5.6

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Agencia de Inteligencia del departamento de Defensa

Subnivel 3, Pentágono

26 de octubre, 09:30 horas (hora local).

(15:30 horas en Francia).

Un maltrecho y magullado David Fairfax regresó a su despacho flanqueado por un par de policías.

Wendel Hogg estaba esperándolo, con Audrey a su lado.

—¡Fairfax! —gritó Hogg—. ¿Dónde demonios ha estado?

—Me tomo el resto del día libre —dijo Fairfax con cautela.

—Y una mierda —replicó Hogg—. ¡Va a presentar un informe! Y, a continuación, va a subir y enfrentarse a una vista disciplinaria en virtud de lo dispuesto en las reglas 402 y 403 del reglamento de seguridad del Pentágono…

Demasiado agotado como para importarle algo, Fairfax permaneció allí, aguantando el rapapolvo.

—… Y entonces, entonces se irá de aquí para siempre, listillo. Y finalmente aprenderá que no es especial, que no es intocable y… —Hogg miró a Audrey—. Y que la seguridad de este país está mejor en manos de hombres como yo, hombres que saben luchar, hombres que están preparados para coger un arma y poner sus vidas al…

No llegó a terminar la frase.

En ese momento, un pelotón de doce marines de las fuerzas de reconocimiento entró en la habitación tras Fairfax. Llevaban uniformes de combate completos e iban fuertemente armados: fusiles de asalto Colt Commando, MP-7, miradas letales.

Fairfax abrió los ojos de par en par al verlos.

El líder del pelotón dio un paso al frente.

—Caballeros, mi nombre es capitán Andrew Trent, Cuerpo de Marines de Estados Unidos. Estoy buscando al señor David Fairfax.

Fairfax tragó saliva.

Audrey soltó un grito ahogado.

A Hogg casi se le salen los ojos de las órbitas.

—¿Qué demonios está pasando aquí?

El marine llamado Trent dio un paso al frente. Era un hombre enorme, todo músculo. Con el uniforme de combate, resultaba de lo más imponente.

—Usted debe de ser Hogg —aventuró Trent—. Señor Hogg, mis órdenes provienen directamente del presidente de Estados Unidos. Está a punto de producirse un grave incidente internacional y el señor Fairfax es quizás, en estos momentos, la cuarta persona más importante del país. Mis órdenes son escoltarlo en una misión de máxima importancia y protegerlo con mi vida. Así que, si no le importa, apártese de mi camino.

Hogg se quedó allí, conmocionado.

Audrey miró a Fairfax con asombro.

Fairfax vaciló. Tras los acontecimientos de esa mañana, no sabía en quién confiar.

—Señor Fairfax —dijo Trent—. He sido enviado por Shane Schofield. Dice que necesita su ayuda una vez más. Si no me cree, tenga…

Trent le pasó su radio y Fairfax la cogió.

Al otro lado de la línea estaba Libro II.

Veintidós minutos después, David Fairfax estaba a bordo de un Concorde cruzando el país a velocidad supersónica. Su destino: San Francisco.

De camino al aeropuerto, Libro le había relatado lo que Schofield necesitaba que hiciera. Libro también le había formulado la pregunta matemática: ¿cuál era el sexto número primo de Mersenne?

—¿El sexto número primo de Mersenne? —había dicho Fairfax—. Voy a necesitar un bolígrafo, papel y una calculadora científica.

En esos momentos estaba sentado en la cabina de pasajeros del Concorde, inclinado sobre un bloc, escribiendo frenéticamente, muy concentrado, atravesando el país solo.

Solo salvo por el equipo de doce marines que lo protegían.