Casa de Madre
Richmond, Virginia (EE. UU).
1 de marzo, 12:00 del mediodía.
Cuatro meses después
El sol brillaba con fuerza sobre el patio trasero de Madre, donde estaba celebrándose una barbacoa.
Era domingo y un reducido, pero íntimo, grupo de personas se había congregado para una reunión informal.
El marido de Madre, Ralph, camionero, estaba allí ocupándose de las salchichas con una espátula de tamaño desmedido. Sus sobrinas estaban dentro de la casa, imitando el último éxito de Britney Spears.
David Fairfax estaba sentado en una silla bajo el toldo, tomando una cerveza mientras compartía historias y anécdotas con Madre y Libro II acerca de sus aventuras acontecidas durante el pasado mes de octubre: historias sobre persecuciones en aparcamientos cercanos al Pentágono, torres de oficinas en Londres, cazarrecompensas zulúes, cazarrecompensas británicos y la idéntica toma de dos superpetroleros a ambos lados de Estados Unidos. También hablaron de Aloysius Knight.
—He oído que el Gobierno ha limpiado su expediente, cancelado la recompensa por su cabeza y lo ha sacado de la lista de las personas más buscadas —dijo Fairfax—. Hasta han dicho que podría regresar a las fuerzas especiales si quisiera.
—¿Lo ha hecho? —preguntó Libro II.
—No creo siquiera que regrese al país —dijo Fairfax—. ¿Madre? ¿Qué sabe de Knight?
—Llama por teléfono de tanto en tanto —dijo—, pero no, no ha vuelto a Estados Unidos. Si yo fuera él, no tengo muy claro que lo hiciera tampoco. Respecto a lo de las fuerzas especiales, no creo que Knight sea ya un soldado. Creo que ahora es un cazarrecompensas.
Haber mencionado a Knight hizo que Madre mirara atrás.
En un rincón del patio, solo, estaba Schofield: bien afeitado, con vaqueros y camiseta y un par de Oakley con cristales reflectantes. Estaba bebiendo una Coca-Cola mientras contemplaba el cielo.
Apenas había hablado con nadie desde que había llegado, algo habitual en esos últimos meses. La muerte de Gant le había afectado mucho. Llevaba de baja indefinida desde entonces y no parecía que fuera a regresar al servicio activo en mucho tiempo.
Todos le dejaban su espacio.
Pero justo entonces, mientras Ralph estaba cortando las cebollas, el timbre de la puerta sonó. Era un mensajero. Traía un sobre grande con la dirección de Madre, pero dirigido a Shane Schofield.
Madre se lo llevó. Este lo abrió. En el interior había una tarjeta con un dibujo de un vaquero que decía: «¡Tu nueva vida comienza hoy, vaquero!».
En el interior había una nota:
Espantapájaros:
Lamento no haber podido ir hoy, pero me ha salido un nuevo trabajo.
Tras haber hablado recientemente con Madre, me he dado cuenta de que hay algo que debería haberle contado hace cuatro meses.
¿Sabía que, estrictamente hablando, mi compromiso contractual de mantenerlo con vida expiró cuando desactivó el misil cerca de La Meca? Mi trabajo era mantener al capitán Schofield con vida hasta las 12 del mediodía del 26 de octubre o hasta el momento en que los motivos por los que tenía que ser eliminado expiraran.
Nunca antes había ido más allá de mis obligaciones contractuales. Para serle honesto, pensé en abandonarlo en aquella mazmorra. Después de todo, por aquel entonces, los motivos por los que querían eliminarlo ya no existían.
Pero, tras ver la manera en que sus hombres permanecían a su lado en el transcurso de aquel terrible día, tras observar su lealtad para con usted, decidí quedarme y luchar a su lado.
La lealtad no es algo que ocurra sin más, capitán. Siempre se basa en un acto independiente y desinteresado: una palabra de apoyo, un gesto amable, un acto de bondad no provocado. Sus hombres le son leales, capitán, porque usted es un hombre de los que no abundan: un hombre bueno.
Por favor, vuelva a vivir. Le llevará tiempo. Créame, lo sé. Pero no abandone el mundo aún. Puede ser un lugar terrible, pero también hermoso, y ahora más que nunca necesita de hombres como usted.
Y sepa esto, Shane Espantapájaros Schofield, usted se ha ganado mi lealtad, una proeza que hacía tiempo que ningún hombre conseguía.
En cualquier momento, en cualquier lugar, si necesita ayuda, tan solo haga la llamada y allí estaré.
Su amigo, el Caballero Oscuro
P. D.: Estoy seguro de que ahora mismo ella está velando por usted.
Schofield guardó la carta. Y se puso de pie. Comenzó a andar por el patio, en dirección a la calle, a su coche.
—¡Eh! —gritó Madre, preocupada—. ¿Adónde vas, campeón?
Schofield se volvió hacia ella y le sonrió, una sonrisa triste pero auténtica.
—Gracias, Madre. Gracias por preocuparte por mí. Te lo prometo, no tendrás que hacerlo por mucho más tiempo.
—¿Qué vas a hacer?
—¿Que qué voy a hacer? —dijo—. Voy a intentar volver a vivir.
A la mañana siguiente se presentó en las oficinas de personal del cuartel general de los Marines, en el edificio anexo a la Armada, en Arlington.
—Buenos días, señor —le dijo al coronel al mando—. Soy el capitán Shane Schofield. Espantapájaros. Estoy listo para volver al trabajo.