Dispuestos de dos en dos, cuatro Rafale de tecnología de última generación recorrieron la pista del Richelieu y despegaron.
Viraron en el cielo, sobre el portaaviones, en mortífera formación, en dirección al Cuervo Negro.
—¡Vienen! —gritó Rufus.
—¡Los veo! —respondió Knight.
Knight se giró en la silla y apretó gatillos e interruptores como si fuera un crío jugando a un videojuego.
Dos Rafale abrieron fuego contra ellos.
Una salva de balas trazadoras de color naranja se dirigió hacia ellos. El Cuervo viró y giró en el aire, esquivando las balas mientras al mismo tiempo disparaba al enemigo.
Entonces los dos primeros aviones los pasaron. Sendas explosiones sónicas. Pero eso solo había sido el primer acto, una distracción para ocultar el espectáculo principal.
Pues los dos otros cazas franceses habían virado, volando muy bajo, por encima de las olas del océano en dirección contraria, y en esos momentos se acercaban al Sukhoi desde detrás, por debajo de ellos.
El Sukhoi, que seguía planeando sobre la plataforma elevadora de estribor, giró en el aire y miró de frente a esos dos nuevos aviones.
—Mierda —exclamó Rufus mientras consultaba el monitor de las contramedidas—. Esos cabrones nos están jodiendo la frecuencia… Va y viene. Estamos perdiendo la protección antimisiles.
Los dos Rafale recién llegados dispararon dos misiles cada uno.
Knight disparó a los misiles e impactó en dos de ellos, pero los otros dos esquivaron sus disparos.
—¡Rufus!
Los misiles rugieron en su dirección.
Rufus los vio venir y, un instante antes de que fuera demasiado tarde, vio la respuesta.
Los misiles se acercaban en busca de su presa…
… Justo cuando Rufus dirigió el Cuervo Negro hacia el interior de la enorme entrada que se abría junto a la plataforma elevadora de estribor y metió el caza en el interior del hangar principal.
Los misiles, a diferencia de los lanzados por el destructor Triomphe, iban equipados con sistemas de detección electrónicos que impedían que impactaran en su propio portaaviones. Se precipitaron al océano y explotaron, levantando géiseres gemelos de treinta metros de altura.
En el interior de la torre de control, los operadores de los radares contemplaron confusos sus pantallas y comenzaron a gritar por sus micrófonos:
—¿Dónde coño ha ido?
—¿Qué? Repita…
—¿Qué ocurre? —preguntó el capitán—. ¿Dónde están?
—Señor. ¡Están dentro!
El Cuervo Negro se cernía en esos momentos en el interior del hangar del portaaviones francés.
—Me gusta su estilo, Rufus —observó Knight mientras disparaba indiscriminadamente a los aviones, helicópteros y camiones allí estacionados.
Cual ave gigantesca atrapada en un salón, el Cuervo Negro fue dejando aviones y camiones destruidos tras su estela.
Cruzó el hangar desatando el caos y la destrucción. En una ocasión sus aletas de cola llegaron a rozar el techo.
Knight gritó por su radio:
—¡Madre! ¿Dónde está?
Un todoterreno corría hacia la popa del hangar a toda velocidad, esquivando camiones cisterna y metiéndose por debajo de los aviones. Madre iba al volante y Schofield se encontraba en cuclillas en la parte trasera.
Madre gritó:
—¡Estoy en el otro extremo del hangar, intentando evitar su caos!
—¿Tiene a Schofield?
—Lo tengo.
—¿Quieren que los recoja aquí?
Madre se volvió hacia Schofield, que estaba ocupado con el lanzamisiles portátil de Knight.
—¿Quieres que nos recoja aquí?
—¡No! ¡Aún no! —gritó Schofield—. Dile a Knight que salga del hangar. ¡No querrá estar aquí dentro de dos minutos! ¡Más bien no querrá estar cerca de este barco! ¡Dile que nos veremos fuera!
—Recibido —dijo Knight instantes después.
Se volvió.
—¡Rufus! ¡Hora de irnos!
—Recibido, jefe. ¿Dónde está esa otra…? Ah —dijo Rufus mientras divisaba la segunda plataforma descubierta, en el extremo contrario de la nave.
El Sukhoi ganó potencia y cruzó el interior del hangar, ahogando con sus motores cualquier otro sonido, hasta salir por la plataforma elevadora a la cegadora luz del día.
Mientras tanto, en la parte trasera del todoterreno, Schofield seguía rebuscando en la mochila que Madre había portado consigo. Se trataba de la mochila de fabricación rusa de Knight, lo que significaba que contenía un lanzamisiles portátil y varias cargas explosivas. Encontró lo que estaba buscando.
