«Epicuro saluda a Heródoto.
35. Querido Heródoto, para los que no sean capaces de dar cuenta pormenorizada de cada una de las cuestiones tratadas por mí en los escritos relativos a la Naturaleza ni tampoco de comprender mis libros más voluminosos unidos a ellas preparé como cosa suficiente para ellos un resumen del total de mi obra de investigación, con objeto de que retuvieran en su mente mis conclusiones, y además las más generales, para que sean capaces de ayudarse a sí mismos en las cuestiones principales a lo largo de los diversos momentos de su vida, ayuda que guarda correlación con el grado de intensidad con el que aborden el estudio teórico de la Naturaleza. E incluso también los impuestos en esta temática es menester que recuerden de manera suficiente, en el examen que lleven a cabo de la totalidad absoluta, los caracteres básicos y fundamentales de la totalidad absoluta de mi obra de investigación. Pues tenemos una necesidad suma del enfoque global, y, en cambio, del parcial no tanto.
36. Hay que ponerse, pues, en marcha, y con vistas a llegar a ello es menester forjar continuamente en la memoria ese importante carácter básico, operación a partir de la cual se hará realidad el principal enfoque cognoscitivo sobre las cosas concretas, y, por supuesto, también el conocimiento sutil de las cosas particulares pondrá al descubierto toda propiedad de las generales, siempre que los caracteres del estudio efectuado queden bien comprendidos y sean recordados. Puesto que también una propiedad fundamental de todo conocimiento preciso de una persona dotada de perfección es la siguiente, el hecho de estar capacitado para poner en práctica con agudeza los enfoques de sus conocimientos parciales, siendo reducidos así a elementos y fórmulas simples. Pues no es posible que cobre realidad en nadie la masa de conocimientos requeridos para dominar las realidades absolutas a menos que esa masa de conocimientos sea capaz de comprender dentro de sí por medio de breves fórmulas el conjunto de datos susceptibles de ser pormenorizados.
37. De aquí se deriva el hecho, en razón de que tal método como el señalado es útil para todos los que están relacionados con la investigación de la Naturaleza, de que la claridad global en la investigación de la Naturaleza y que infunde más que ninguna de estas operaciones tranquilidad a la vida recomienda que se haga un compendio y esquema básico, como los señalados, del conjunto de conclusiones parciales a que se llegó en nuestro estudio pormenorizado.
Pues bien, querido Heródoto, antes de nada es menester dar por comprendidos los significados inherentes a los significantes, con objeto de disponer de los medios para concretar las cuestiones que son tenidas como conclusiones finales o están sometidas a investigación o son de difícil solución, lo que se logra aplicando aquellos significados a estas cuestiones, y para que así no nos quede cuestión alguna sin concretar al llevar nuestras demostraciones al infinito o, en otro caso, manejemos significantes vacíos de significado.
38. Pues es forzoso que sea comprendido a la primera el significado correspondiente a cada significante y que ese significado no requiera más demostración, si es que hemos de disponer de un criterio al que referir la cuestión objeto de investigación o la de difícil solución y también la dada por sabida. Y si es menester comprobar toda cuestión por su referencia a las sensaciones y concretamente a los enfoques que acompañan a las cuestiones, producidos bien por la reflexión o bien por cualquier criterio que sea, entonces es menester comprobar también toda cuestión por su referencia a los sentimientos que se originen en esa operación, con objeto de disponer de unos criterios con los que hemos de interpretar no sólo lo presumible sino también lo incierto.
Luego, una vez que hayamos tomado cumplida cuenta de estos principios, es menester, entonces ya, que con ayuda de ellos reflexionemos acerca de las cuestiones inciertas.
Por un lado, lo primero es que nada nace de lo que no existe, puesto que, si así fuera, cualquier cosa habría nacido de cualquier cosa, sin necesitar para nada semilla alguna.
39.Por otro lado, si las cosas que van desapareciendo se consumieran pasando a lo que no existe, entonces también todas las cosas habrían perecido, al no existir las cosas en que disolverse.
Y hay que dar por garantizado también que el universo siempre fue tal como ahora es, y que siempre será así, pues to que no hay nada en que transformarse, pues fuera del universo no hay nada que, luego de introducirse en él, pu diera causar la mutación.
Pasando a otro punto hay que dar por garantizado también (añadido de los escolios: “Epicuro afirma esto no sólo en el Compendio Grande, sino también en el libro primero Sobre la Naturaleza”) que existe el universo. En efecto, que existen, por un lado, los cuerpos lo atestigua en todos los aspectos la propia sensación, criterio por referencia al cual es forzoso deducir, mediante el razonamiento, lo incierto, justamente como antes anticipé.
40. Por otro lado, si no existiera lo que denominamos vacío, espacio y realidades intangibles, los cuerpos no tendrían lugar alguno donde estar ni tampoco por donde moverse, precisamente como es claro que se mueven. Pero fuera de estas realidades no hay nada, y no hay medio de que sean imaginadas otras ni por vía de comprensión ni por un procedimiento equivalente a los datos susceptibles de comprensión, a condición de que sean tomadas como seres completos y no interpretadas como se interpretan las propiedades o accidentes de esas realidades realmente existentes.
Y hay que dar por garantizado también que unos cuerpos son compuestos, y otros aquellos a partir de los que se forman los compuestos.
41. Estos últimos cuerpos son los átomos, que deben ser indivisibles e inmutables si es que no han de estar condenadas todas las cosas a consumirse reducidas a lo que no existe, sino si, llenas de resistencia, han de subsistir en medio de las disoluciones de los cuerpos compuestos, en un estado de plenitud de su naturaleza si son cuerpos que no disponen de medios o maneras de ser disueltos. La consecuencia obligada de esto último es que los principios indivisibles o átomos son realidades del grupo de los cuerpos.
