5.4

Imagen

Cerca de la fortaleza de Valois

Bretaña (Francia).

26 de octubre, 15:00 horas (hora local).

09:00 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU).

El helicóptero de Axon que se había detenido ante Aloysius Knight y Libby Gant podía divisarse alejándose de la costa, haciéndose cada vez más y más pequeño, rumbo a la fortaleza de Valois, con Knight y Gant en su interior.

Una figura en las aguas oceánicas junto a los acantilados observó cómo se alejaba. Era

Schofield.

Lógicamente, cuando su Mack en llamas se había salido de la carretera y chocado contra el Mirage en vuelo, Schofield ya no estaba en su interior.

Tan pronto como los neumáticos del camión habían dejado la carretera, había abierto la puerta del conductor y se había tirado, bajo el camión.

El camión chocó contra el caza.

Explosión gigantesca. Ruido descomunal. Fragmentos de metal volando por todas partes.

Pero Schofield se encontraba muy por debajo de la explosión cuando esta se había producido, muy por debajo de la bola de fuego, pero también fuera del campo de visión de Gant o Knight, y cayó cual bólido, rasgando el aire.

Su primer pensamiento había sido: el Maghook.

No en esta ocasión. No tiene gas.

Maldición.

Siguió cayendo, no verticalmente, sino en un ángulo pronunciado gracias a la inercia del camión, mientras el acantilado se sucedía ante él a vertiginosa velocidad. Vio las olas del océano bajo él, acercándose. Si se golpeaba contra el agua desde esa altura, su cuerpo estallaría contra la superficie cual tomate aplastado.

¡Haz algo!, gritó su mente.

¡Como qué!

Y entonces se acordó…

… Y rápidamente tiró del cordón de la reata de su pecho. El cordón de apertura que iba unido al paracaídas que seguía llevando en su espalda. Lo llevaba desde la batalla a bordo del Hércules. Era tan ligero y pequeño que casi se había olvidado de que estaba allí.

El paracaídas se abrió a apenas dos metros y medio por encima del agua.

No ralentizó por completo su caída, pero sí lo suficiente.

Schofield dio bandazos en el aire a seis metros de las olas mientras la velocidad de descenso se reducía de manera significativa antes de tocar el agua con los pies y soltar el paracaídas. Se hundió en el océano, dejando una hilera de burbujas tras de sí.

Justo a tiempo.

Pues, un instante después, el amasijo de metal en llamas conformado por el camión y el caza cayó al agua, cerca de él.

Schofield emergió a poca distancia de los acantilados, entre los restos aún llameantes del caza.

Con cuidado de no ser visto, nadó por entre los pedazos flotantes y, un minuto después, vio que el helicóptero de Axon bordeaba un acantilado y ponía rumbo al castillo.

¿Habrían logrado escapar Gant y Knight? ¿O estaban en el helicóptero?

—¡Zorro! ¡Zorro! ¡Aquí Espantapájaros! —susurró por el micro de cuello—. Sigo con vida. ¿Estás bien?

Un leve carraspeo le respondió. Era una vieja técnica. Gant estaba bien pero no podía hablar. La habían capturado.

—Uno para sí y dos para no. ¿Estás en el helicóptero de Axon que acabo de ver?

Un carraspeo.

—¿Estás grave?

Un carraspeo.

—¿Muy grave?

Un carraspeo.

Mierda, pensó Schofield.

—¿Está Knight contigo?

Un carraspeo.

—¿Os están llevando de vuelta al castillo?

Un carraspeo.

—Aguanta, Libby. Voy a ir a buscarte.

Schofield miró a su alrededor y estaba a punto de empezar a nadar hacia la orilla cuando de repente vio que el destructor francés se detenía a sesenta metros de distancia de donde se encontraba.

En un lateral del barco vio un pequeño bote patrulla descender al agua con al menos una docena de hombres a bordo.

El bote cayó al agua y se alejó inmediatamente del destructor, directo a él.

Schofield no podía hacer otra cosa salvo observar cómo se le acercaba el bote patrulla francés.

—Estoy seguro de que los franceses ya se han olvidado de lo que ocurrió en la Antártida —murmuró para sí mismo.

Entonces su auricular cobró vida.

—¡Espantapájaros! ¡Aquí Libro! ¡Responda! ¡Tengo noticias que darle!

—Hola, Libro. Estoy aquí.

—¿Puede hablar?

Schofield subía y bajaba con las olas del Atlántico.

—Sí, claro. ¿Por qué no? —Miró el bote patrulla, a solo ciento treinta y cinco metros de distancia—. Aunque tengo que advertirle: creo que estoy a punto de morir.

—Sí, pero sé por qué —dijo Libro II.

—Libro, conecte a Gant y Knight a la transmisión —le pidió Schofield—. No pueden hablar, pero quiero que lo oigan también.

Así hizo Libro.

Entonces les habló de los «superpetroleros». Kormoran y de los misiles Camaleón clonados y del plan del M-12 para iniciar una nueva guerra fría, contra el terrorismo en esta ocasión, disparando esos misiles a las principales ciudades del mundo. También se refirió al sistema de seguridad CincLock, que solo Schofield y los hombres de la lista podían desactivar, y a la incorporación por parte de Ronson Weitzman del código de desactivación universal estadounidense, un código que Rosenthal había descrito como «un número primo de Mersenne aún por determinar».

