Nuestra pequeña familia está cada vez más unida. Entretanto hemos pasado unas vacaciones conjuntas con todas las niñas en la isla de Bali. Las niñas hablan aún hoy con entusiasmo de estas vacaciones. A veces pasamos un fin de semana con ellas en un pequeño camping. Son días relajantes para todos, y nos alegramos cada vez que las hijas de Markus pueden venir de visita y pasar el fin de semana con nosotros.
Mientras el número de libros de bolsillo vendidos en los países de habla alemana se está acercando al millón, yo empiezo a plantearme cada vez con mayor intensidad cómo será mi futuro profesional. Mientras tanto he reanudado el contacto con Ana, del grupo de las madres que educan solas a sus hijos, y la visito con cierta frecuencia en su granja. Me impresiona su modo de vida. Como me siento siempre muy a gusto con ella y también le encuentro gusto al trato con sus animales, de repente me imagino perfectamente llevando también una vida retirada en una granja. A Napirai y Markus, en cambio, no les entusiasma en absoluto esta idea. Sigo, pues, reflexionando y poco a poco se me va metiendo en la cabeza la idea de que podría regentar un hotel o abrir un restaurante. Para dejarme abiertas todas estas posibilidades, he aprendido entretanto en diferentes cursillos el manejo de ordenadores y cómo se lleva la contabilidad, cómo se elabora queso y cómo se dirige un hotel o un restaurante. Pero aún no sé exactamente en qué consistirá mi nueva profesión, ni cuándo y, ante todo, dónde empezaré a dedicarme a ella. Lo que me resulta más atractivo es la idea de adquirir —tal vez en sociedad con otros— un pequeño hotel. En mi imaginación lleva ya el nombre «Hotel de la masai blanca» y está decorado en estilo africano. En busca del hotel adecuado recorro toda Suiza hasta el Tesino y noto en el acto que en este entorno podría encontrarme muy a gusto.
Poco después mi vista se clava en un anuncio en el periódico: «Cursillo intensivo de italiano durante cuatro semanas en el Tesino, inicio: dentro de una semana». Como Napirai estará de vacaciones en estas fechas, nos inscribo a ambas espontáneamente. Ahora hay que encontrar una vivienda vacacional adecuada, lo que no representa ningún problema en el mes de febrero. Me hace gracia la idea de que madre e hija irán juntas a clase. Pero después ocurre que para Napirai no resulta siempre tan divertido. Por las tardes hacemos excursiones o visitamos lugares de interés. Para la época del año, el clima en el Tesino es sorprendentemente suave, casi primaveral. Tras una semana siento ya tanto entusiasmo por la pequeña ciudad de Lugano, el lago, las montañas cercanas, por todo el panorama que recuerda un poco a Río de Janeiro, que ya no me quito de la cabeza la idea de que este podría ser el lugar de mi, mejor dicho, de nuestro futuro cercano.
A Napirai también le gusta mucho, aunque le costaría tener que separarse de sus compañeras de clase. Por otra parte, también a ella le resulta atractiva la vida en una pequeña ciudad que ofrece más posibilidades a una muchacha a punto de entrar en la pubertad que nuestra vida actual en un pueblo. Comentamos los pros y los contras, y estoy convencida de que Napirai, a sus trece años, encajará perfectamente un traslado de domicilio. Es una chica que, con su forma de ser tranquila, a veces casi silenciosa, establece, sin embargo, contacto con otras personas, algo que he podido observar con frecuencia durante nuestros viajes en vacaciones. Hasta a los obstáculos lingüísticos se enfrentaba con gestos de las manos o de los pies. Sin embargo, es también muy sensible. Ante acontecimientos tristes tiene reacciones extremas. Cuando paseamos por las calles, se para ante cada mendigo o músico callejero para echarle una moneda en la gorra. Si no soy yo quien le da el dinero, lo da de su asignación personal. Incluso quiere ayudar a propietarios de restaurantes cuyos locales están vacíos. Entonces exclama:
—Mamá, mira, no hay nadie. ¿No te apetece tomar un café? Yo también tengo mucha sed.
Ya cuando era aún una niña pequeña, ayudaba a niños todavía más pequeños que ella si se habían caído, independientemente de si los conocía o no. Lo que resulta terrible es si ve sufrir a un animal. Este tipo de experiencias no las olvida a veces durante años.
Con su estatura de casi un metro ochenta parece mayor de lo que es, y por eso a veces le exigen demasiado. Espero que un traslado de domicilio no le resulte muy problemático, pero estoy plenamente convencida de que no tardará en establecer contactos. Pese a que Napirai sabe entretenerse muy bien sola, es una muchacha muy comunicativa que necesita tener gente a su alrededor que le caiga bien. Es creativa, dibuja, escribe cartas y a la vez escucha música durante horas. Tiene un oído musical muy seguro y una hermosa voz. Las actividades deportivas, en cambio, no son lo suyo. El único movimiento que le gusta es el baile. Para bailar dispone de mucha energía. Sí, estoy orgullosa de mi niña, cariñosa, sensible y abierta.
