4.1

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Fortaleza de Valois, Bretaña (Francia).

26 de octubre, 14:00 horas (hora local).

08:00 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU).

Las tres diminutas figuras cruzaron el impresionante puente de piedra que conectaba la fortaleza de Valois con la tierra firme francesa.

Shane Schofield.

Libby Gant.

Aloysius Knight.

Cada uno de ellos llevaba una caja para el transporte de órganos.

Tres cajas. Tres cabezas.

Debido a que Schofield era uno de los hombres más buscados del mundo en esos momentos, y al hecho de que estaban a punto de entrar en el sanctasanctórum de la cacería, Schofield y Gant iban parcialmente disfrazados.

Llevaban los uniformes de combate y los cascos negros del IG-88, que habían cogido a los hombres del Hércules. Además de sus propias armas (ya limpias de adhesivo), también llevaban fusiles Metal Storm. Schofield, además, tenía varios vendajes manchados de sangre que le cubrían la mitad inferior de la cara y gafas de sol normales, lo justo para poder ocultar sus rasgos.

En el bolsillo de su muslo, sin embargo, también llevaba una de las Palm Pilot modificadas de Knight.

Knight llamó al timbre del castillo.

—De acuerdo. Como soy el único que ha hecho esto antes, yo llevaré las cabezas al asesor. Se les pedirá que esperen en un área de seguridad.

—¿Área de seguridad?

—Los asesores no tratan con mucha amabilidad a aquellos cazarrecompensas que intentan irrumpir en sus despachos y robarles el dinero. Ya ha ocurrido antes. Por ello, los asesores disponen, por lo general, de sistemas de protección bastante desagradables. Y si este asesor es quien creo que es, no es una persona muy amable que digamos.

»En cualquier caso, no pierda de vista la Palm. No estoy muy seguro de cuánta información podré sacar de su ordenador, pero con suerte la suficiente como para averiguar quién está financiando esta cacería.

Knight llevaba una Palm Pilot idéntica en su bolsillo. Al igual que muchos dispositivos de ese tipo, iba equipada con un sistema de transferencia de datos por infrarrojos, de manera que podían enviarse documentos de un ordenador a la Palm sin necesidad de conexiones.

Las modificaciones de Knight a su Palm, sin embargo, incluían un programa de búsqueda que permitía que su dispositivo tuviera acceso inalámbrico a cualquier ordenador en un radio de tres metros. Lo que significaba que podía hacer algo muy especial: acceder a ordenadores independientes si se acercaba lo suficiente.

Las puertas del castillo se abrieron.

Monsieur Delacroix apareció, tan atildado como siempre.

—Capitán Knight —dijo de manera ceremoniosa—. Me preguntaba si lo vería.

Monsieur Delacroix —lo saludó Knight—. Tenía el presentimiento de que sería el asesor. Les estaba diciendo a mis socios lo amable que es usted.

—Seguro que sí —dijo Delacroix. Miró a Schofield y a Gant, con la ropa del IG-88—. Nuevos ayudantes. No sabía que hubiera estado reclutando a gente de monsieur Larkham.

—Es difícil encontrar buena ayuda —aseguró Knight.

—Desde luego. ¿Por qué no entran?

Atravesaron el garaje-exposición del castillo, lleno de aquella colección de coches caros: el Porsche GT2, el Aston Martin, el Lamborghini, los coches de rali Subaru WRX.

Delacroix iba delante, empujando una carretilla que contenía las tres cajas con las cabezas.

—Bonito castillo —observó Knight.

—Es bastante impresionante —dijo Delacroix.

—¿Quién es el dueño?

—Un hombre muy rico.

—Cuyo nombre es…

—Uno que no estoy autorizado a divulgar. He recibido instrucciones al respecto.

—Como siempre —dijo Knight—. ¿Armas?

—Puede quedarse sus armas —concedió Delacroix sin prestarle demasiado interés—. No le serán de ninguna utilidad aquí.