Schofield frunció el ceño.

—Un número primo de Mersenne… —dijo—. Un número primo de Mersenne. Es un número…

Se le vino a la mente la imagen del general Ronson Weitzman en el Hércules, farfullando incoherencias bajo la influencia de la droga de la verdad que le habían inyectado los británicos:

«Oh, no… no fue solo el proyecto Kormoran… También estaba el Camaleón… Oh, Dios, Kormoran y Camaleón juntos. Barcos y misiles. Todo encubierto. Dios… Pero el código de desactivación universal cambia cada semana. En este momento, es… el sexto… oh, Dios mío, el sexto m… m… mercen… mercen…».

Mercen…

Mersenne.

En ese momento, Schofield había pensado que Weitzman estaba mezclando frases, intentando decir la palabra «mercenario».

Pero no era así.

Bajo la influencia de la droga, Weitzman había dicho la verdad. Había dicho cuál era el código.

El código de desactivación universal era el sexto número primo de Mersenne.

Mientras Libro les relataba la historia a Schofield y los demás, Scott Moseley estaba ocupado introduciendo las coordenadas GPS de la lista en el programa de trazado.

—Tengo los tres primeros barcos —dijo Moseley—. La primera coordenada tiene que ser el emplazamiento del barco de lanzamiento del Kormoran y la segunda el objetivo.

Le pasó a Libro el documento, que en esos momentos tenía unos nombres añadidos y resaltados:

Imagen

Moseley señaló los puntos en un mapa.

—El primer barco se encuentra en el canal de la Mancha, cerca de las playas de Normandía.

Libro se lo contó a Schofield:

—El primer barco está en el canal de la Mancha, cerca de Cherburgo, de las playas de Normandía. Lanzará los misiles a Londres, París y Berlín. Los siguientes dos barcos se encuentran en Nueva York y San Francisco y sus objetivos son múltiples ciudades.

—Dios mío —exclamó Schofield mientras flotaba en el agua.

El bote patrulla estaba a cuarenta y cinco metros, casi encima de él ya.

—De acuerdo, Libro. Escuche —dijo mientras una ola lo golpeaba en la cara. Escupió el agua salada—. Bloqueo de submarinos. Esos barcos no pueden lanzar los misiles si están sumergidos en el océano. Descodifique todos los emplazamientos de los superpetroleros Kormoran y contacte con todos los submarinos de ataque que tengamos cerca. 688I, bombarderos, me da igual. Lo que sea con tal de que lleven torpedos a bordo. A continuación envíelos a eliminar esos barcos Kormoran.

—Eso podría servir para algunos de los petroleros, Espantapájaros, pero no para todos.

—Lo sé —dijo Schofield—. Lo sé. Si no podemos destruir alguno, entonces tendremos que abordarlos y desactivar los misiles en sus silos.

»La cuestión es que esa unidad de respuesta por señales de luz requiere que el desactivador, yo, reaccione a un programa de desactivación en la pantalla de la unidad. Lo que quiere decir que tengo que estar en un radio de dieciocho metros de la consola de control de cada misil para desactivarlos, pero no puedo estar en todas partes alrededor del mundo al mismo tiempo. Lo que significa que necesitaré que haya gente en cada buque que me conecte vía satélite a los misiles de ese barco en cuestión.

—¿Necesita a gente en cada barco?

—Eso es, Libro. Si no hay submarinos en el área, alguien va a tener que estar a bordo de cada barco Kormoran, acercarse a un mínimo de dieciocho metros a la consola de misil, colocar un enlace ascendente por satélite a la consola y a continuación conectar conmigo vía satélite. Solo entonces podré usar la unidad CincLock para desactivar y anular todos los lanzamientos de misiles.

—Santo Dios —dijo Libro—. Dígame qué quiere que haga.

Otra ola golpeó a Schofield en la cabeza.

—Pongámonos con los tres primeros barcos en primer lugar. Vaya a Nueva York, Libro. Y llame a David Fairfax. Envíelo a San Francisco. Quiero a gente de confianza dentro de esos petroleros. Si salgo vivo de esta, intentaré llegar al petrolero del canal de la Mancha. Oh, y pregúntele a Fairfax cuál es el sexto número primo de Mersenne. Si no lo sabe, dígale que lo averigüe.

»Por último, envíe al equipo de inspección del departamento de Defensa antes de la hora prevista, el que iba a visitar la planta de construcción de misiles de Axon en Norfolk a las doce del mediodía. Quiero saber qué ha ocurrido en esa planta.

—Ya lo he hecho —dijo Libro II.

—Buen trabajo.

—¿Qué hay de usted? —dijo Libro.

En ese momento, el bote patrulla francés se detuvo delante de Schofield. Los soldados de cubierta, con gesto furioso, lo apuntaron con fusiles de asalto FAMAS.

—Aún no me han matado —dijo Schofield—. Lo que significa que alguien quiere hablar conmigo. Lo que a su vez significa que sigo en el juego. Espantapájaros. Corto.

Y a continuación Schofield fue sacado del agua a punta de pistola.