—Oh. ¡No puede ser! —gritó Schofield mientras miraba al cielo—. ¡Tiene que estar de broma! ¡No es justo, no es justo, joder!
Miró las armas que llevaba colocadas en el chaleco, armas que tenía previsto utilizar para irrumpir en la base misilística en Yemen. Ya no serían de ninguna utilidad.
Sostuvo en alto la unidad de desactivación y negó con la cabeza…
Y entonces se quedó inmóvil, mirando la unidad CincLock.
—Señor Moseley. ¿Dispone de la telemetría de la señal de ese misil?
—Claro.
—Envíenosla.
—Hecho.
Un instante después, el ordenador de a bordo de Schofield emitió un bip y un mapa similar al que habían visto anteriormente apareció en su pantalla. Un icono en forma de flecha representaba al misil, que estaba acercándose a La Meca en dirección norte.
Schofield introdujo en el ordenador su transpondedor y un segundo icono apareció en la pantalla, en dirección sur.
Schofield vio los datos de vuelo en la pantalla: señales de identificación, velocidades relativas de vuelo, altitudes…
Casi no le eran necesarios para hacer el cálculo.
La imagen lo decía todo.
Dos artefactos aéreos estaban convergiendo hacia La Meca: su X-15 y el misil Camaleón, identificado por el sistema de reconocimiento automático del satélite como un misil balístico intercontinental Jericho-2B.
Los dos estaban volando prácticamente a la misma velocidad y a la misma distancia de La Meca.
—Rufus —lo llamó Schofield.
—¿Sí?
—Ya no vamos a Yemen.
—Me lo imaginaba —dijo Rufus con una voz teñida de derrota—. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Pero Schofield estaba pulsando teclas de su ordenador, haciendo cálculos. Sería absolutamente increíble si resultara.
Rufus y él seguían a unos mil kilómetros de La Meca. Tiempo para el objetivo: 8.30.
Hizo los cálculos para el misil Camaleón.
Estaba algo más alejado. Su cuenta atrás:
Tiempo hasta el objetivo: 9.01… 9.00… 8.59…
Eso es bueno, pensó Schofield. Necesitaremos esos treinta segundos extra para rebasar La Meca y virar.
Los ojos del capitán brillaron con la mera idea. Miró la unidad CincLock que llevaba en el chaleco y la agarró entre sus manos.
—Dieciocho metros —susurró en voz alta—. Oiga, Rufus, ¿alguna vez ha perseguido un misil?