Pasando a otro punto hay que dar por garantizado también que el universo es infinito, puesto que lo finito tiene extremo y, a su vez, el extremo se percibe que está contrapuesto a algún otro extremo. La consecuencia de ello es que el universo, al no tener extremo, no tiene fin, y, al no tener fin, será infinito y no finito.
Y hay que dar por garantizado también que el universo es infinito tanto en el número de cuerpos como en la magnitud del vacío.
42. Pues si el vacío fuera infinito y, en cambio, los cuerpos limitados, no permanecerían quietos en ningún sitio los cuerpos sino que andarían errantes por el vacío infinito al no disponer de los medios que les sirvan de soporte y acogida[79] en los rebotes. Y si el vacío fuera limitado, entonces los cuerpos infinitos no tendrían lugar alguno donde instalarse.
Y, además de esto, los átomos, cuerpos indivisibles y completos, de los que se forman y en los que se disuelven los cuerpos compuestos, no son susceptibles, por lo que toca a sus formas, de ser abarcados por las diferencias de estas, puesto que no es posible que se formen tan numerosas diferencias reales a base de las mismas formas si estas se dejan abarcar. Y también, si nos referimos a todas y a cada una de las configuraciones que pueden adoptar los átomos, resulta que las configuraciones iguales son completamente infinitas, pero en lo tocante a sus diferencias no son completamente infinitas, sino sólo interpretadas como si fueran infinitas,
43. (Escolios: “En efecto, más en el interior de esta obra afirma que la división de las cualidades de los cuerpos no alcanza al infinito, y da esa explicación porque las cualidades experimentan mutaciones”).
si se quiere no proyectar esas diferentes configuraciones de los átomos también en lo tocante a su tamaño completamente hasta el infinito.
Y los átomos se mueven continuamente (escolios: “Y más en el interior de esta obra afirma que ellos se mueven también a igual velocidad, al dejar el vacío igual paso libre al más ligero que al más pesado”) durante toda la eternidad, y algunos de ellos se distancian unos de otros un gran trecho, mientras otros retienen su propio impulso si coinciden estar inclinados sobre el entramado de átomos o recubiertos por los lazos de estos.
44. Pues, por un lado, la naturaleza del vacío, que es la que delimita cada átomo en su individualidad, faculta este proceso, al no estar capacitada para producir un medio de descanso, y, por otro, la dureza que asiste por principio a los átomos hace que salgan despedidos impetuosamente a una distancia proporcional al choque con otros átomos, hasta un lugar donde el entramado de átomos permita la reanudación del proceso tras un nuevo entrechoque. Y no hay principio de esta serie de procesos, siendo sus causantes los átomos y el vacío. (Escolios: “Y más en el interior del libro afirma que tampoco asiste cualidad alguna a los átomos excepto forma, tamaño y peso. Y que el color de los átomos cambia según la posición de estos lo afirma en las Doce acciones básicas, y que no asiste a los átomos toda clase de tamaños, pues por lo menos jamás ha sido visto un átomo con conciencia de ello”).
45. Justamente tan importante razón como la enunciada proporciona, si se recuerdan continuamente todos sus elementos, el fundamento suficiente para la comprensión de la naturaleza de los seres.
Pasando a otro punto, hay que tener por garantizado que hay también mundos infinitos, unos iguales a este y otros distintos, pues los átomos, al ser infinitos como anteriormente se demostró, se desplazan a los lugares más apartados incluso, puesto que los átomos de esta naturaleza, con los que podría formarse o por medio de los que podría ser constituido un mundo, no quedan agotados ni con un solo mundo ni con mundos limitados, ni con cuantos son como estos ni con cuantos son diferentes a estos. La consecuencia de ello es que no hay nada que impida la infinitud de los mundos.
46.Y hay que dar por garantizado que hay también arquetipos de formato igual a los sólidos, alejados por su finura un gran trecho de los cuerpos visibles. Pues no es imposible que en la envoltura de los cuerpos visibles se formen emanaciones semejantes a ellos ni que se formen unas realidades semejantes adecuadas a la elaboración de su oquedad y finura, ni efluvios que conserven las sucesivas posiciones y grados, los mismos que poseían también en los sólidos. Y nos referimos a esos arquetipos con el nombre de imágenes.
Y hay que dar por garantizado también que el desplazamiento de las imágenes a través del vacío, al realizarse sin que salga a su encuentro ningún cuerpo que choque con ellas, cubre en un tiempo inconcebible toda distancia susceptible de ser abarcada por la mente. Pues entrechoque y ausencia de entrechoque de cuerpos guarda correspondencia recíproca con la lentitud y la rapidez respectivamente.
47. No hay que dar por buena en modo alguno, si enjuiciamos los tiempos de llegada de cada imagen por medio de la razón, la idea de que las referidas imágenes llegan a la vez, como ocurre con los cuerpos sólidos en movimiento, a los más diversos lugares (pues ello es cosa contraria al acto discursivo). Y son estos, los cuerpos sólidos en movimiento, los que llegan simultáneamente, contado el proceso de acuerdo con la sensación que tenemos del tiempo, a los más diversos sitios, aunque inicien el movimiento desde cualquier parte del infinito donde estén apartados unos de otros y no desde un sitio al que constriñamos nosotros el movimiento, pues la potencia del contrachoque de cada cuerpo sólido será proporcional a la distancia que recorrerá, aunque admitamos que la rapidez del movimiento no ha de sufrir contrachoques hasta cierta distancia. Es útil, pues, retener en la mente este principio básico también. Luego, que las imágenes se han servido de una finura insuperable, ningún testimonio de las cosas visibles lo contradice. De donde se deriva que tienen también una rapidez insuperable, al tener todo paso hecho a su medida para que ninguna de ellas contrachoque con el mundo infinito o para que contrachoquen pocas, mientras en el caso de numerosos átomos su paso es adecuado para que contrachoquen algo también con infinitos átomos tan pronto como se ponen en movimiento.
