6.6

Imagen

Torre de control. Escaleras. Puente de mando.

17:36

Schofield oyó la voz de Fairfax por el auricular:

—Espantapájaros. Hemos tomado el puente de mando del petrolero de San Francisco. Hemos encontrado francotiradores enemigos con uniformes del ejército de Eritrea…

Schofield fue directo a los cuerpos de los francotiradores.

Soldados africanos.

Uniforme de combate caqui. Cascos negros.

Y en sus hombros, un emblema, pero no el de Eritrea. Era la insignia de la unidad de élite del ejército de Nigeria: la Guardia presidencial.

Como veteranos de las numerosas guerras civiles africanas, la Guardia presidencial nigeriana estaba integrada por asesinos adiestrados por la CIA que en el pasado habían sido empleados tanto contra los enemigos de su nación como contra sus propios ciudadanos. En las calles de Lagos y Abuya, la Guardia presidencial eran conocida por otro nombre: el Escuadrón de la Muerte. El equipo de protección de Killian.

Dos francotiradores allí arriba. Y más hombres abajo, protegiendo los silos misilísticos: el enemigo oculto contra el que estaban luchando los israelíes en la bodega.

—Señor Fairfax. Dijo que eran eritreos, ¿verdad?

—Así es.

—¿No nigerianos?

—No. Mis marines lo han confirmado. Sin duda se trata de una insignia de Eritrea.

¿Eritrea?, pensó Schofield…

—Espantapájaros —dijo Madre mientras abría la puerta de un almacén. Había cuatro bolsas de cadáveres en el suelo. Madre abrió una. En su interior, el cuerpo hediondo de un terrorista de Global Jihad.

—Ah, ahora lo entiendo; los chivos expiatorios —reflexionó Schofield.

Pulsó el micrófono por satélite:

—Señor Fairfax, dígale a sus marines que permanezcan alerta. Puede haber más soldados africanos en la bodega principal, protegiendo los silos. Lo siento, David. Esto todavía no ha terminado. Tiene que atravesar esa fila de soldados y acercar su unidad de enlace ascendente por satélite a dieciocho metros de la consola de control de los misiles para que pueda desactivarlos.

—Entendido —dijo la voz de Fairfax—. Vamos allá.

Madre se unió a Knight en las ventanas del puente de mando y se dispusieron a escudriñar la zona exterior en busca de Zamanov.

—¿Lo ve? —dijo Madre.

—No. Ese puto bastardo ruso ha desaparecido —afirmó Knight—. Probablemente haya ido tras Zemir.

De repente oyeron la voz de Rufus por sus auriculares:

—Jefe, Espantapájaros. Tengo un nuevo contacto acercándose a su petrolero. Un barco grande. Parece la Guardia Costera francesa.

—Joder —profirió Schofield mientras se acercaba a las ventanas y veía un enorme barco blanco acercándose a ellos por estribor.

Schofield no podía creerlo.

Además del Escuadrón de la Muerte nigeriano, los soldados de élite israelíes y los cazarrecompensas rusos ya a bordo del superpetrolero, ahora tenían a un grupo de la policía marítima francesa de camino.

—No es la Guardia Costera —corrigió Knight mientras observaba el barco con una especie de prismáticos de visión nocturna.

A través de ellos pudo ver el enorme barco blanco acercándose al superpetrolero, pudo divisar su morro apuntado, las armas en la cubierta de proa, su timonera acristalada y salpicaduras de sangre en sus ventanas.

Hombres armados al timón.

—Es Damon Larkham y la Guardia intercontinental —dijo Knight.

17:38

Siete minutos para el lanzamiento.

—Mierda, más cazarrecompensas —se lamentó Schofield—. Rufus, ¿puede encargarse de ellos?

—Lo siento, capitán. Estoy sin misiles. Los usé todos contra el portaaviones francés.

