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Durante los meses siguientes, una extraña variedad de incidentes tuvo lugar en todo el mundo.

Solo una semana después, en Milán, se afirmó que alguien había entrado en el Aerostadia Italia y que había robado un avión de los hangares.

Hubo una decepción generalizada por la ausencia de los legendarios aviones cohete estadounidenses X-15, y ese no era el tipo de publicidad que más le convenía a la exhibición.

Hubo testigos que afirmaron que el avión sustraído era un aerodinámico caza negro que despegaba verticalmente. Si bien esa descripción encajaba con el Sukhoi S-37 ruso, los oficiales de la Fuerza Aérea italiana y los responsables del aeródromo se apresuraron a negar que un avión así estuviera incluido en la muestra.

A medida que se fueron acercando las Navidades, una serie de desafortunadas muertes ocurrieron en algunas de las familias más adineradas del mundo.

Randolph Loch desapareció en un safari en el sur de África. Jamás encontraron a su grupo de caza privado.

En marzo, el magnate naviero griego Cornelius Kopassus sufrió un infarto mientras dormía.

A Arthur Quandt lo hallaron muerto junto a su amante en el spa de su hotel en Aspen.

Warren Shusett fue asesinado en su aislada mansión en el campo.

J. D. Cairnton, el magnate farmacéutico, fue mortalmente atropellado por un camión junto a la sede central de su compañía en Nueva York. El conductor del camión no llegó a ser identificado.

Los herederos asumieron sus imperios.

La Tierra siguió girando.

La única conexión con sus muertes fue una nota confidencial enviada al presidente de Estados Unidos.

Decía: «Señor, todo ha terminado. El M-12 ya no existe».