48. Junto a estos datos hay que retener en la mente que la velocidad de la formación de las imágenes corre pareja con la velocidad del acto mental de imaginárselo. En efecto, no sólo se produce una corriente dimanante de cualquier parte de los cuerpos, a un ritmo de notable continuidad, corriente que no aparece a la vista por medio de alguna señal[80] en razón de que el vacío producido en los cuerpos por esa corriente se rellena con una materia equivalente, corriente que conserva la posición y el orden que los átomos tenían en el cuerpo sólido durante mucho tiempo, aunque empieza a diluirse en algún momento, sino que también se producen en la envoltura de las imágenes que se van formando sustancias, a gran velocidad, por no requerirse que el completamiento de las imágenes se haga en profundidad, y hay además algunos otros modos generadores de realidades como estas enunciadas.
Pues si analiza uno cómo retraer, desde las realidades objetivas hasta nosotros, la fuerza de las cosas que operan en nuestro interior (con lo que analizamos también cómo retraer las afinidades sensoriales entre ellas y nosotros), ninguno de los procesos de esta nuestra explicación se contradice con el testimonio de nuestras sensaciones de los mismos.
49. Es preciso también hacerse a la idea de que nosotros vemos y entendemos las formas de las realidades objetivas por medio de la irrupción en nosotros de parte de estas realidades. Pues no hay objetos que pudieran grabar su zona externa, referida a la constitución que les es propia de color y forma, ni valiéndose para ello del aire, intermedio entre nosotros y ellos, ni tampoco valiéndose de los rayos o de cualesquiera otras corrientes que parten de nosotros hacia ellos, sino que, de la misma manera que irrumpen en nosotros algunos arquetipos, así irrumpen en nosotros desde las cosas, concretamente desde su color y desde la forma adecuada a él, las formas, que producen un movimiento veloz hasta llegar, según el tamaño correspondiente, a la vista o a la intuición;
50. luego, la imagen que irrumpe en nosotros produce, en razón de ese su movimiento veloz, la impresión de un todo único y continuo, y el conjunto de emociones que emanan del objeto base las conserva en sí misma en proporción al correspondiente impacto procedente del mismo objeto base, impacto que depende de la configuración profunda de los átomos en el interior del cuerpo sólido. Y la impresión que recojamos, en nuestras apreciaciones mediante un acto discursivo o mediante los órganos sensoriales, bien de la forma de los cuerpos o bien de sus accidentes, esa forma pertenece al cuerpo sólido si se produce en plena adecuación al grosor que viene del cuerpo, pero en otro caso, esto es, si se produce mengua de la forma en comparación con el grosor del cuerpo sólido, entonces esa forma pertenece a la imagen del cuerpo sólido.
La mentira y el error se encuentran entre los supuestos pendientes siempre de ser confirmados o no ser confirmados por un testimonio, surgiendo la mentira y el error precisamente cuando esos supuestos no son confirmados luego por el testimonio de la imagen inamovible que hay dentro de nosotros mismos, imagen conectada con la aprehensión imaginativa del cuerpo sólido, pero que guarda respecto a este una separación, imagen por referencia a la cual surge la mentira cuando el supuesto inicial no es confirmado luego por esta imagen.
51. Pues, por un lado, la equivalencia de las imágenes captadas como en fotografía (sucediendo ello bien entre sueños o bien por algunas otras aprehensiones propias del acto discursivo o de los demás criterios) con los seres auténticos y a los que nos referimos con el apelativo de verdaderos no se daría nunca si no fueran algo real también los puntos de referencia con los que comparamos esa equivalencia. Y, por otro lado, el error no se daría si no captáramos dentro de nosotros mismos también alguna otra inmovilidad de imagen[81], conectada con el cuerpo sólido pero guardando respecto a él una separación. Pues bien, en el caso de que el supuesto inicial no sea confirmado o sea contradicho por el testimonio de esta imagen conectada con la aprehensión imaginativa del cuerpo sólido, pero que guarda respecto a él una separación, surge la mentira, y en caso de que ello sea confirmado o no sea contradicho por ese testimonio, la verdad.
52. Así pues, también esta doctrina es preciso retenerla en la mente, y bien tenazmente, para que ni los criterios que operan basándose en las fuerzas de las cosas que actúan dentro de nosotros sean destruidos ni el error, garantizado como tal error, igualmente por referencia a las mentadas fuerzas, confunda todo.
Pasando a otro punto hay que dar por garantizado que el hecho de la audición es cosa propia de un soplo procedente del objeto que habla o que resuena o que hace ruido o que produce de la manera que sea una sensación acústica. Y la corriente esa se difunde en partículas provistas de elementos iguales al todo original, conservando la cosa esa de las partículas algún tipo de comunión de sensaciones de forma solidaria entre sí a la vez que también su propia unicidad específica, que remonta hasta el objeto emisor y que reproduce en nosotros al fin la sensación propia del objeto emisor de una manera bastante completa, y, si de una manera tan fiel no, haciéndonos claro sólo la parte exterior.
53. Pues sin hacer remontar al objeto emisor algún tipo de comunión de sensaciones que de él emanan no se daría al fin en nosotros esa sensación similar a la original. Por consiguiente, hay que creer no que el aire por sí solo adopta una determinada forma por efecto de la voz emitida o también por efecto de fenómenos de origen semejante (pues el aire dista mucho de experimentar ese proceso por efecto de la voz), sino que el impacto que se ocasiona dentro de nosotros cada vez que emitimos un sonido produce igual al impacto una descarga de determinadas partículas, que al fin van a terminar en una corriente de aire, impacto que es quien en última instancia nos proporciona la sensación auditiva. Ciertamente también hay que hacerse a la idea de que el olor, exactamente igual que la audición, no produciría nunca sensación alguna del fenómeno si no hubiera determinadas partículas, que se ponen en movimiento a partir del objeto emisor, hechas a la justa medida como para poner en funcionamiento este órgano sensorial, unas siendo confusas y de parecido diferente al original, pero otras inconfundibles y apropiadas.