Bajaron unas escaleras situadas en la parte trasera del garaje y entraron a una antesala redonda con paredes de piedra que precedía a un largo y estrecho túnel.

Delacroix se detuvo.

—Sus socios tendrán que esperar aquí, capitán Knight.

Knight asintió con la cabeza a Schofield y Gant.

—No hay problema. No se asusten cuando las puertas se cierren.

Schofield y Gant tomaron asiento en un sofá de cuero que había junto a la pared.

Delacroix condujo a Knight por el estrecho túnel iluminado con antorchas.

Llegaron al final del túnel, a un despacho bien equipado. Delacroix entró en el despacho por delante de Knight. A continuación se volvió con un mando a distancia en la mano.

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

Las tres puertas de acero del túnel descendieron, encerrando a Schofield y a Gant en la antesala y a Knight en el túnel.

Knight ni siquiera pestañeó.

Delacroix se dispuso a examinar las cabezas de Zawahiri, Khalif y Kingsgate, que habían sido capturadas por Damon Larkham en las cuevas de Afganistán.

Escaneo por láser, historia clínica dental, ADN…

Knight permanecía en el túnel de piedra, atrapado, esperando.

Se percató de las oquedades dispuestas en las paredes para el aceite hirviendo.

—Mmm —dijo en voz alta—. Vaya, vaya…

A través de una pequeña ventana de plexiglás dispuesta en la puerta de acero, Knight podía ver el despacho de Delacroix.

Observó a Delacroix trabajando y vio la inmensa ventana panorámica tras el escritorio del banquero suizo desde la que se divisaba el maravilloso océano Atlántico.

Fue entonces, sin embargo, cuando Knight advirtió la presencia de los barcos.

En el lejano horizonte se avistaba un grupo de buques de guerra: destructores y fragatas alrededor de un impresionante portaaviones que reconoció al instante: el clase Charles de Gaulle, propulsado por energía nuclear.

Era un grupo de portaaviones de apoyo, de apoyo francés.

Schofield y Gant esperaban en la antesala.

Un zumbido cerca del techo atrajo la atención de Schofield.

Alzó la vista y descubrió seis extrañas antenas, dispuestas alrededor del techo de la antesala redonda, incrustadas en las paredes de piedra. Parecían altavoces, pero Schofield supo que se trataba de emisores de microondas.

También vio el origen del zumbido: una cámara de seguridad.

—Nos están vigilando —dijo.

En algún lugar del castillo, alguien estaba observando a Schofield y Gant por un monitor en blanco y negro.

Esa persona observaba fijamente a Schofield, como si pudiera ver a través de sus vendajes y gafas de sol.

Monsieur Delacroix concluyó sus pruebas.

Se volvió hacia Knight, que seguía cautivo en el túnel.

—Capitán Knight —dijo por el intercomunicador—. Felicidades. Cada una de sus tres cabezas ha sido correctamente verificada. Es usted 55,8 millones de dólares más rico.

El banquero suizo presionó el mando a distancia y las tres puertas de acero se replegaron.

Knight entró en el despacho de Delacroix mientras el banquero se sentaba tras su enorme escritorio y comenzaba a introducir algunas claves en su ordenador portátil autónomo.

—¿Y bien? —dijo Delacroix con las manos sobre el tablero—. ¿A qué cuenta quiere que le transfiera el dinero de la recompensa? ¿He de asumir que sigue ingresando su dinero con Alan Gemes en Ginebra?

Los ojos de Knight miraban fijamente el ordenador de Delacroix.

—Sí —dijo mientras pulsaba el botón de transmisión de la Palm Pilot de su bolsillo.

Al momento, la Pilot y el ordenador de Delacroix comenzaron a comunicarse entre sí.

En la antesala de piedra, Schofield vio que su Palm Pilot cobraba vida.

