Planta de construcción naval y ensamblaje de misiles
Axon Corporation
Norfolk, Virginia (EE. UU).
26 de octubre, 09:35 horas (hora local).
(15:35 horas en Francia).
Rodeado por dos equipos de marines estadounidenses, el equipo de inspección del departamento de Defensa a cargo del proyecto conjunto Kormoran-Camaleón llegó a la fábrica de instalación de misiles en Norfolk, Virginia.
La planta de Axon se cernía inquietante sobre ellos, un enorme complejo industrial que comprendía una docena de edificios interconectados, ocho enormes diques e innumerables grúas.
Allí era donde Axon Corp instalaba sus sistemas misilísticos de tecnología de última generación en los buques de guerra estadounidenses. En ocasiones, Axon también se encargaba de construir los buques.
En ese momento, un enorme superpetrolero se hallaba en uno de los diques de la planta, cubierto de puentes para grúas, alzándose por encima de aquella ribera industrial.
No obstante, había algo extraño en aquel lugar. Eran las 9.30 de la mañana y allí no había un alma.
Los marines entraron en la planta.
No hubo disparos, ni resistencia.
En cuestión de minutos aseguraron el área y el comandante marine dijo por su radio:
—El personal del departamento de Defensa puede entrar. Pero, les aviso, lo que van a ver no es muy agradable.
El olor era terrible. El hedor de la carne humana en descomposición. La zona principal de despachos y oficinas estaba bañada en sangre. Había sangre en las paredes, en las mesas, incluso había goteado hasta las escaleras de acero, conformando unas truculentas estalactitas de color granate al secarse.
Afortunadamente para los trabajadores de Axon, la planta había sido cerrada por motivos de seguridad la semana previa a la inspección, por lo que se habían librado.
Pero los ingenieros principales y los jefes de departamento de la empresa no habían tenido tanta suerte. Yacían desplomados en fila en el laboratorio. Habían sido ejecutados de rodillas, uno tras otro. Hediondas salpicaduras de sangre manchaban la pared tras sus cuerpos inertes.
Durante la semana anterior, las ratas se habían dado un festín con sus restos.
Había cinco cuerpos, sin embargo, que destacaban entre la carnicería: no eran trabajadores de Axon.
Los hombres de Axon, al parecer, no habían caído sin oponer resistencia. Su pequeño grupo de seguridad había abatido a algunos intrusos.
Los cinco cuerpos sospechosos yacían en diversos emplazamientos de la planta, con disparos en la cabeza o en el cuerpo y fusiles AK-47 en el suelo, junto a sus cadáveres.
Todos iban vestidos con ropa militar negra, pero también llevaban pañuelos que cubrían sus rostros.
Y, a pesar del lamentable estado de los cuerpos, una cosa sí estaba clara: todos llevaban en sus hombros el tatuaje de una doble cimitarra, distintivo de la organización terrorista Global Jihad.
El equipo de inspección del departamento de Defensa evaluó los daños rápidamente ayudado por agentes del ISS y del FBI.
También recibieron una llamada de un segundo equipo de inspección en la planta de Axon en Guam. Allí también había ocurrido, al parecer, una masacre similar.
Cuando se supo la noticia, uno de los hombres de Defensa llamó por una línea segura a la Casa Blanca.
—Malas noticias —dijo—. En Norfolk tenemos quince muertos; nueve ingenieros, seis miembros de seguridad. Bajas enemigas: cinco terroristas, todos muertos. El análisis forense revela que los cuerpos llevan ocho días descomponiéndose. La hora de la muerte es imposible de establecer. Lo mismo ocurre en Guam, salvo que allí solo se asesinó a un terrorista.
»Todos los terroristas han sido identificados por el FBI como miembros conocidos de Global Jihad, incluido un pez gordo, un tipo llamado Shoab Riis. Pero, señor, lo peor es esto: tiene que haber más terroristas implicados. Faltan tres superpetroleros de la planta de Norfolk y dos más de la de Guam… y todos ellos están provistos de misiles Camaleón.