54. Ciertamente también hay que pensar que los átomos no poseen ninguna cualidad de las cosas visibles excepto forma, peso y tamaño y cuantas cosas son por necesidad connaturales a la forma. Pues toda cualidad cambia, y en cambio los átomos no cambian en absoluto, precisamente porque es preciso que subsista en medio de las disoluciones de los cuerpos compuestos alguna cosa sólida e indisoluble, que es la que no reducirá a la nada ni traerá de la nada los cambios, sino que los tratará en muchos cuerpos como simples transposiciones y en algunos como accesos y recesos.
De aquí se deriva la necesidad absoluta de que los elementos que no experimentan transposiciones sean incorruptibles y no posean la naturaleza propia del ser que cambia sino masas y configuraciones propias. Pues estas características también es necesario que subsistan.
55. En efecto, en las cosas que a nuestro alcance son so metidas a un proceso de cambio de figura según el desmantelamiento de su materia, se observa que su figura continúa presente en esas cosas y en cambio que sus cualidades no continúan presentes en el objeto que cambia (justamente como se observa que aquello, su figura, permanece), sino que las cualidades desaparecen de la totalidad del cuerpo. Pues bien, ese elemento que permanece es bastante para producir las diferencias entre los cuerpos compuestos, justamente porque si no ha de desaparecer todo es absolutamente necesario que al menos algo subsista, y que ese algo, si no ha de quedar cosa alguna, se corrompa reduciéndose a la nada.
Pasemos a otro punto. Con objeto de que las cosas visibles no aporten testimonio en contra, realmente no se debe suponer que en los átomos existe todo tipo de tamaños, sino que debe suponerse que existen determinadas variaciones de tamaño, puesto que si le asiste esta característica se dará cuenta mejor de las cuestiones relativas a los sentimientos y a las sensaciones.
56. La idea de la existencia de cualquier tamaño de los átomos ni es buena para explicar las diferencias de cualidad (aunque pasemos por alto que, en ese caso, los átomos hubieran llegado hasta nosotros dejándose ver, lo que no se observa que ocurra) ni cabe imaginar de qué manera se haría visible un átomo.
Además de estas constataciones hay que pensar que en el cuerpo concreto no hay partículas infinitas en número ni de cualquier tamaño. De modo que no sólo se debe rechazar la teoría de la división de los átomos hasta el infinito progresando hacia él por átomos cada vez más pequeños, para no hacer de ese modo inconsistentes todas las cosas ni, mediante ese desmenuzamiento de los átomos, vernos forzados, en nuestros intentos de comprensión de las cosas completas, a reducir lo que tiene existencia a lo que no la tiene, sino que, además, no hay que admitir que en los cuerpos concretos tenga lugar el paso de átomos de unos cuerpos a otros ni hasta el infinito ni a átomos cada vez más pequeños.
57. Pues, por un lado, en el caso de que uno dijera alguna vez que existen en un cuerpo concreto partículas de átomos infinitas en número o de cualquier tamaño, no cabe imaginar cómo es posible eso. Y, además, ese cuerpo, que es concreto, ¿cómo sería limitado por lo que toca a su tamaño? Pues es evidente que las masas de átomos, infinitas, son de un determinado tamaño, y esos cuerpos concretos a partir de los cuales surjan esas masas infinitas de átomos, sean del tamaño que sean, resultarían ser algo infinito en tamaño. Y, por otro lado, es un hecho que contamos con una parte extrema y definida del cuerpo concreto limitado, aunque ello no sea susceptible de ser observado en sí mismo a simple vista. Pues bien, dado este hecho, no cabe menos sino interpretar que es igualmente definida también la parte del cuerpo que sigue a la primera parte, y, avanzando sucesivamente de la parte contigua a la que le precede, llegar con la mente hasta el cabo del ser, infinito según esa errónea interpretación.
58. Y el mínimo, en el átomo, perceptible en el acto de la sensación es preciso pensar que ni es tal como el cuerpo que permite pasos de un lugar a otro ni en todos los aspectos totalmente distinto, sino que guarda ciertas características comunes con los cuerpos que pasan de un lugar a otro, pero no posee como esos cuerpos posibilidad de división de partes. Al contrario, cuando a causa del parecido entre ellos de características comunes creamos que dividiremos el mínimo sensible del átomo en algunas partes, unas para aquí y otras para allá, es preciso que esas partes divididas nos resulten del mismo tamaño que el mínimo inicial. Y comprobamos estas partes mínimas de estos cuerpos que pasan de un lugar a otro una tras otra empezando por el cuerpo primero y no en igual número de partes ni asimilando los tamaños de unas partes de un cuerpo mayor con el tamaño de otras partes de un cuerpo más pequeño, sino que estas partes mínimas contabilizan el número de sus unidades de tamaños adecuándolo al tamaño peculiar de cada una de ellas, esto es, las partes más grandes contabilizando mayor número de mínimos y las más pequeñas menor número. De la misma proporción que el mínimo sensible hay que pensar que se ha servido también el mínimo que se oculta en el átomo.
59. Pues es claro que el mínimo que hay en el átomo difiere por su menor tamaño del mínimo comprobado por el acto de la sensación, pero hay que pensar que se ha servido de la misma proporción, justamente porque hemos aclarado, de acuerdo con la proporción de antes y con sólo calcular una cosa pequeña por una grande, que también el átomo tiene distintos tamaños.
