Agencia de Inteligencia del departamento de Defensa
Subnivel 3, Pentágono
26 de octubre, 07:00 horas (hora local).
(12:00 horas en Londres).
El jefe de Dave Fairfax lo pilló cuando estaba saliendo de su despacho para ir al hospital Saint John a buscar al doctor Thompson Oliphant.
—¿Adónde cree que va, Fairfax?
Su nombre era Wendel Hogg y era un gilipollas. Hogg, un tipo fornido, había pertenecido al ejército: veterano de guerra en Iraq, un detalle que no perdía la ocasión de mencionar.
La cuestión es que Hogg era un estúpido. Y, siguiendo la tradición de los jefes estúpidos en cualquier lugar del planeta:
(a) se aferraba rígida e inflexiblemente a las normas
(b) despreciaba a la gente con talento como David Fairfax
—Voy a por café —dijo Fairfax.
—¿Qué tiene de malo el café de aquí?
—He probado ácido fluorhídrico mejor que el café de aquí.
Justo entonces, una joven menuda entró en la oficina. Era la chica que repartía el correo, una escasamente llamativa muchacha llamada Audrey. Los ojos de Fairfax se iluminaron al verla. Por desgracia, también los de Hogg.
—Hola, Audrey —la saludó Fairfax con una sonrisa.
—Hola, Dave —respondió ella con timidez. Para otros podía ser una chica poco agraciada, pero a Fairfax le parecía bonita.
Entonces Hogg dijo en voz alta:
—Pensaba que se iba, Fairfax. Oiga, ya que va al Starbucks, ¿por qué no nos trae un par de frappuccinos grandes? Y rápido, ¿quiere?
A Fairfax se le ocurrieron un millón de contestaciones ocurrentes, pero se limitó a suspirar.
—Lo que usted diga, Wendel.
—Eh —gritó Hogg—. Diríjase a mí como sargento Hogg o sargento, joven. No recibí una bala en Iraq para que un debilucho informático como usted me llame Wendel. Porque, cuando llegue el momento de ponerse en pie y mirar frente a frente al enemigo… —Le lanzó una mirada engreída a Audrey—. ¿Quién querría que sostuviera el arma, usted o yo?
El rostro de Fairfax se enrojeció.
—Diría que usted, Wendel.
—Buena respuesta.
Y, avergonzado, tras despedirse con la cabeza de Audrey, Fairfax se marchó.
Urgencias del hospital Saint John
Arlington (EE. UU).
26 de octubre, 07:15 horas.
Fairfax entró en las urgencias del Saint John y se dirigió a la recepción.
No estaba muy concurrida a esas horas de la mañana. Solo había cinco personas (más bien muertos vivientes) sentadas en la sala de espera.
—Hola, mi nombre es David Fairfax. Quería ver al doctor Thompson Oliphant.
La enfermera del mostrador masticaba chicle perezosamente.
—Un segundo. ¡Doctor Oliphant! ¡Alguien pregunta por usted!
Una segunda enfermera salió de uno de los boxes con cortinas.
—Glenda, shhh. Ha ido a echarse un rato. Iré a buscarlo.
La segunda enfermera desapareció por el pasillo.
En ese momento, un hombre de color muy alto se acercó al mostrador de recepción junto a Fairfax.
Tenía la piel muy oscura y la frente inclinada propia de los habitantes de Sudáfrica. Llevaba unas gafas de sol modelo Elvis y una gabardina oscura. Era el Zulú.
—Buenos días —dijo el Zulú con fría formalidad—. Me gustaría ver al doctor Oliphant, por favor.
Fairfax intentó no mirar al cazarrecompensas, intentó que no se notara que su corazón latía a toda velocidad.
Alto y desgarbado, el Zulú era enorme, del tamaño de un jugador de baloncesto profesional. La cabeza de Fairfax le llegaba al pecho.
La enfermera del mostrador hizo un globo con el chicle.
—Vaya, pues sí que está solicitado esta mañana. Está descansando. Ya han ido a buscarlo.
En ese momento, un médico con ojos somnolientos apareció al otro extremo del pasillo de uso exclusivo para personal autorizado.
Era un hombre mayor: cabello cano, rostro arrugado. Llevaba una bata blanca. Salió de la habitación lateral frotándose los ojos. Se puso las gafas.
—¿Doctor Oliphant? —comenzó el Zulú.
—¿Sí? —dijo el anciano doctor mientras se acercaba.
Fairfax fue el primero en ver el arma bajo la gabardina del Zulú.
Era un Cz-25, uno de los subfusiles más rudimentarios del mundo. Se parecía al Uzi, solo que era peor (el hermano gemelo feo, con un cargador de cuarenta balas sobresaliéndole de la empuñadura).
El Zulú sacó el arma, apuntó con ella a Oliphant y, ajeno a la presencia de al menos siete testigos, apretó el gatillo.
Fairfax, junto al asesino, hizo lo único que se le ocurrió.
Empujó el arma con su mano derecha, haciendo que la ráfaga inicial agujereara la pared situada junto a la cabeza de Oliphant.
La gente se agachó.
Las enfermeras gritaron.
Oliphant se tiró al suelo.
El Zulú golpeó con el revés a Fairfax y este se golpeó contra un carrito cercano.
Entonces el Zulú echó a andar, no a correr. Rodeó la mesa de recepción y se dirigió al pasillo de uso exclusivo para el personal del hospital, tras Oliphant, con su Cz-25 en ristre.
Disparó sin piedad.
Las enfermeras se apartaron de su camino.
Oliphant se arrastró de rodillas por el suelo hasta una sala de suministros que daba al pasillo mientras las balas impactaban en el suelo a su alrededor.
Fairfax yacía entre los objetos que portaba el carrito sobre el que había caído. Vio una bolsa de polvo blanco: «Ceolita. Cloro. Producto de limpieza industrial. Evitar contacto con la piel». La cogió.
A continuación se puso de pie y echó a correr mientras todos los demás se apartaban de la acción. Se asomó por el pasillo de personal y vio que el Zulú se detenía delante de una puerta abierta y levantaba su Cz-25.
Fairfax le lanzó la bolsa del cloro en polvo por el aire, que golpeó al Zulú en un lateral de la cabeza y estalló en una nube de polvareda blanca.
El Zulú gritó y se alejó de la puerta, dándose manotazos en su cabeza cubierta de polvo, intentando desesperadamente quitarse la abrasadora ceolita de su piel. Los cristales de sus gafas de sol estaban en esos momentos cubiertos por una capa de polvo blanco. Estaban empezándole a salir ampollas en la piel.
Fairfax echó a correr por el pasillo y se deslizó por el suelo, justo por debajo del Zulú. Se asomó por la puerta y vio al doctor Oliphant escondido bajo unas estanterías, cubriéndose el rostro.
—¡Doctor Oliphant! Escúcheme. Mi nombre es David Fairfax y trabajo en la agencia de Inteligencia del departamento de Defensa. ¡No soy ningún héroe, pero ahora mismo es todo lo que tiene! ¡Si quiere salir con vida de esta, será mejor que venga conmigo!
Oliphant extendió la mano y Fairfax se la cogió. Levantó al médico. A continuación esquivaron al Zulú, que seguía intentando quitarse el polvo del rostro, y salieron del hospital.