Un minuto después, cuando los gritos y los disparos hubieron cesado, Killian abrió las puertas de acero…
… Y se encontró con algo sorprendente.
Vio los cuerpos de los dos hombres de ExSol en el suelo del túnel en carne viva, abrasados por el aceite. Uno de ellos tenía los brazos quietos en una postura defensiva. Había muerto gritando, agonizando, intentando protegerse del aceite.
A Schofield, sin embargo, no lo veía por ninguna parte.
En su lugar, en el extremo del túnel que daba a la antesala había una forma oscura del tamaño de un hombre: una bolsa para cadáveres, en posición vertical. Era una bolsa negra de plástico y polímero. Una Markov Tipo-III, para ser más precisos. La mejor jamás creada por los soviéticos, y el único objeto que Brandeis no le había quitado al chaleco de Schofield. Capaz de aislar en su interior cualquier tipo de contaminación química, en ese momento todo apuntaba a que también había conseguido mantener a raya el aceite hirviendo.
En menos de un segundo, la cremallera de la bolsa para cadáveres se abrió desde el interior y Schofield salió con su MP-7 en ristre.
Su primer disparo impactó en la mano de Killian, lo que hizo que el mando a distancia saliera despedido de su mano, manteniendo así las puertas de acero abiertas.
Su segundo disparo le voló el lóbulo izquierdo a Killian. Al ver el arma de Schofield, Killian se había agachado por acto reflejo tras el marco de la puerta. Un nanosegundo más lento y el disparo le habría volado la cabeza.
Schofield corrió por el túnel en dirección al despacho sin dejar de disparar.
Cedric Wexley le disparaba guarecido tras la entrada al despacho. Las balas volaban en todas direcciones. Trozos de piedra caían en las paredes que flanqueaban el túnel. La ventana panorámica hasta el techo del despacho se hizo añicos.
Pero la pregunta clave en un enfrentamiento así era sencilla: ¿quién se quedaría primero sin munición? ¿Schofield o Wexley?
Fue Schofield, a tres metros de la entrada del despacho.
—¡Mierda! —gritó, y se guareció tras una columna de piedra que a duras penas lo cubría.
Wexley sonrió. Lo tenía.
Pero entonces, extrañamente, otros disparos atacaron la posición de Wexley; disparos que provenían de detrás de Schofield, del extremo del túnel que daba a la antesala.
Schofield también se quedó perplejo y se volvió…
… Y vio a Aloysius Knight corriendo por el túnel con su Colt Commando en ristre y disparando.
Schofield alcanzó a ver la antesala en la distancia, tras Knight.
En el suelo de piedra había casquillos de 9 mm, una docena de ellos, vestigios de los disparos de Knight durante la activación de los emisores de microondas.
Pero no eran casquillos normales.
Esas balas tenían una banda de color naranja a su alrededor.
Los emplazamientos de los seis emisores de microondas de la antesala podían resistir las balas normales. Pero no tenían nada que hacer con las balas de gas expansivo de Knight.
Todo lo que Schofield necesitaba era los disparos de Knight.
Wexley se vio obligado a disparar y en cuestión de segundos él también se quedó sin munición. Por desgracia, también Knight.
Schofield echó a correr.
Corrió hacia el despacho a gran velocidad, golpeándole a Wexley en la nariz, rompiéndosela de nuevo.
Wexley rugió de dolor.
Y Wexley y Schofield lucharon. Un combate mano a mano brutal. Un Recces sudafricano frente a un marine estadounidense.
Pero cuando comenzaron a luchar y se tornaron en una masa borrosa de sacudidas y golpes, Delacroix dio un paso adelante, se sacó del puño derecho de su camisa un cuchillo y se abalanzó sobre Schofield.
El cuchillo se encontraba a escasos centímetros de la espalda de Schofield cuando alguien le sujetó la muñeca. Delacroix se volvió y se topó con la mirada de Aloysius Knight.
—Eso no es muy limpio por su parte —dijo Knight un instante antes de que Delacroix le clavara en el muslo un segundo cuchillo que ocultaba en el puño derecho de su camisa.
Las manos de Delacroix se movían veloces como un rayo, obligando al renqueante Knight a retroceder.
Los cuchillos eran los más afilados que Knight había visto nunca. O sentido. Uno de ellos le rajó el rostro, dibujándole una línea de sangre en la mejilla.
Lo que otrora había sido un atildado banquero suizo se había convertido en esos momentos en un perfectamente equilibrado espadachín con la destreza propia de…
—La Guardia Suiza, ¿no, Delacroix? —dijo Knight mientras se movía—. Nunca me lo había dicho. Vaya, vaya.
—En mi mundo —resopló Delacroix—, un hombre debe saber defenderse.
Mientras tanto, Schofield y Wexley intercambiaban puñetazos junto a la entrada.
Wexley era más grande y fuerte que Schofield, además de habilidoso.
Schofield, sin embargo, era más rápido, y sus ahora famosos reflejos le permitían evitar los golpes más letales de Wexley.
Pero, tras lo acontecido durante las veinticuatro horas previas y el accidente del X-15 y el viaje de regreso a Francia, sus niveles de energía estaban en los mínimos.
Y, por ello, erró un golpe.
Wexley aprovechó la ocasión y lo golpeó con dureza, soltándole un puñetazo en la nariz que habría matado a cualquier otro hombre. Schofield se tambaleó, pero mientras caía logró soltarle un puñetazo en la nuez a Wexley.
Los dos hombres cayeron a la vez al suelo: Wexley fue a parar al hueco de la entrada, mientras que Schofield se golpeó contra el marco de la puerta.
Wexley gruñó y, poniéndose de rodillas, sacó un cuchillo de caza Warlock que ocultaba en su bota.
—Demasiado tarde, cabrón —dijo Schofield.
Lo más extraño de todo era que no llevaba ningún arma en sus manos. Tenía algo mejor. Tenía el mando a distancia de Killian.
—Esto es por McCabe y Farrell —dijo mientras pulsaba un botón del mando.
Al instante, la puerta de acero ubicada encima de Wexley cayó, golpeándole la cabeza en su descenso cual martinete, hasta que se encajó en el suelo de piedra y le resquebrajó el cráneo.
Con Wexley muerto, Schofield se volvió para mirar al hombre al que realmente buscaba.
Estaba tras el escritorio.
Jonathan Killian.