Libro y Rosenthal llegaron al tejado del edificio en la plataforma de limpieza de ventanas.
Se escondieron tras una de las chimeneas y, cuando se asomaron por ella, vieron uno de los helicópteros de Damon Larkham en el helipuerto de la azotea, con los rotores girando, envuelto en la incesante lluvia.
—Siga hablando —le pidió Libro a Rosenthal—. Ese grupo, el M-12, escribió la lista. Y quieren a Schofield muerto porque…
—Por las pruebas Cobra —dijo Rosenthal—. Porque las pasó. Aunque en la OTAN se llamaron de otra manera: «Pruebas de rapidez de respuesta de las neuronas motoras».
—¿Rapidez de respuesta de las neuronas motoras? —repitió Libro II—. ¿Se refiere a los reflejos?
—Sí. Exactamente —confirmó Rosenthal—. Todo versaba sobre los reflejos. Reflejos superrápidos. Los reflejos de los hombres de esa lista son los mejores del mundo. Pasaron las pruebas Cobra y solo alguien que pasa las pruebas Cobra puede desactivar el sistema de seguridad por misiles CincLock-VII, y el CincLock-VII es la parte central del plan del M-12.
—Un sistema de seguridad misilístico…
—Sí, sí, pero no se deje engañar. Esta cacería es solo una parte de un plan mucho mayor.
—¿Y cuál es ese plan?
—Golpear el orden mundial existente. Crear una guerra mundial. Agostar la tierra para que pueda crecer de nuevo —explicó Rosenthal—. Escuche, tengo un archivo abajo. El Mossad ha estado interrogándome durante los últimos dos días. Es un archivo sobre esta cacería, sobre el M-12 y sus miembros, y lo más importante de todo, su plan…
La cabeza de Rosenthal estalló en pedazos. Como un globo de agua lleno de sangre.
Sin previo aviso.
Su rostro quedó hecho jirones por la letal ráfaga de veinte disparos de un fusil Metal Storm apostado en algún punto tras Libro II.
Libro II se volvió…
… Y vio al mismísimo Damon Larkham en la puerta de las escaleras de incendios, a unos veinticinco metros de él, blandiendo su Metal Storm.
Libro miró a Rosenthal, ensangrentado, muerto. El hombre del Mossad ya no contaría más historias, no sin su rostro.
Así que Libro echó a correr.
Hacia el helicóptero allí estacionado, con su pistola en ristre, disparando sin cesar.
La pared acristalada del ascensor se hizo añicos y Madre se balanceó hasta su interior.
En esos momentos se encontraba en la cara sur de la torre, en la planta 38. Vio los demás ascensores, parados en la misma planta que ella.
Si estuvieran numerados del uno al cinco a lo ancho de esa cara del edificio, entonces los ascensores 1, 2, 3 y 5 estaban detenidos en la planta 38. Había un hueco vacío en el lugar donde debería haber estado el número 4. Debía de estar en una planta inferior. Madre se encontraba en el número 1, en la parte izquierda de la cara sur. Pulsó el botón para abrir las puertas.
Era como estar en una pecera. Madre sabía que el helicóptero Lynx que la había aterrorizado instantes antes iría en su búsqueda pronto y no quería ser un blanco tan fácil…
El helicóptero.
Madre se volvió.
¡Estaba justo allí!
Cerniéndose junto al ascensor acristalado, por la cara oeste, mirándolo fijamente.
Madre siguió pulsando el botón.
—¡Maldita sea, joder! ¿Está este puto botón conectado a algo?
Y entonces vio una columna de humo salir de uno de los lanzamisiles laterales del Lynx.
¡Le habían lanzado un misil!
Un misil guiado antitanque salió del lanzador, dibujando una línea horizontal directa al ascensor de Madre.
Las puertas del ascensor comenzaron a abrirse.
El misil se precipitaba hacia los ojos de Madre.
Madre metió las manos entre las puertas y tiró de ellas. Logró salir del ascensor justo cuando el misil atravesó su cara oeste, desde el lateral, y achicharró su interior antes de salir despedido por el otro lado, directo al siguiente ascensor.
El misil guiado antitanque recorrió la cara sur de la torre King, haciendo pedazos uno tras otro los cuatro ascensores detenidos en la planta 38, provocando una secuencia de explosiones conforme penetraba en las paredes acristaladas de cada ascensor hasta que, dejando tras de sí una lluvia de cristales, salió disparado del último y se precipitó hasta el Támesis, donde estalló erigiendo un gigantesco géiser de agua.
Por su parte, Madre aterrizó torpemente en el interior de la recepción de la planta 38. La puerta del ascensor seguía abierta.
Tumbada bocabajo en el suelo, alzó la vista.
Y vio a cuatro cazarrecompensas en lo que quedaba de la recepción, mirándola. Parecían tan sorprendidos de verla como ella de encontrarlos allí.
—Mira tú por dónde… —murmuró Madre.
Los hombres del IG-88 alzaron sus fusiles Metal Storm.
Madre se puso de pie de un salto y se dirigió al único lugar al que podía ir: el ascensor.
Allí, se agachó bajo el panel de control cuando una ráfaga de disparos atravesó sus puertas abiertas.
La lluvia y el viento azotaban a Madre. El ascensor era en esos momentos poco más que una plataforma abierta desde la que se divisaba todo Londres.
Madre miró hacia la cara sur de la torre.
Los otros tres ascensores estaban allí, en fila, con sus paredes acristaladas hechas añicos por el misil.
—Vivir o morir, Madre —dijo en voz alta—. A tomar por culo. Morir.
Así que echó a correr.
A treinta y ocho plantas de altura, por la cara sur del edificio, salvando los huecos de casi un metro de ancho que había entre los ascensores semidestruidos.
Tan pronto como aterrizó en el segundo ascensor, el helicóptero Lynx regresó, en esta ocasión disparando con su minigun y arrasando ese lado del edificio con una devastadora ráfaga de balas.
Pero Madre siguió corriendo, esquivando sus disparos por centímetros, y saltó a la plataforma del tercer ascensor.
El hueco donde debería haber estado el cuarto elevador se abría ante sus ojos.
Sin embargo, Madre no se detuvo.
Había mucha distancia, tres metros y medio, pero saltó de todas formas, hacia delante, con los brazos extendidos, a treinta y ocho plantas de altura, con la esperanza de poder agarrarse al quinto ascensor con las manos. Pero no tuvo suerte.
Tan pronto como saltó supo que no iba a lograrlo.
Sus manos no se agarraron al suelo del quinto ascensor por escasos centímetros y Madre cayó.