Aeródromo Whitmore (abandonado).
65 kilómetros al oeste de Londres
12:30 horas (hora local).
(13:30 horas en Francia).
Treinta minutos antes (cuando Schofield, Gant y Knight habían llegado a la fortaleza de Valois), Libro II y Madre habían aterrizado su Lynx robado en el aeródromo abandonado donde Rufus los había dejado.
No se esperaban encontrar a Rufus aún allí. Él les había dicho que, tras dejarlos, se dirigiría a Francia para unirse a Knight.
Pero, cuando aterrizaron, vieron al Cuervo Negro estacionado en el interior de un viejo hangar, rodeado por coches de la policía secreta con luces estroboscópicas en los techos.
Rufus estaba junto a su avión con gesto triste, impotente, rodeado por seis miembros de la policía secreta ataviados con gabardinas y una sección de Marines Reales.
Madre y Libro fueron apresados tan pronto como aterrizaron.
Uno de los hombres con gabardina se acercó a ellos. Era joven, pulcro, y sostenía un móvil en la mano como si estuviera en mitad de una llamada.
Cuando habló, su acento resultó ser estadounidense.
—¿Sargentos Newman y Riley? Soy Scott Moseley, departamento de Estado de los Estados Unidos de América, delegación de Londres. Tenemos entendido que están ayudando al capitán Shane M. Schofield, del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, en su intento por evitar una cacería humana internacional. ¿Es correcto?
Libro y Madre se quedaron blancos.
—Mmm, sí… Eso es —dijo Libro II.
—El Gobierno de Estados Unidos ha sabido de la existencia de esta cacería. A juzgar por la información de que disponemos en este momento, hemos evaluado los presumibles motivos de ello y hemos llegado a la conclusión de que mantener al capitán Schofield con vida es de suprema importancia para el país. ¿Saben dónde está?
—Puede —dijo Madre.
—Entonces, ¿de qué va todo esto? —preguntó Libro II—. Háblenos de esta gran conspiración.
El rostro de Moseley se enrojeció.
—No conozco los detalles —admitió.
—Oh, vamos —gruñó Libro II—. Tiene que darnos algo más que eso.
—Por favor —rogó Moseley—. Yo solo soy el mensajero. No tengo autorización para conocer la historia completa. Pero, créanme, no estoy aquí para entorpecer sus esfuerzos. Todo lo que me han dicho es esto: la persona o personas detrás de esta cacería tiene la capacidad, y quizás el deseo, de destruir a los Estados Unidos de América. Es todo lo que se me ha comunicado. Más allá de eso, yo no sé nada.
»Lo que sí sé es que estoy aquí obedeciendo órdenes directas del presidente de Estados Unidos y mis órdenes son estas: ayudarlos. Del modo que sea necesario. Adonde quieran ir. Cualquier cosa que necesiten para contribuir a que el capitán Schofield siga con vida, estoy autorizado a concedérselo. Si quieren armas, suyas son. Si necesitan dinero, dispongo de él. Qué demonios, si quieren el Air Force One para llevarlos a cualquier parte del mundo, está a su disposición.
—Genial… —exclamó Madre.
—¿Cómo sabemos que podemos confiar en usted? —preguntó Libro II.
Scott Moseley le pasó a Libro su móvil.
—¿Hola? —dijo Libro por él.
—¿Sargento Riley? —llamó una voz firme al otro lado de la línea. Libro II la reconoció al momento y se quedó helado.
Había conocido al dueño de esa voz durante el caos acontecido en el Área 7.
Era la voz del presidente de Estados Unidos.
Era cierto.
—Sargento Riley —dijo el presidente—. La totalidad de los recursos del Gobierno estadounidense están a su disposición y mando. Cualquier cosa que necesite, solo tiene que decírselo al subsecretario. Tienen que mantener a Shane Schofield con vida. Ahora tengo que dejarle.
A continuación colgó.
—Bien —dijo Libro, y emitió un silbido de asombro.
—¿Y bien? ¿Qué necesitan? —preguntó Scott Moseley.
Madre y Libro intercambiaron miradas.
—Vaya usted —decidió Libro—. Salve a Espantapájaros. Voy a averiguar de qué va todo esto.
—Entendido —acató Madre.
Se giró rápidamente, señalando a Rufus pero dirigiéndose a Moseley.
—Lo necesito a él. Y su avión, lleno de combustible. Además de autorización para salir de Inglaterra. Sabemos dónde está Espantapájaros y quiero llegar a él rápido.
—Puedo organizarlo todo… —comenzó a decir Moseley.
—Sí, pero todavía no confío en usted —gruñó Madre—. En Rufus sí confío. Y es tan rápido como el que más.
—De acuerdo. Hecho. —Scott Moseley asintió a uno de sus hombres—. Llenen el depósito. Despejen el espacio aéreo.
Moseley se volvió hacia Libro.
—¿Qué hay de usted?
Pero Libro no había terminado de hablar con Madre.
—Eh, Madre. Buena suerte. Sálvelo.
—Haré todo lo que esté en mi mano —aseguró Madre. A continuación corrió junto a Rufus y el Sukhoi. Tras unos minutos, con el depósito ya lleno, el Cuervo se elevó en el cielo y desapareció en la distancia con sus posquemadores refulgiendo.
Solo cuando se hubo marchado, Libro II se giró para mirar a Scott Moseley.
—Necesito un reproductor de vídeo —dijo.