Los datos comenzaron a aparecer en la pantalla a vertiginosa velocidad. Documentos llenos de nombres, números, diagramas:

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ASUNTO: PAGO COMISIÓN DEL ASESOREL PAGO DE LA COMISIÓN DEL ASESOR SE REALIZARÁ MEDIANTE TRANSFERENCIA ELECTRÓNICA INTERNA DE FONDOS DENTRO DE AGM SUISSE DESDE LA CUENTA PRIVADA DE ASTRAL-66 PTY LTD (N.º 437-666-21). POR LA CANTIDAD DE 3,2 MILLONES DE DÓLARES (TRES COMA DOS MILLONES DE DÓLARES). POR VALORACIÓN.

ITINERARIO EJECUTIVO

El orden de viaje propuesto es el siguiente: Asmara (01/08), Luanda (01/08), Abuya (05/08), Yamena (07/08) y Tobruk (09/08).

01/08 Asmara (embajada).

03/08 Luanda (estancia con el Sr. Loch, sobrino de R).

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Schofield vio el último archivo. Lo reconoció.

La lista de objetivos.

La Palm siguió descargando otros documentos. Con cuidado de mantener oculto el dispositivo, Schofield cliqueó en la lista para abrirla.

Esa lista era ligeramente diferente a la que le había sustraído al líder de Executive Solutions, Cedric Wexley, en Siberia. Algunos de los nombres estaban sombreados. El documento entero era el siguiente:

LISTA MAESTRA ASESOR

INFORMES VERIFICADOS. INFORMACIÓN ACTUALIZADA A FECHA DE:

26 DE OCTUBRE, 14:12 HORAS

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Los muertos, pensó Schofield con un escalofrío. Es una lista de los objetivos que ya han sido eliminados.

Y cuyas muertes han sido verificadas.

Schofield podía haber añadido a Ashcroft y Weitzman en esa lista (Ashcroft había sido decapitado en Afganistán por los cazarrecompensas Spetsnaz, los Skorpion, y Weitzman había sido asesinado en el avión de transporte militar).

Lo que significaba que, en el mejor de los casos, solo cinco de los quince nombres iniciales seguían con vida: Christie, Oliphant, Rosenthal, Zemir y el propio Schofield.

Schofield frunció el ceño.

Había algo en aquella lista que no le cuadraba, pero no sabía qué…

Entonces vislumbró la palabra «ASESOR» en otro de los documentos.

Lo abrió.

Era un correo electrónico:

ASUNTO: PAGO COMISIÓN DEL ASESOR

EL PAGO DE LA COMISIÓN DEL ASESOR SE REALIZARÁ MEDIANTE TRANSFERENCIA ELECTRÓNICA INTERNA DE FONDOS DENTRO DE AGM SUISSE DESDE LA CUENTA PRIVADA DE ASTRAL-66 PTY LTD (N.º 437-666-21). POR LA CANTIDAD DE 3,2 MILLONES DE DÓLARES (TRES COMA DOS MILLONES DE DÓLARES). POR VALORACIÓN.

EL ASESOR SERÁ M. JEAN-PIERRE DELACROIX, DE AGM SUISSE.

Schofield se quedó mirando las palabras «ASTRAL-66 PTY LTD».

De ahí provenía el dinero. Lo que quiera que fuera Astral-66 estaba financiando esa cacería…

—Buenas tardes —dijo una agradable voz.

Schofield y Gant levantaron la vista.

Un joven muy apuesto estaba a los pies de las escaleras de piedra desde las que se subía al garaje. Estaba a punto de abandonar la treintena y llevaba unos vaqueros de marca y una camisa de Ralph Lauren abierta con una camiseta debajo, siguiendo la moda de tantos otros ricachones. Schofield se fijó al instante en sus ojos: uno azul, otro marrón.

—Bienvenidos a mi castillo. —El apuesto joven sonrió. Su sonrisa, sin embargo, parecía peligrosa—. ¿Y ustedes son?

—Colton. Tom Colton —mintió Schofield—. Esta es Jane Watson. Estamos con Aloysius Knight. Hemos venido a ver a monsieur Delacroix.

—Oh, comprendo… —dijo el joven.

Extendió su mano.