En adición a lo anterior es menester pensar que estas unidades mínimas y simples constituyen el límite extremo de los distintos tamaños, unidades que procuran, según la deducción racional aplicada a los objetos invisibles, la unidad básica de medida a los cuerpos visibles mayores y menores. Pues la conjunción de características comunes que asiste a los cuerpos visibles con los átomos inmutables es bastante para que unos y otros efectúen a la par el proceso señalado hasta aquí, pero un desplazamiento de lugar a la par entre ambos no es posible que surja de esas unidades mínimas que poseen movimiento.
60. Hay que dar por seguro también, por lo que toca al espacio infinito, que no cabe referirse a un espacio de arriba o a otro de abajo como el más alto o el más bajo. Sabemos con certeza que el espacio situado por encima de nuestra cabeza, al ser susceptible de prolongación desde el punto en que nos encontremos hasta el infinito, jamás se nos mostrará, por razón de esa su infinitud, como ese supuesto punto más alto, y tampoco se nos aparecerá que un espacio que forma parte del espacio que puede ser imaginado hasta el infinito esté a la vez arriba y abajo por relación al mismo espacio que continuamente es susceptible de ser prolongado hasta el infinito. Este supuesto, en efecto, es imposible de ser imaginado. Por ello, es cosa de tomar como un único movimiento el que, por encima de nosotros, es susceptible de imaginar que llega hasta el infinito, y también como único el de abajo, aunque el móvil que parte de nosotros llegue diez mil veces, a lo largo de los espacios situados encima de nuestra cabeza, hasta los pies de los seres de arriba, o llegue otras diez mil veces a la cabeza de los que están por debajo del móvil que desde nosotros se dirige hacia abajo. Pues el movimiento tomado en conjunto nos lo imaginamos que se contrapone absolutamente cada sentido de él a su otro sentido.
61. Y ciertamente también es forzoso que los átomos sean de una rapidez idéntica, siempre y cuando se dirijan a un sitio a través del vacío, y que ningún objeto contrachoque con ellos. Pues ni los átomos pesados se dirigirán hacia allá más rápidamente que los pequeños y ligeros siempre y cuando ningún objeto contrachoque con ellos entonces, ni los más pequeños más rápidamente que los grandes, dado que tienen todo lugar de paso adecuado a su medida, siempre y cuando ningún objeto contrachoque con ellos. Ni el movimiento hacia arriba, ni los movimientos en sentido oblicuo debidos a los choques, ni los movimientos hacia abajo debidos al propio peso de los átomos son más rápidos unos que otros, pues en tanto en cuanto unos de los tipos de átomos, los más pesados y los más ligeros, conserven su propio movimiento, durante todo ese espacio de tiempo conservará cada uno un movimiento que avanza a la misma velocidad que el pensamiento, hasta que llegue a contrachocar, bien por causas externas, bien por el propio peso, contra la potencia del cuerpo que lo golpee.
62. Pasando a otro punto, al relativo a la rapidez del movimiento de los cuerpos compuestos, aunque los átomos son de idéntica rapidez por moverse hacia un solo sitio los átomos que hay en los cuerpos formados por aditamentos diversos y por moverse en el más breve tiempo continuo, sin embargo se dirá de este movimiento en los cuerpos compuestos que cada uno es más veloz que otro en el caso de que estos cuerpos compuestos no contrachoquen en un solo instante, común para todos, instante concebido como se conciben los instantes por la razón, sino con cierta y a distinta frecuencia, hasta que la continuidad del movimiento caiga bajo el dominio concreto de los sentidos. Pues el supuesto aplicado y relativo a las cosas invisibles, a saber, que los instantes concebidos por la razón han de tener movimiento continuo, no es verdad aplicado a los cuerpos compuestos, ya que todo lo comprobado directamente por la sensación o captado por aprehensión mediante la inteligencia es verdadero tanto lo uno como lo otro.
63. Y, tras lo dicho, es preciso comprobar, por referencia del problema a las sensaciones y a los sentimientos (pues así la garantía estará aseguradísima) que el alma es un cuerpo formado a base de partículas finísimas extendidas por el cuerpo entero, y sumamente parecido a un soplo de aire que lleva en sí cierta mezcla de calor y, en un sentido, parecido a uno de estos dos elementos y, en otro, al otro. Es el alma la parte que, en razón de sus partículas finísimas, ha experimentado enorme diferenciación incluso de esos mismos elementos a los que se parece, y, por razón de esta su especial finura, comparte también más los mismos sentimientos con el resto del cuerpo agregado a ella. Y, ello es claro, las facultades del alma, los sentimientos internos, la facilidad para emocionarse, la capacidad de discernimiento y aquello privados de lo cual morimos conforman todo este ser del alma, Y en verdad es preciso retener en la mente la idea de que el alma guarda en sí el más importante agente de las sensaciones.
64. Verdaderamente el alma no habría conseguido esta función de agente de las sensaciones si no estuviera recubierta de alguna manera por el resto del cuerpo a ella agregado. Y ese resto del cuerpo a ella agregado, que es quien le facilita esa función de agente de la sensación, queda también él mismo provisto de la participación de la cosa esa representada por ese atributo que le llega del alma, pero no provisto de todas las propiedades que ella posee. Por eso, una vez que el alma se ha separado del cuerpo, este no tiene la facultad de la sensación, pues tampoco antes había poseído dentro de sí mismo por derecho propio esa facultad de la sensación, sino que únicamente la facilitaba a ese otro ser, que había convivido junto con él, el alma, la que, a causa de su facultad de sensación, completada al máximo en tomo a sí gracias al movimiento que le asiste, tras hacer efectiva inmediatamente a favor de sí misma la propiedad sensitiva la transmitía, justamente como dije, también al cuerpo, en razón del mutuo contacto y de la comunidad de sentimientos que hay entre cuerpo y alma.
