterios jurídicos en relación con la violencia de género son mucho más estrictos que en la mayoría de naciones. Debido a su repercusión mediática como estrella del pop, no en último término Julian había caído en algo que no podía controlar.

Por último, se planteó la cuestión de quién pagaría sus gastos de abogados. No podía recurrir sin más a las donaciones, puesto que se trataba de acusaciones privadas. No me hubiese opuesto a que Julian hiciera una factura por el trabajo realizado en los pasados años dirigida a la fundación, por ejemplo, para contar con los fondos suficientes para sufragar los gastos de su abogado. En varias ocasiones intenté proponérselo en el chat. Pero Julian simplemente no respondió.