La famosa carga de paladio P-61 soviética.
Las cargas de paladio (un proyectil revestido de paladio con un núcleo líquido de ácido fluorhídrico) solo tienen un objetivo: eliminar las centrales nucleares civiles de una manera terrible.
Las armas nucleares requieren que la consistencia de su núcleo sea en un noventa por ciento de uranio. Los reactores nucleares de las centrales civiles tienen una consistencia de cerca del cinco por ciento, mientras que en los reactores de los portaaviones propulsados por energía nuclear la consistencia ronda el cincuenta por ciento. Por ello, ninguno de esos reactores podrá nunca llegar a crear una explosión nuclear. Sí puede haber fugas de radiación, como ocurrió en Chernóbil, pero nunca llegará a crear una nube de hongo.
Lo que sí liberan a cada segundo, sin embargo, son ingentes cantidades de hidrógeno (hidrógeno altamente inflamable), una acción que se anula por el uso de recombinadores que convierten el peligroso hidrógeno (H) en agua (H2 O).
Al mezclar el paladio con el hidrógeno, sin embargo, se obtiene el efecto contrario. El paladio multiplica el letal hidrógeno, produciendo ingentes cantidades de gas inflamable que puede llegar a estallar si cuenta con la ayuda de un catalizador, como por ejemplo el ácido fluorhídrico.
Así, la carga P-61 actúa como un detonador en dos fases.
La primera fase, la detonación inicial, mezcla el paladio con el hidrógeno, multiplicando el gas de manera considerable. La segunda fase del arma prende ese gas con el ácido.
El resultado es una explosión bestial, quizá no tan grande como una nuclear, pero sí quizá la única explosión en el mundo que puede resquebrajar el casco reforzado de un portaaviones.
—¡Allí! —gritó Schofield mientras señalaba hacia dos conductos cilíndricos situados a estribor, conductos que expulsaban el exceso de hidrógeno a babor—. ¡Los conductos!
El todoterreno maniobró por el hangar, esquivando los cazas en llamas.
Schofield se puso de pie en la sección trasera del vehículo con el lanzamisiles en su hombro y apuntó a un ventilador enorme dispuesto en un lateral de los conductos para los gases.
—¡Tan pronto como dispare, Madre, pisa el acelerador y dirígete a la rampa de subida! Tenemos unos treinta segundos entre la primera y la segunda fase. ¡Eso significa que tendremos treinta segundos para salir de este barco!
—¡De acuerdo!
Schofield apuntó con el lanzador.
—Au revoir, bastardos.
A continuación puso el dedo en el gatillo.
El lanzador disparó, enviando la carga con cabeza de paladio hacia el techo del hangar mientras una columna de humo se extendía en el aire tras él.
La carga de paladio atravesó el ventilador del conducto derecho y desapareció en su interior. Comenzó a descender en busca de la fuente de calor.
Tan pronto como eso ocurrió, Madre pisó el acelerador y giró en círculo antes de desaparecer en el túnel de subida que permitía el acceso de vehículos desde el hangar a la cubierta de vuelo.
El todoterreno siguió ascendiendo en círculo.
Conforme ascendía, con sus ruedas chirriando, se oyó un golpe sordo procedente de las entrañas del portaaviones.
La carga de paladio había llegado a su objetivo.
Schofield activó su cronómetro: 00:01… 00:02…
El Cuervo Negro, que sobrevolaba en esos momentos el Richelieu, seguía inmerso en el combate aéreo con los cuatro cazas franceses Rafale.
Viró bruscamente y acabó con uno de los Rafale con el último misil que le quedaba.
A continuación Rufus oyó un estridente bip en su consola.
—¡Han accedido a la frecuencia de nuestras contramedidas! —gritó—. ¡Hemos perdido la protección contra los misiles!
En ese momento, otro de los Rafale se les pegó a la cola y los dos aviones sobrevolaron el océano juntos; el Rafale siguiendo al Sukhoi y disparándole ráfagas de balas trazadoras.
Mientras el Cuervo avanzaba hacia delante, Knight se volvió en la silla giratoria y abrió fuego contra el avión, impactando en la cabina del caza francés con una devastadora ráfaga de disparos, haciendo añicos la cubierta de la cabina, reduciendo a jirones al piloto y provocando que el avión se precipitara al agua con un tremendo estruendo.
—¡Jefe! —dijo Rufus de repente—. ¡Necesito armas aquí delante! ¡Ahora!
Knight se volvió. Lo que no había visto es que ese Rafale había llevado su avión hacia… ¡Los otros dos cazas franceses!