65. Justamente por esta razón el alma, mientras se encuentre dentro del cuerpo, no se hace jamás un ser insensible aunque algún miembro del cuerpo se haya separado, sino que, aunque algún miembro del cuerpo se le eche a perder completamente al alma porque la correspondiente parte protectora del cuerpo se le haya disuelto bien por entero o bien un miembro determinado, siempre que el alma continúa presente allí esta reacciona con veloz sensibilidad. En cambio, el resto de elementos que componen el cuerpo, aunque continúen presentes incluso todos sus miembros, no tienen sensibilidad si se ha alejado del cuerpo el ser que es el alma, sea la que sea la cantidad de átomos que colabora en la constitución del alma.
Y hay que dar por garantizado también que, si se disuelve el resto del cuerpo, el alma se difumina, y ya no tiene las mismas facultades ni tampoco se mueve, con lo que resulta que no posee tampoco sensibilidad.
66. Pues no es posible imaginar que el alma conserva la facultad de la sensación si no está inmersa en el contexto citado, ni funciona con los movimientos citados cuando la capa del cuerpo que la protege y envuelve ya no es tal. En cambio ahora, al estar el alma dentro de esa capa constituida por el cuerpo, tiene los referidos movimientos (escolios: “Epicuro dice en otros libros también que el alma está compuesta por átomos suavísimos y sumamente redondos, bastante diferentes de los del fuego, y que, a su vez, la parte irracional del alma es la que se disemina por el resto del cuerpo, y que la racional está en el tórax, como es claro a juzgar por el miedo y la alegría, y que el sueño es cosa de las partes del alma que, diseminadas por el organismo entero, se concentran en un sitio o corren de un sitio a otro y que luego chocan con…, y que el semen es aportado por el conjunto de cuerpos coexistentes”).
67. Pasando a otro punto, hay que darse cuenta además precisamente de lo siguiente, de que lo incorpóreo (escolios: “Epicuro se expresa, en efecto, ateniéndose al uso más corriente del término”) consiste en aquello que podría ser imaginado existente por sí solo a excepción del vacío. Y el vacío no puede ser ni sujeto agente ni objeto paciente, sino que únicamente facilita a través de sí el movimiento a los cuerpos. De ahí que los que pretenden convencer de que el alma es corpórea se comportan estúpidamente, puesto que no podría hacer ni padecer nada si fuera tal como aseguran esos. Pero la realidad es que esas son las dos funciones que distinguen con toda evidencia a los atributos relativos al alma.
68.Pues bien, todas estas reflexiones acerca del alma, si uno las retrotrae y las pone en relación con los criterios constituidos por los sentimientos y las sensaciones, recordando lo dicho al principio de este capítulo[82] sobre el alma, comprobará que están perfectamente resumidas en los arquetipos, hasta el punto de poder ser precisadas de forma detallada y con seguridad por estos arquetipos.
Y bien, por otro lado, tanto las formas como los colores y los tamaños, y también el peso y todas las demás cualidades con las que nos referimos al cuerpo como si estuvieran metidas en él bien por todas y cada una de sus partes o bien por uno de estos dos lugares, por la zona visible o por la reconocida por el criterio de la sensación, hay que hacerse a la idea de que ni son seres que existen independientemente por sí solos (pues no es posible confirmar esta presunción)
69. ni de que no existen en absoluto, y a la idea de que ni son entidades incorpóreas distintas al cuerpo y preexistentes ni que son partes de este, sino que hay que pensar que el total absoluto del cuerpo es un ser que conserva absolutamente su propia entidad gracias a todas las cualidades referidas, y esto no en forma tal que dé la impresión de que es un cuerpo compuesto (situación esta última que se da cuando se constituye un conglomerado mayor bien a base de entidades de tamaño elemental o bien de entidades de tamaño inferior al tamaño del total absoluto del conglomerado) sino que hay que pensar solamente, y esto lo aseguro, que el total absoluto del cuerpo es un ser que conserva gracias a la suma total de esas cualidades su propia permanente entidad. Y todas y cada una de estas cualidades están sujetas a unos enfoques de interpretación y diferenciaciones propias, pero debido a que el total del conglomerado corporal les acompaña siempre y no se separa de ellas bajo ninguna circunstancia, resulta que la cosa esa de las cualidades mentadas ha recibido su denominación según el designio global del cuerpo de que se trate.
70. Ciertamente también acontece a los cuerpos acompañarles muchas veces pero no permanentemente contingencias que ni están en el número de los seres invisibles ni son incorpóreas. De ahí que, cuando utilizamos el término de contingencias en su acepción más habitual, estamos haciendo evidente que las contingencias ni tienen la naturaleza del ser completo, naturaleza que, tras ser sometida a un proceso de síntesis por razón de su carácter complejo, llamamos cuerpo, ni la de las cualidades que acompañan permanentemente a este sin las que no es posible que sea imaginado el cuerpo. Y cada una de estas contingencias podría recibir un nombre de acuerdo con ciertos elementos de juicio que nos aporte el ser complejo,
71. pero este acto de darles nombre es imaginable solamente cuando, sea el momento que sea, se comprueba que cada una de estas contingencias está aconteciendo, dado que las contingencias no acompañan permanentemente al cuerpo. Y no se debe excluir del mundo de la realidad la siguiente evidencia, a saber, que lo que está sometido a contingencia, justamente lo que por otro nombre llamamos cuerpo, no tiene la naturaleza del todo absoluto ni la de las cualidades que lo acompañan permanentemente, y, por otro lado, tampoco se debe considerar que son seres independientes (pues tampoco se debe imaginar eso ni por lo que toca a estas entidades ni a las cualidades permanentes) sino que debe darse por sentado, precisamente lo que además es evidente, que todos los cuerpos son seres contingentes y que no acompañan permanentemente ni tampoco tienen asignado un puesto fijo por parte de la naturaleza circundante, sino que, según la manera en que la sensación determine por sí sola la peculiaridad de los cuerpos, así estos son vistos.