Superaremos sin problema el cambio de domicilio y seremos felices, pues siento en lo más profundo de mi corazón que nuestro tiempo en nuestro actual lugar de residencia ha llegado a su fin. El mayor obstáculo al que tendremos que enfrentarnos es el idioma italiano, sobre todo para Napirai en el colegio. Pero otras familias con tres o cuatro hijos también superan un cambio de domicilio al extranjero. ¿Por qué no íbamos a atrevernos nosotras? Además, Napirai tiene una excelente memoria y mucho talento para los idiomas. Más tarde estará muy contenta de dominar otro idioma más.
Al principio a Markus no le entusiasman para nada mis planes, porque teme no encontrar trabajo en el Tesino. Por lo tanto contesta negativamente. Tras las primeras dos semanas del cursillo de italiano llevo a Napirai a casa, después vuelvo al Tesino y finalizo el cursillo. Las primeras frases en italiano se me quedan grabadas y de repente se me hace tremendamente duro tener que despedirme. En casa ya no recupero la tranquilidad, de modo que para mí es un hecho definitivo: tengo que cambiar de domicilio, porque allí, en el sur de Suiza, me espera alguna tarea.
Markus es encantador. Entretanto ha solicitado con éxito un puesto en el Tesino y se ha mudado ya, antes que nosotras, a una vivienda vacacional para poder empezar en su nuevo trabajo. Napirai aún puede ir al colegio casi hasta las vacaciones de verano antes de que, tras una larga búsqueda, nos traslademos a nuestro nuevo y hermoso piso. Encontrarlo se debió nuevamente a la suerte. Antes había mirado con detenimiento todos los periódicos del Tesino y todos los días los anuncios que aparecían en internet, y además me tomé la molestia de dos viajes semanales de seis horas cada uno entre ida y vuelta solo para comprobar que el piso en cuestión era demasiado pequeño o no se encontraba en el lugar deseado. Pero encontré el piso de nuestros sueños hojeando por casualidad un periódico de Zúrich. Durante semanas no se me había ocurrido mirar este periódico, pero cuando Markus llevaba ya dos meses viviendo en el Tesino y nosotras habíamos recibido otra respuesta negativa, porque el propietario del piso prefería una familia nativa del lugar, miré sin grandes esperanzas aquel periódico y descubrí bajo la rúbrica Tesino un único anuncio, que, como supimos más tarde, se publicó una sola vez y que se refería al piso en el que ahora vivimos: disponibilidad inmediata para alquilarlo.
Como ahora ya sabemos dónde vamos a vivir en el futuro, quiero inscribir a Napirai en su nuevo colegio antes de las vacaciones de verano. Con mi precario italiano concierto por teléfono una entrevista para poder ver el colegio y conocer al tutor de la clase, pues considero importante que aún antes de las vacaciones Napirai pueda echar un vistazo a sus futuros compañeros y al lugar. Dos días antes de que el colegio cierre por vacaciones, nos desplazamos al Tesino con una sensación algo dudosa, pero los profesores son tan amables y afectuosos que mi hija pierde gran parte de su miedo. Ahora puede esperar el nuevo curso escolar con curiosidad y también con algo de alegría.
De vuelta en la Suiza alemana, empiezo inmediatamente a organizar nuestra mudanza. Markus apenas me puede ayudar, porque trabaja ya en el Tesino. Cuando veo cuánto cuesta la mudanza a través de una empresa especializada, decido ocuparme en persona del traslado. En una empresa de alquiler de coches inspecciono el vehículo más grande que se puede conducir con el carnet para turismos y llego a la conclusión de que con esta camioneta tenemos suficiente. Todo aquello que no cabe será vendido o regalado durante los próximos días. Solo embalamos lo más importante y eso aún es más que suficiente. No para todo encontramos compradores interesados. Sobran todos los muebles de la habitación de Napirai, que compramos hace solo cinco años, y algunas cosas más, por lo que avisamos a la empresa Brockenhaus, una institución a la que se entregan de manera gratuita los muebles que ya no se necesitan. Luego los venden a precios económicos y donan el producto de la venta a fines benéficos. Los empleados de esta institución aceptan inmediatamente recoger en la fecha acordada los muebles que nos sobran.