Los dos Rafale lanzaron un misil cada uno y gemelas columnas de humo atravesaron el aire en dirección al morro del Cuervo Negro…
… Pero Rufus viró el avión y este voló de costado mientras activaba sus contramedidas secundarias: un sistema conocido como «Plasma Stealth» que envolvía el avión en una nuble de partículas de gas ionizadas.
Los dos misiles se volvieron locos y se separaron en forma de «V» para evitar la nube de iones que rodeaba al Sukhoi, y el Cuervo los bisecó a vertiginosa velocidad, dejando que un misil amerizara frenéticamente en el océano y al otro girando en el cielo.
Pero el Cuervo seguía en trayectoria de colisión con respecto a los dos Rafale.
Knight giró sobre su asiento, hacia delante, y abrió fuego, destruyendo el ala izquierda de un Rafale un instante antes de que el Cuervo sobrepasara a los dos cazas franceses restantes con un estruendo ensordecedor.
Ya solo quedaba un Rafale, pero no por mucho tiempo.
Un instante después de que el avión de Knight lo sobrepasara, el último Rafale francés fue alcanzado por su propio misil, el que había estado dando vueltas en el aire tras intentar evitar el mecanismo del Sukhoi.
Knight y Rufus se volvieron para ver la explosión final pero, cuando lo hicieron, se produjo otro ruido procedente del océano, un estruendo inquietante, desde el portaaviones.
—Más rápido, Madre, más rápido —dijo Schofield mientras miraba su cronómetro.
00:09…
00:10…
El todoterreno seguía subiendo por la rampa circular, levantando chispas al rozarse contra las estrechas paredes de acero del túnel.
De repente, el portaaviones se inclinó treinta grados a babor.
—¡Sigue! —gritó Schofield.
La primera fase de la detonación de la carga de paladio había destruido los recombinadores de hidrógeno del Richelieu: ese había sido el estruendo.
Lo que significaba que en esos momentos el hidrógeno estaba recorriendo las torres de refrigeración del portaaviones de manera descontrolada y a gran velocidad. En exactamente treinta segundos la carga de paladio se detonaría, prendiendo el hidrógeno y desatando el Armagedón en el portaaviones.
00:11
00:12
El todoterreno salió de la rampa de subida a la luz del día para a continuación detenerse.
La pista era un auténtico caos. Aviones humeantes, baterías antiaéreas carbonizadas, soldados muertos. Uno de los cazas Rafale (con el morro hacia abajo por culpa de sus ruedas delanteras reventadas) bloqueaba la pista de despegue número dos del Richelieu. El caza debía de haber estado a punto de despegar cuando el Cuervo Negro lo había alcanzado con uno de sus misiles.
Schofield lo vio al momento.
—¡Madre, dirígete hacia ese caza!
—¡Esa cosa no va a volar, Espantapájaros! ¡Ni siquiera para ti! —gritó Madre.
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Entre todo aquel caos, el todoterreno se detuvo al lado del caza destruido. Madre tenía razón. Con el morro hundido y las ruedas delanteras rotas, no iba a ir a ninguna parte.
00:17
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—No quiero el avión —dijo Schofield—. Quiero esto.
Saltó del todoterreno, se agachó y agarró el gancho de la catapulta que yacía en la pista, justo delante de lo que quedaba del avión. El gancho, pequeño y de forma trapezoidal, había estado acoplado a las ruedas delanteras del avión. Por lo general se unía al cable de acero del mecanismo de lanzadera que recorría el largo de la pista para que el avión alcanzara la velocidad de despegue en un espacio de noventa metros.
Schofield, sin embargo, colocó el gancho bajo el eje delantero del todoterreno y el otro extremo a la catapulta de la cubierta.
00:19
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—Oh, no puedes estar hablando en serio… —exclamó Madre mientras miraba la pista de despegue vacía situada delante del vehículo, una pista que terminaba en el horizonte de la proa del barco. Los raíles de la catapulta se extendían a lo largo de la cubierta de vuelo como vías de ferrocarriles en dirección a un precipicio.
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00:22
Schofield subió al todoterreno junto a Madre.
—¡Ponlo en punto muerto y abróchate el cinturón de seguridad! —gritó.
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Madre se puso el cinturón de seguridad y Schofield hizo lo mismo.
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A continuación sacó el MP-7 y apuntó a los controles de la catapulta, que habían sido abandonados durante el ataque del Cuervo Negro…
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… Y disparó.
00:27
¡Pum!
La bala impactó en la palanca de lanzamiento y activó la catapulta.
Y el todoterreno salió disparado a una velocidad que ningún vehículo antes había alcanzado.