—De acuerdo, de acuerdo… —dijo Schofield mientras pensaba—. Muy bien, Rufus, siga adelante con el plan. Si no podemos desactivar esos misiles a tiempo, necesitaremos su valiosa ayuda después.

—Recibido.

Schofield se volvió. Seguía pensando, pensando, pensando.

Todo estaba ocurriendo demasiado deprisa. La situación se les estaba yendo de las manos. Misiles que desactivar, los israelíes ya a bordo, soldados nigerianos, más cazarrecompensas…

—¡Céntrate! —gritó en voz alta—. Piensa, Espantapájaros. ¿Qué es lo que tienes que lograr en última instancia?

Desactivar los misiles. Tengo que desactivar los misiles antes de las 11:45. Todo lo demás es secundario.

Sus ojos se posaron en un ascensor al otro extremo del puente.

—Bajemos a la bodega —dijo.

17:39 horas.

Bahía de Nueva York

11:39 horas.

En la cubierta de proa de su superpetrolero, con la cegadora luz de la mañana, el equipo de marines de Libro intentó ponerse a cubierto.

Libro se arrastró hasta la escotilla de la cubierta y descendió por una escalera muy larga hasta la más completa oscuridad, seguido de su escolta.

Llegó al final de la escalera y miró a su alrededor.

Estaba en la bodega, que tendría unos ciento cincuenta metros de largo. Una docena de silos de misiles cilíndricos se extendían en la oscuridad, como gigantescas columnas sosteniendo el techo.

Y, apostados delante del silo más alejado, protegidos tras una barrera fortificada de carretillas elevadoras y cajas de acero, se hallaba un equipo de soldados africanos fuertemente armados.

Canal de la Mancha

17:39 horas.

Las puertas del ascensor se abrieron en la sección posterior de la bodega principal del superpetrolero.

Schofield, Knight y Madre salieron del ascensor con sus armas en ristre.

Era un espacio enorme, del tamaño de tres campos de fútbol colocados uno tras otro. Y, en su mitad delantera, se hallaban los silos de los misiles Camaleón: elevados cilindros de acero reforzado que llegaban hasta la cara interior de la cubierta de proa del superpetrolero. En su interior se encontraban las armas más devastadoras jamás conocidas por el hombre.

Y en esa sección del barco se estaba librando una batalla brutal.

Una docena de soldados nigerianos estaban parapetados bajo los dos silos más alejados, protegiendo la consola de control del misil (una plataforma elevada a tres metros del suelo por puntales de acero y el lugar al que Schofield necesitaba acercarse, al menos dieciocho metros, para poder desactivar los misiles).

Los nigerianos estaban posicionados tras una barricada muy bien construida, disparando con sus ametralladoras y lanzando granadas a los israelíes.

Las balas y las granadas impactaban en los silos, pero no causaron ningún daño porque estos eran muy resistentes.

Entre Schofield y la batalla había todo tipo de materiales de suministro: contenedores, piezas sueltas de misiles; incluso vio dos minisubmarinos amarillos con cabinas acristaladas semiesféricas colgando de cadenas, cerca de las pasarelas dispuestas en el techo.

Schofield reconoció los submarinos: eran ASDS modificados. Con sus cabinas acristaladas y abovedadas, esos minisubmarinos eran empleados a menudo por la Armada estadounidense para inspeccionar visualmente el casco exterior de un portaaviones o de un submarino de misiles balísticos en busca de posibles dispositivos de sabotaje. Dadas las circunstancias, no era de extrañar que un proyecto tan importante como el Kormoran-Camaleón dispusiera de ellos.

17:40

Schofield, Knight y Madre siguieron avanzando, agachados, abriéndose camino entre los materiales de suministro, observando la batalla.

Justo en ese instante los israelíes lanzaron una ofensiva implacable.

Mandaron a algunos hombres a la derecha para desviar el fuego de los soldados nigerianos y atacaron su barricada con tres granadas propulsadas por cohetes por la izquierda.