El gran día se acerca cada vez más y Markus y yo aún no sabemos quién nos ayudará a la hora de embalar, porque no forma parte de mi carácter molestar a los amigos por problemas de mudanza. Pienso que de algún modo los verdaderos amigos ya darán señales de vida. Y así es: cuatro días antes de la mudanza Anneliese anuncia que podemos contar con ella y que va a ser una ayuda activa. También Ana se presenta el día de la mudanza en compañía de su hijo, que entretanto se ha convertido en un muchacho fuerte, y con una de sus hijas adultas. Mi padre, con quien no tuve ningún contacto durante mucho tiempo desde el divorcio de mi madre, acude para ayudarnos a embalar nuestras pertenencias. Estoy realmente emocionada. También a Napirai la ayudan dos amigas y así por la noche, dos días antes del largo viaje al sur, todos nuestros enseres han quedado perfectamente embalados. Todo lo que no cabe o que ndie ha querido quedarse, será recogido mañana por la empresa Brockenhaus. Pasamos la última noche durmiendo en el piso vacío sobre colchonetas hinchables. Temprano por la mañana, Markus se pone en marcha con la camioneta, en compañía de mi padre. Yo les sigo con nuestro coche abarrotado hasta los topes. Napirai pasa su último día de colegio en Bäretswil.
En el Tesino subimos todas nuestras pertenencias al nuevo piso con unas temperaturas tropicales de treinta y cinco grados. Cuando estamos en pleno trabajo, sudando la gota gorda, el teléfono suena de repente. Un empleado de la empresa Brockenhaus me comunica que no les interesan los muebles que hemos dejado en el antiguo piso. Crispada, pregunto por el motivo de este cambio de opinión, y me contesta que los muebles de la habitación infantil son difíciles de vender sin el colchón. Y que la pared posterior del armario ropero es de madera contrachapada y no de madera maciza. ¡Sus exigentes clientes no quieren muebles de tan escasa calidad! Y además hay dos etiquetas pegadas en la estantería. También el resto de los muebles es motivo de crítica, como si la condición para que ellos acepten el mobiliario fuese que todo esté sin usar. Cuando contesto un poco malhumorada que debe de tratarse de una broma, pues al fin y al cabo no hemos vivido rodeadas de basura, el impertinente empleado dice que están dispuestos a llevarse las cosas si les pago por hacerlo. Ahora sí que estoy furiosa y les digo que lo dejen todo donde está y que abandonen el piso. A partir de este día he dejado de entender el sentido de esta organización.
Tremendamente indignados, recorremos el mismo día el largo trayecto de vuelta para devolver el vehículo alquilado. Antes, tenemos que cargar todos los muebles y desmontar la habitación infantil. Napirai se siente decepcionada al ver que ni siquiera los de la empresa Brockenhaus demuestran interés por sus hermosos muebles. Lo cargamos todo en la camioneta y se lo llevamos a un compañero de Wetzikon, que entiende nuestra situación y se ha ofrecido a llevar el lunes todos los muebles a la incineradora de basura. Cuando al fin lo hemos descargado todo, ya son más de las diez de la noche. Antes de subir al coche, descubro en el jardín de enfrente un grupo de africanos que nos observan llenos de curiosidad mientras su fiesta en el jardín parece estar tocando a su fin. Se me ocurre una idea y le digo a Markus:
—Pasa un momento y diles que todo lo que ven aquí se lo pueden llevar gratis.
Le contestan asintiendo amablemente con las cabezas. Completamente agotados, pero orgullosos de haberlo solucionado todo, devolvemos finalmente la camioneta y media hora después volvemos a pasar en mi coche ante el cobertizo donde estaban colocados nuestros muebles. Sentimos una gran alegría al comprobar que todos nuestros objetos han encontrado un propietario feliz. Al día siguiente le cuento a Napirai que en el futuro algún niño africano dormirá en su antigua cama y se sentirá muy satisfecho con los muebles de su habitación. Ahora brillan también sus ojos.
Tres meses después de nuestro primer cursillo de italiano vivimos ya todos juntos en Lugano. Napirai se está aclimatando cada vez mejor, pese a que lógicamente sigue echando mucho de menos a sus antiguas amigas, pero tres horas de viaje en tren tampoco representan una distancia insuperable. Seguimos viviendo en Suiza y no en África, y hasta la fecha nadie de nosotros se ha arrepentido del espontáneo cambio de domicilio. Nuestro piso forma parte de una antigua mansión, y la propietaria es para nosotros un auténtico sol, como amiga y como abuela moderna.
Desde que estoy aquí en el Tesino, siento cada vez con mayor frecuencia la necesidad de cumplir el deseo de muchas lectoras y lectores y de escribir la continuación de mi opera prima, mi primera obra. ¡Antes ni se me habría pasado por la cabeza! Pero aquí, con las temperaturas a veces casi tropicales, con la preciosa vista sobre el lago y la gente tan interesante a la que hemos conocido, seguro que no me resultará nada difícil. De este modo podré, al fin, contestar a las numerosas preguntas que me siguen llegando a diario, incluso en la actualidad. Este trabajo me ilusiona, y me siento feliz y satisfecha. Aplazo indefinidamente los planes de adquirir un hotel.
De nuevo me sorprende comprobar cómo un determinado segundo en la vida puede decidirlo todo y cambiar de pronto el ritmo acostumbrado en otra dirección. ¡Solo hay que tener el valor de permitirlo!