72. Ciertamente también lo siguiente es menester entender bien. A saber, la entidad tiempo no se debe examinar como se examinan las demás realidades que existen en los objetos, las que examinamos poniéndolas en relación con las facultades de conocimiento previas que está comprobado que se encuentran dentro de nosotros mismos, sino que se debe considerar poniéndolo en relación con su propia evidencia, de acuerdo con la cual hablamos de mucho tiempo o poco tiempo, aplicando por mor de parentesco al tiempo esta realidad. Y ni se debe abandonar las designaciones habituales del tiempo para sustituirlas por otras en la idea de que son preferibles sino que se debe utilizar aquellas que, referidas al tiempo, se nos ofrecen espontáneamente, ni se debe aplicar a ninguna otra cosa el significante que concierne al tiempo, como si esa otra cosa tuviera el mismo significado que el significante tiempo (pues también hay quienes hacen esto), sino que se le debe juzgar solamente por el significado al que asociamos y al que aplicamos sobre todo el significante tiempo.
73. En efecto, no precisa de demostración sino de reflexión lo siguiente, que el significante tiempo lo asociamos a los días y a las noches y a sus subdivisiones, e igualmente también a los sentimientos y a la ausencia de sentimientos, y a las conmociones y a la quietud, dándonos cuenta así de que este mismo fenómeno del tiempo es una contingencia que engloba a esas otras contingencias (escolios: “Y Epicuro afirma esto también en el libro segundo de su obra Sobre la Naturaleza y en el Compendio Grande”).
En adición a las afirmaciones anteriores es preciso pensar que los mundos y todo ser compuesto y limitado provistos de una estrecha semejanza formal con las cosas observadas a simple vista se han originado a partir del infinito, tras haberse desprendido todos esos seres citados, tanto los mayores como los más pequeños, de sus propias concentraciones, y pensar asimismo que se disuelven de nuevo, unos con más rapidez y otros con más lentitud, experimentando este proceso unos por unas causas y otros por otras.
74. (Escolios: “Así pues, es claro que Epicuro afirma también que los mundos son susceptibles de desaparecer, toda vez que se transmutan sus componentes. También en otros lugares afirma que la tierra se asienta en el aire”).
Además, hay que pensar que los mundos no tienen necesariamente una sola configuración sino diferentes. (Escolios: “Epicuro habla de ello en el libro duodécimo”). Pues hay que pensar que unos son esferoides y otros ovoides y otros de distintas formas, pero no que tienen cualquier forma ni tampoco que se han constituido a partir del infinito seres vivos distintos a los que conocemos. Pues que en un mundo cabría incluso que no se hubiera concentrado este tipo de semillas de las que se componen los seres animados y las plantas y todo lo demás que aquí se ve a simple vista sino otras distintas, y que, en cambio, en tal otro no hubiera podido realizarse ese mismo fenómeno, eso tampoco podría demostrarlo nadie. Por el contrarío, hay que admitir que en todos los mundos se han creado de la misma manera las mismas semillas, y de la misma forma también en la tierra.
75. Pasando a otra cosa, hay que asumir ciertamente también la idea de que la naturaleza es enseñada y obligada a cosas numerosas y de todo tipo a impulso de los propios acontecimientos, y que el razonamiento precisa después los datos aportados por ella y llega a descubrimientos en unas cuestiones más deprisa y en otras más lentamente, y en algunas a fuerza de períodos y tiempos del tamaño de esos períodos y tiempos nacidos del y a medida del infinito, y en otros en períodos y tiempos más pequeños.
De aquí resulta también que los nombres surgieron al principio no por convención, sino que la propia naturaleza de los nombres, al experimentar por cada pueblo sentimientos particulares y al captar percepciones particulares, emite de una manera particular el aire conformado por y a medida de cada uno de los sentimientos y percepciones, con lo que en cualquier momento podría darse la diferencia lingüística según los distintos lugares que ocupaban los pueblos.
76. Y sucedió que más tarde cada pueblo convino por acuerdo general en fijar nombres particulares con vistas a que las expresiones resultaran en el momento de ser expresadas menos equívocas entre sí y más breves. Y respecto a algunos objetos no conocidos de la masa sucedió que el grupo que los conocía, al tiempo que los introducía entre la masa, aportó con ellos sonidos obligados a ser pronunciados por todos, pero otras personas, tras elegir por un acto de cálculo racional en sustitución de aquellos sonidos otros adecuados al significado principal, explicaban esos objetos por esta denominación racional.
Y, ciertamente, en cuerpos situados en el espacio entre el cielo y la tierra, ni es menester pensar que sus desplazamientos, revoluciones, eclipses, ascensión y declive y los fenómenos parejos a estos empezaron porque interviniera en esta tarea ningún ser que se los asignara o asignará y que a la vez tenga toda felicidad a más de la inmortalidad, pues no se compadecen cuitas, preocupaciones, excitaciones y alegrías con la felicidad, sino que estos estados anímicos se dan en situaciones de debilidad, miedo y necesidad de ayuda al prójimo, ni tampoco pensar que esos cuerpos del espacio, a la vez que son fuego concentrado que poseen la máxima felicidad, se encargan por gusto de las evoluciones citadas. Pero es menester guardar hacia esos cuerpos todo tipo de veneración ateniéndose a todas las denominaciones que tocan a tales conceptos, a menos que nos asistan razones emanadas de los propios cuerpos que contradigan la veneración. Pues si no actuamos así, la propia contradicción ocasionará en el alma la más grande turbación. Precisamente de aquí es menester considerar el carácter, intrincado ya desde su origen, propio de los fenómenos antes mencionados como debido a una participación, común a todos estos cuerpos, en movimientos de rotación que tuvieron lugar en el momento del nacimiento del mundo, y también que en aquel entonces esa inexorable ley natural y revoluciones adquirieron su desarrollo completo.
