Mientras contemplaba el pastel en la cocina, oía a mis amigos que hablaban y se reían en el comedor. Tara también estaba con ellos. Sabía que ella me esperaba detrás de la puerta, lista para alargar el pie y hacerme caer de bruces. Para volver a dejarme en ridículo. Pero esta vez no iba a ocurrir.
Cogí el pastel con las dos manos y me dirigí hacia el comedor con mucho cuidado. Mi madre me seguía, como la última vez. Cuando llegué a la entrada, me detuve para mirar al suelo. Ni rastro del pie de Tara. Con gran cautela, entré en la estancia.
Un paso. De momento, bien.
Otro paso. Ya estaba dentro del comedor.
¡Lo había conseguido! Sólo tenía que dar cinco pasos más hasta la mesa y me habría salvado.
Di otro paso al frente y luego otro, pero de repente noté un tirón en el pie. Tara me había agarrado por debajo de la mesa. ¡Así que ahí era donde se había escondido! Lo sabía. Pero ya era demasiado tarde.
Todo ocurrió como en cámara lenta, como si fuera un sueño. Después de que me tirara del pie, oí una risita traviesa.
«Oh, no —pensé—. Ha ocurrido. He perdido el equilibrio.»
Mientras caía, volví la cabeza y vi a Tara que me miraba con una sonrisa maléfica. Quería matarla. Pero antes tenía que aterrizar con la cara en el pastel.
En efecto, cuando me volví, ¡zas!
Todos se partieron de risa al verme con la cara cubierta de chocolate. Para colmo, la que más se reía era Mona. La segunda vez incluso había sido más ridícula que la primera.
Me quedé sentado en el suelo, cubierto de pastel, preguntándome cómo había podido ser tan estúpido. ¿Por qué había pedido ese deseo? Nunca más volvería a desear nada.
Después de lavarme un poco conseguí sobrevivir el resto de la fiesta. Cuando me acosté esa noche pensé: «Al menos ya ha pasado todo».
Apagué la luz y me tapé con las mantas hasta arriba.
«Ya ha pasado —me repetí—. Ahora me dormiré y cuando me despierte mañana todo volverá a ser normal.»
Cerré los ojos y me quedé dormido, pero en sueños volví a revivir escenas de aquella horrible fiesta de cumpleaños. La pesadilla de mi fiesta se convirtió en una pesadilla de verdad. En el sueño estaba Tara, diciéndole a Mona que me gustaba. La cara de Mona se tornaba gigantesca y no cesaba de reír. Ceecee, Rosie y los chicos también se reían de mí. Yo tropezaba y me caía en el pastel una y otra vez.
Mientras daba vueltas en la cama, los sueños se volvieron más siniestros. Mis amigos se convirtieron en monstruos horribles, pero la criatura más terrorífica era Tara. Su imagen se disolvía mientras se burlaba de mí con unas carcajadas estremecedoras.
«Despierta—me dije—. ¡Despiértate!»
Poco a poco conseguí liberarme de ese mundo de pesadillas. Me incorporé en la cama y me di cuenta que estaba bañado en un sudor frío.
En mi habitación todavía reinaba la oscuridad. Eché un vistazo al reloj: las tres de la mañana.
«No puedo dormir —pensé nervioso—. No consigo calmarme. Tengo que contarles a papá y mamá lo que ha ocurrido. Tal vez ellos puedan ayudarme y me hagan sentir mejor.»
Salté de la cama y corrí por el oscuro pasillo hasta su cuarto. La puerta estaba entreabierta.
—¿Mamá? ¿Papá? ¿Estáis despiertos? —susurré, abriendo la puerta.
Papá se revolvió un poco y gruñó:
—¿Mmmm?
Me acerqué a mamá y la sacudí por el hombro.
—¿Mamá?
Mamá se despertó.
—¿Qué pasa, Michael? —preguntó en un susurro. Se incorporó y agarró el despertador. A la tenue luz azul de los números, vi que entrecerraba los ojos para intentar leer la hora.
—¡Pero si son las tres! —exclamó.
De pronto papá lanzó un ronquido y se incorporó.
—¿Eh? ¿Qué?
—¡Mamá, escúchame! —le susurré—. Hoy ha pasado algo rarísimo. ¿No lo habéis notado?
—Michael, ¿qué…?
—Mi cumpleaños —expliqué—. Tara estropeó mi cumpleaños y yo deseé que pudiera volver a empezar para poder arreglarlo. ¡Pero no creí que fuera a hacerse realidad! ¡Y resulta que hoy ha vuelto a ser mi cumpleaños y todo ha ocurrido exactamente igual! ¡Ha sido horrible!
Papá se frotó los ojos.
—¿Eres tú, Michael?
Mamá le dio unos golpecitos en la espalda.
—Duérmete, cariño. Michael ha tenido una pesadilla.
—No, mamá. No era una pesadilla —exclamé—. ¡Era real! Mi cumpleaños ha sucedido dos veces y vosotros estabais presentes en las dos. ¿No lo ves?
—Mira, Michael —empezó a decir mamá. En su voz noté un tono de impaciencia—. Ya sé que estás ilusionado con tu cumpleaños, pero aún faltan dos días. Sólo tienes que esperar un poco más, ¿vale? Ahora vete a la cama y descansa.
Me dio un beso de buenas noches.
—Dos días más y será tu cumpleaños. Hasta mañana.