Las granadas volaron por la bodega… tres columnas de humo elevándose juntas… e impactaron en la barricada nigeriana.

Fue como si una presa se resquebrajara.

Los nigerianos salieron despedidos por el aire. Algunos gritando. Otros en llamas.

Y los israelíes avanzaron, matando a los nigerianos con que se topaban, disparándoles en la cabeza, en el mismo instante en que…

… Una enorme puerta de acero dispuesta a estribor se elevó sobre sus rieles.

La puerta se abrió del todo y una lámina de acero impactó en el suelo desde el exterior de la abertura y, cual tripulación de piratas del siglo XVI abordando un galeón, los hombres del IG-88 inundaron la bodega, cargando desde su barco guardacostas robado, disparando con sus letales Metal Storm.

Schofield se quedó mirando cómo los soldados israelíes, en esos momentos atacados por al menos veinte hombres del IG-88, aseguraban la zona alrededor de la consola de control de los misiles.

Formaron un estrecho semicírculo alrededor de la plataforma elevada de la consola, todos mirando a popa, disparando con sus Uzi y M-16 al IG-88.

Bajo su protección, el líder de los israelíes, un hombre que no podía ser otro que Simon Zemir, subió a la plataforma de acero y fue directo a la consola, abrió un maletín y sacó una unidad CincLock-VII.

—Putos israelíes arteros —dijo Madre—. ¿Queda tecnología estadounidense que no hayan robado?

—Probablemente no —concluyó Schofield—, pero hoy son nuestros mejores amigos. Velaremos por ellos mientras ellos velan por Zemir.

17:41

Tras el silo del misil donde se encontraba, Schofield observó que la unidad móvil de Zemir se iluminaba cual ordenador portátil y este se quedaba mirando la pantalla táctil mientras flexionaba los dedos para calentarlos de cara a la secuencia de desactivación que estaba a punto de efectuar.

Va a desactivar el sistema misilístico, pensó Schofield.

Excelente. Después de todo, podremos salir de aquí sin demasiadas dificultades.

Pero entonces, Schofield vio horrorizado que tres figuras descendían por una cuerda de las vigas de la bodega por detrás de la plataforma de la consola de Zemir.

Ninguno de los Sayaret Tzanhim los vio. Estaban demasiado ocupados disparando a Damon Larkham y a sus cazarrecompensas del IG-88.

—No —susurró Schofield—. No, no, no…

Las tres figuras descendieron por las cuerdas a gran velocidad. Eran Zamanov y sus Skorpion. Habían descendido por una escotilla situada cerca de la proa.

Schofield salió de su escondite e intentó gritar fútilmente por encima de los disparos.

—¡Por detrás!

Como era de esperar, los israelíes respondieron al instante.

Disparándole. Incluso Zemir, que estaba a punto de comenzar la secuencia de desactivación, alzó la vista.

Schofield se tiró tras el silo, rodó por el suelo, se asomó de nuevo…

… Y en ese preciso instante vio a los tres Skorpion aterrizar sin problemas sobre la plataforma elevada a pocos metros tras Zemir.

Y Schofield solo pudo mirar, impotente, cómo Zamanov sacaba silenciosamente su espada cosaca y cortaba la cabeza de Zemir con un brutal movimiento horizontal.

Y, en ese instante, Shane Schofield se convirtió en la última persona viva de la lista de objetivos. Y en el único hombre sobre la faz de la Tierra capaz de desactivar el sistema de seguridad misilístico CincLock-VII.

La cabeza de Zemir cayó al suelo. Ni siquiera había podido iniciar la secuencia de desactivación.

A Schofield casi se le desencaja la mandíbula.

—Esto no puede estar pasando.

Uno de los Sayaret Tzanhim miró a su espalda y vio que el cuerpo sin cabeza de Zemir se caía de la plataforma al suelo derramando sangre. Vio que Zamanov metía la cabeza de Zemir en una mochila y regresaba a la tirolina retráctil…

¡Blam!