78. Y ciertamente también es menester convencerse de que es función de la ciencia de la naturaleza dar cumplida cuenta de la causa que explica las cuestiones decisivas, y de que la felicidad se fundamenta en el conocimiento de la problemática concerniente a los cuerpos celestes, bueno, en eso y en conocer qué naturalezas son esas que se observan a simple vista correspondientes a los cuerpos celestes situados ahí en el espacio sideral y las correspondientes también a todos los seres afines a esos, todo ello con vistas a alcanzar la precisión que lleva a la felicidad.
Y a más de eso es menester convencerse de que en tales cuestiones no cabe la teoría que explica un fenómeno de diversas maneras y que dice que lo que sucede según debe suceder también puede suceder de cualquier otra manera, sino que es menester pensar que en el ser inmortal y feliz no hay absolutamente nada que le produzca agitación o perturbación. Que esta explicación es absolutamente correcta es posible comprenderlo por simple discernimiento mental.
79. Y, por otro lado, es menester admitir que los cono cimientos basados en la descripción del declive, ascensión, eclipses y todos los fenómenos de los cuerpos celestes afines a estos no contribuyen ya nada a la felicidad que proporciona el conocimiento, sino que los que conocen esos pormenores pero ignoran cuál es su naturaleza y cuáles sus causas fundamentales tienen exactamente igual miedo que si no tuvieran ese suplementario conocimiento pormenorizado, y quizás más miedo, lo que ocurre cuando el asombro procedente de ese conocimiento adicional no es capaz de dar con la solución y el arreglo de la incógnita de las cuestiones fundamentales.
Justamente por eso, por conseguir esa solución y arreglo, descubrimos que son varias las causas fundamentales de las revoluciones, declives, ascensiones, eclipses y evoluciones semejantes, exactamente igual que en los hechos particulares,
80. o, lo que es lo mismo, no cabe pensar que la utilización de estas explicaciones no han logrado toda la precisión que contribuye a nuestra imperturbabilidad y felicidad. Por tanto, al tiempo que observamos y comprobamos de cuán diversas maneras resulta el mismo hecho ante nuestra propia comprobación, debemos dar una explicación de las causas fundamentales de los cuerpos celestes y de todo lo incierto, mostrando desprecio hacia los que no conocen siquiera que una determinada cosa es o va a ser de una sola manera, ni que los accidentes acontecen de más de una manera (con cuya interpretación dan la impresión de distanciarse del fondo de estos problemas) y que, además, ignoran incluso con qué explicaciones no es posible alcanzar la imperturbabilidad. Así pues, en el caso de que creamos que cabe ello, a saber, que los accidentes de los cuerpos celestes tales como revoluciones suceden de una forma más o menos concreta, y nos demos cuenta igualmente con qué explicaciones es posible alcanzar un estado de imperturbabilidad, siempre que conozcamos este hecho, a saber, que ello sucede de más de una manera alcanzaremos ese estado de imperturbabilidad exactamente igual incluso que si sabemos que sucede de una forma más o menos concreta.
81. Y, además del conjunto total de esos datos, es preciso darse cuenta del siguiente hecho tan importante, de que la turbación principal les viene a las almas de los hombres por considerar que esos seres celestiales son bienaventurados e inmortales y que tienen a la vez apetencias, realizan acciones y producen motivaciones contrarias a esos supuestos atributos, y por esperar o suponer, dejándose llevar de los mitos, la existencia de algún terror eterno o bien dejándose llevar de la insensibilidad que hay en el hecho de estar uno muerto, por tener miedo como si fuera algo esa insensibilidad y nosotros mismos, y por sufrir esas experiencias en virtud no de unas ideas fundadas sino de cierta excitación completamente irracional, de donde resulta que las personas, al no definir bien ese terror, son víctimas de una turbación igual o incluso superior al miedo que sentirían de haber dado incluso por fundados esos terrores.
82. La imperturbabilidad consiste en estar libre de todas esas inquietudes y en tener en la mente el recuerdo permanente de los principios generales y fundamentales.
De donde resulta que hay que prestar atención a todos los elementos de juicio, tanto a los que nos asisten permanentemente como a las sensaciones percibidas en un momento determinado, a las sensaciones comunes a todos en problemas comunes a todos, y a los particulares en problemas particulares, y hay que prestar atención también a todo tipo de evidencias presentes en cada uno de los elementos de juicio. Pues si prestamos atención a todos esos elementos de juicio daremos cuenta cumplida y acertada de las causas a partir de las que se originó la turbación y el miedo, y, al dar cumplida cuenta de las causas relativas a los cuerpos celestes y a los demás eventos cotidianos, nos libraremos de todas las cosas que aterran en grado extremo a los demás que no siguen estas reglas. Estas son, querido Heródoto, las doctrinas capitales explicativas de la naturaleza del universo, las que te han sido resumidas
83. de manera tal que estas razones (han sido recogidas, en mi opinión, con cuidada precisión) pudieran ser capaces, aunque uno no llegue a todo el conjunto de precisiones pormenorizadas, de que este uno consiga una fortaleza incomparable en relación con las demás personas. En efecto, dará por sí solo explicaciones claras a muchas cuestiones particulares si las somete al riguroso análisis fijado por esos principios generales, y eso mismo, fijado en la memoria, será una ayuda continua.
Pues estas enseñanzas son de tal calibre que incluso los que estudian en un momento dado problemas particulares consiguen, si se deciden a resolverlos al dictado de interpretaciones como las señaladas, infinidad de éxitos en la comprensión de la naturaleza universal. Y en relación a las cuestiones que se resisten a estas soluciones por no ser llevados a sus últimas consecuencias los referidos principios generales o por ser sometidas a examen sin utilizar vocablos efectúan en un instante el curso completo de las reglas generales que llevan al sosiego».