—Killian. Jonathan Killian. Parecen haber vivido un día lleno de acción. ¿Puedo ofrecerles una bebida o algo para comer? O quizá quieran que mi médico personal les ponga vendajes limpios en sus heridas.

Schofield miró hacia el túnel, buscando a Knight.

—Por favor… —Killian los guio por las escaleras. Puesto que no querían atraer una atención innecesaria, lo siguieron.

—Lo he visto antes —dijo Schofield mientras subían por las escaleras—. En la televisión…

—De vez en cuando hago alguna aparición televisiva.

—En África —dijo Schofield—. Usted estuvo en África. El año pasado. Inaugurando fábricas. Fábricas de comida. En Nigeria…

Era cierto. Schofield recordaba las imágenes de las noticias: Killian estrechándole la mano a sonrientes líderes africanos entre multitudes de trabajadores felices.

Llegaron al garaje de coches.

—Tiene usted buena memoria —dijo Killian—. También fui a Eritrea, Chad, Angola y Libia para abrir nuevas fábricas de productos alimenticios. Aunque muchos no lo sepan aún, el futuro del mundo se encuentra en África.

—Me gusta su colección de coches —dijo Gant.

—Juguetes —respondió Killian—. Meros juguetes.

Los llevó a un pasillo por el que se salía del garaje. Tenía tarima y paredes prístinas de color blanco.

—Pero me gusta jugar con juguetes —dijo Killian—. Casi tanto como me gusta jugar con la gente. Me gusta ver sus reacciones en situaciones de estrés.

Se detuvo delante de una puerta de madera. Schofield oyó risas tras la puerta. Risas estentóreas de hombres. Parecía como si estuviera celebrando una fiesta.

—¿Situaciones de estrés? —dijo Schofield—. ¿A qué se refiere?

—Bueno… Tomemos como ejemplo la incapacidad de la media occidental para comprender a los terroristas suicidas islamistas. A los occidentales se nos enseña desde nuestro nacimiento a luchar de un modo justo: los duelos franceses, con diez pasos de separación; las justas de caballeros inglesas; los pistoleros estadounidenses, cara a cara en una calle del salvaje Oeste. En el mundo occidental, luchar es justo porque se da por sentado que ambas partes quieren ganar la batalla.

—Pero el terrorista suicida no lo ve de esa manera —continuó Schofield.

—Exacto —dijo Killian—. No quiere ganar la batalla, porque la batalla para un terrorista suicida es algo insignificante. Él quiere ganar una guerra mayor, una guerra psicológica en la que el hombre que muere en contra de su voluntad, en un estado de angustia, terror y miedo, pierde; mientras que el que muere cuando está emocional y espiritualmente preparado, gana.

»Así, cuando un occidental se las ve con un terrorista suicida se viene abajo. Créanme, lo he visto. Al igual que he visto las reacciones de la gente en otras situaciones de estrés: criminales en la silla eléctrica, personas en el agua rodeadas de tiburones. Oh, sí, me encanta ver el gesto de puro horror que se forma en el rostro de un hombre cuando es consciente de que va a morir.

Tras decir eso, Killian abrió la puerta…

… En el mismo instante en que Schofield cayó en la cuenta:

El problema con la lista maestra de objetivos.

En la lista maestra de objetivos, los nombres de McCabe y Farrell habían sido sombreados.

McCabe y Farrell, que habían muerto en Siberia esa mañana, ya habían sido declarados oficialmente muertos.

Y ya se había pagado la recompensa por sus cabezas.

Lo que significaba que…

Las puertas se abrieron…

… Y Schofield y Gant se toparon con la imagen de un comedor repleto de miembros de Executive Solutions, veinte en total, comiendo, bebiendo y fumando. En la cabecera de la mesa, con su nariz rota cubierta por un nuevo vendaje, estaba Cedric Wexley.

A Schofield se le mudó el rostro.

—Y esa… —dijo Killian—. Esa es la expresión de la que les hablaba. —El multimillonario esbozó una sonrisa leve y carente de alegría—. Bienvenido a mi castillo… capitán Schofield.