6.14

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La cabina quedó en el más completo silencio.

La mera idea era demasiado bestial, demasiado impactante como para contemplarla siquiera. Un misil israelí provisto de una cabeza nuclear estadounidense atacando la ciudad más sagrada de los musulmanes en el día más sagrado para ellos.

En el mundo posterior al 11 de Septiembre, no podría haber una acción de mayor provocación.

Desencadenaría un caos mundial, ningún ciudadano o embajada o negocio estadounidense estaría a salvo. En todas las ciudades de todos los países, los musulmanes clamarían venganza.

Desataría una guerra mundial entre los musulmanes y Estados Unidos. El primer conflicto mundial entre una religión y una nación que, en sí mismo, sería el precursor de una revolución global total: la tercera guerra mundial.

—Dios, el 26 de octubre, lo he tenido delante de mis narices todo este tiempo —dijo Schofield—. El primer día del Ramadán. No había pensado siquiera en la posible importancia o no de la fecha. Killian ha escogido el día de mayor provocación.

—Entonces, ¿desde dónde se va a disparar? —preguntó Knight.

Schofield ubicó rápidamente las coordenadas del lugar donde se lanzaría el último misil Camaleón… y frunció el ceño.

—No será lanzado desde un barco —dijo—. La ubicación es en tierra. Desde algún lugar de Yemen.

—¿Yemen? —preguntó Rufus extrañado.

—Hace frontera con Arabia Saudí al sur. Está muy cerca de la Meca —aclaró Knight.

—Yemen… —dijo Schofield mientras lo reflexionaba—. Yemen…

En algún momento de ese día había oído algo sobre Yemen, algo que estaba situado en el interior de Yemen…

Lo recordó.

—Hay un clon del Krask-8 en Yemen —dijo.

Había sido al principio de todo aquello, durante la misión en el complejo Krask-8. Durante la guerra fría, los soviéticos habían construido instalaciones para misiles balísticos intercontinentales idénticos al complejo Krask-8 en sus estados satélite: estados como Siria, Sudán y Yemen.

El cerebro de Schofield comenzó a funcionar a toda velocidad.

El complejo Krask-8 había sido adquirido por Atlantic Shipping Company. David Fairfax lo había averiguado.

Y Atlantic Shipping Company, ahora lo sabía, era una filial de Axon Corp.

—Mierda —maldijo Schofield—. Rufus, ponga rumbo sudeste y pise a fondo. Posquemadores todo el camino.

Rufus lo miró vacilante.

—Capitán, no quiero ser tosco pero, incluso volando a toda velocidad, no hay manera posible de llegar desde aquí a Yemen en dos horas. Es un viaje de seis mil kilómetros, al menos cuatro horas de viaje. Además, si usamos los posquemadores todo el tiempo, nos comeremos el combustible antes de llegar siguiera a los Alpes franceses.

—No se preocupe por eso —dijo Schofield—. Puedo disponerlo todo para que nos suministren combustible durante el vuelo. Y no vamos a ir todo el trayecto a Yemen en este avión.

—Como usted diga —accedió Rufus finalmente, y puso rumbo al sudeste con los posquemadores activados.

Mientras todo eso ocurría, Schofield habló por el micrófono por satélite.

—Señor Moseley, ¿sigue ahí con nosotros?

—Por supuesto que sí —fue la respuesta desde Londres.

—Necesito que efectúe una investigación de los activos de una compañía por mí. Se llama Atlantic Shipping Company. Busque cualquier terreno que tenga en propiedad en Yemen, especialmente antiguos emplazamientos soviéticos.

»También necesito dos cosas más: primero, necesito autorización para atravesar el espacio aéreo europeo, además de varios reabastecimientos en el aire. Le enviaré nuestra señal transpondedora.

—De acuerdo. ¿Y lo segundo?

—Necesito que abastezca de combustible a dos aviones estadounidenses muy especiales. En estos momentos se encuentran en el Aerostadia Italia, en Milán.