Noventa metros en 2,2 segundos.
La velocidad que alcanzó el todoterreno empujó a Schofield y Madre contra sus asientos. Sintieron la presión de los globos oculares en las cuencas.
El vehículo recorrió la pista a una velocidad increíble.
La cubierta se tornó en una masa borrosa.
Los neumáticos delanteros se elevaron tras cincuenta metros.
Pero el todoterreno siguió avanzando, cual bola de cañón, propulsado por la tremenda fuerza de la catapulta.
La verdad sea dicha, no estaba moviéndose a la misma velocidad que un caza en su despegue, puesto que los cazas también cuentan con sus propios propulsores.
Pero Schofield no quería volar. Solo quería salir de aquel portaaviones antes de que…
Estallara.
El todoterreno alcanzó el extremo de la pista y salió disparado por los aires… morro arriba, las ruedas girando… justo cuando el portaaviones se hizo pedazos espontáneamente.
No hubo llamaradas de fuego. Ni nubes de humo. Solo un estruendoso ruido cuando el casco de acero del portaaviones se expandió hacia fuera de repente, empujado por la presión del hidrógeno inflamado, y reventó como el Increíble Hulk revienta su ropa.
Una lluvia de miles de millones de roblones voló por los aires. Fueron arrojados a kilómetros de allí y cayeron al agua durante minutos. El helicóptero que había despegado desde la parte trasera del portaaviones quedó hecho trizas en mitad del vuelo por la repentina ráfaga de roblones.
Partes sueltas del portaaviones (placas enteras de acero incluidas) salieron volando por los aires e impactaron en los destructores que lo rodeaban, abollando sus costados, rompiendo las ventanas de sus puentes de mando.
La parte más dañada del Richelieu fue la popa, alrededor del epicentro de la explosión se encontraban los conductos de refrigeración.
Las paredes exteriores se separaron de sus junturas, abriendo enormes boquetes a ambos lados del portaaviones, boquetes en los que el océano Atlántico penetró sin piedad.
Y el Richelieu, el mayor y más largo portaaviones jamás construido por Francia, comenzó a hundirse de manera poco ceremoniosa en el océano.
El todoterreno de Schofield y Madre, sin embargo, salió disparado de la proa del portaaviones.
Mientras volaba por los aires, delante del barco, Schofield y Madre se quitaron los cinturones de seguridad y saltaron del vehículo.
La caída desde la cubierta de vuelo hasta el nivel del agua era de unos veinticinco metros.
El todoterreno impactó en el agua primero. Se produjo una explosión de espuma.
Schofield y Madre fueron los siguientes. Sendos e idénticos chapaleos.
Dolió, pero inclinaron sus cuerpos para caer al agua con las botas primero y se sumergieron un instante antes de que el portaaviones estallara y la lluvia de roblones golpeara la superficie del agua cual tormenta de mortífera metralla.
El portaaviones se hundía con rapidez, la parte posterior primero. Era una imagen realmente increíble.
Y entonces, mientras su desventurada tripulación corría a los botes salvavidas o saltaba al océano, el buque de guerra se puso en vertical, con el morro apuntando hacia arriba y la sección de popa completamente sumergida.
El resto del grupo de apoyo del portaaviones se quedó petrificado.
Algo así era impensable, salvo en las guerras a gran escala. Ningún país había perdido un portaaviones desde la segunda guerra mundial.
Razón por la que probablemente fueran tan lentos en reaccionar cuando, un minuto después de la explosión, el Cuervo Negro se colocó a tres metros por encima de las olas del Atlántico y recogió a dos diminutas figuras del agua gracias al arnés dispuesto en el compartimento de las bombas.
Una vez las dos figuras estuvieron a salvo en su interior, el aerodinámico Sukhoi ganó altura y se alejó a gran velocidad de los restos del grupo de apoyo del Richelieu.