Los otros dos Skorpion dispararon al soldado israelí en la cara, justo cuando dos israelíes más fueron abatidos por los disparos del IG-88 procedentes de la otra dirección.

Fuego cruzado desde ambas direcciones, fuerzas gemelas de cazarrecompensas profesionales, fue dirigido al equipo de soldados israelí.

Y, cuando los últimos Sayaret Tzanhim vieron el cuerpo inerte de Zemir y a los Skorpion huyendo por encima de él, la confusión se apoderó de ellos y rompieron la formación.

Estaban diezmados.

El IG-88 los superaba con creces. En cuestión de segundos, todos los soldados israelíes estaban muertos.

17:42

El IG-88 tomó el control de la barricada. Damon Larkham se acercó a ella con grandes zancadas, como si se tratara de un general conquistador accediendo a una barrera enemiga. Señaló el techo, a Zamanov y a sus Skorpion, que huían por las tirolinas con la cabeza de Zemir en su poder.

Los tres Skorpion llegaron al techo junto a una ancha escotilla de carga.

Los dos acompañantes de Zamanov subieron primero y salieron a la cubierta de proa, golpeada por la lluvia. Se agacharon para coger la cabeza de Zemir que Zamanov les estaba pasando.

Disparos de ametralladoras hicieron jirones sus cuerpos.

Los dos Skorpion se convulsionaron violentamente mientras sus torsos estallaban en masas sanguinolentas.

Un subequipo de seis hombres del IG-88 estaba aguardándolos. Damon Larkham se había anticipado a sus movimientos y por eso había enviado un segundo equipo a la cubierta de proa.

La mochila que contenía la cabeza de Zemir cayó a la cubierta y los soldados del IG-88 corrieron hacia ella y la recogieron.

Zamanov, en inferioridad de número y armas, se guareció tras la escotilla, accedió a una pasarela dispuesta en el techo de la bodega y desapareció por entre las sombras.

En la bodega propiamente dicha, Schofield estaba sin habla.

Aquello era increíble.

Quedaban solo tres minutos para que los misiles fueran lanzados, Zemir estaba muerto y los hombres del IG-88 controlaban la consola. Veinte de ellos, ¡armados con Metal Storm!

Necesitaba una distracción. Una buena distracción.

—Llame a Rufus —le pidió a Knight.

—¿Está seguro?

—Es la única manera.

—De acuerdo —accedió Knight—. Es usted un demente, capitán Schofield. —A continuación habló por su micro de cuello—: Rufus. ¿Cómo va el plan B?

—¡Tengo al más cercano! ¡Y es enorme! ¡Estoy a menos de cien metros, con el motor a toda mecha, y apuntando directamente a ustedes! —respondió Rufus.

A menos de cien metros del Talbot, un segundo superpetrolero se abría paso entre la tormenta con Rufus al timón.

Mientras esperaba su turno para descargar en Cherburgo, el enorme buque portacontenedores de ciento diez mil toneladas, el Eindhoven, había estado aguardando en el canal, con los motores al ralentí, cuando Rufus había aterrizado el Sukhoi en su cubierta de proa.

En esos momentos el barco estaba vacío, salvo por Rufus, pues su tripulación de seis personas había decidido (juiciosamente) marcharse en un bote salvavidas después de que Rufus hubiera hecho añicos las ventanas de su puente de mando con dos M-16.

—¿Qué quiere que haga? —gritó Rufus por su radio.

En el Talbot, Schofield evaluó la situación.

El plan Rufus siempre había sido concebido como último recurso: hundir el supuesto superpetrolero si él no lograba desactivar los misiles.

Echó un vistazo a la consola de control y a su barricada y de repente se le heló la sangre.

Damon Larkham estaba mirándolo. Los había visto.

Demonio sonrió.

—Rufus —dijo Schofield—. Estréllese contra nosotros.