Visto desde la distancia, los tres helicópteros Lynx del IG-88 rodeaban la parte superior de la torre King cual moscas acechando a un excursionista.
Uno había aterrizado en la parte superior del edificio, mientras que los otros dos seguían rodeando las plantas superiores, vislumbrando su interior a través de las ventanas.
Al oír el estallido de los cristales, algunas personas habían llamado a la policía.
Libro II y Madre echaron a correr por un pasillo de la planta 40, arrastrando a Benjamin Rosenthal con ellos.
—¡Hábleme! —le dijo Libro a Rosenthal mientras corrían—. La lista. ¿Por qué Schofield y usted están en ella?
Rosenthal intentó coger aire.
—El M… El M-12 nos puso en ella. Yo estoy en la lista porque sé quiénes son sus miembros y puedo sacar sus nombres a la luz cuando lleven a cabo su plan.
—¿Y Schofield?
—Él es diferente. Es un individuo muy especial. Es uno de los pocos que pasó las pruebas Cobra… una de las nueve personas en el mundo que pueden desactivar el CincLock-VII, el sistema de seguridad de los misiles Camaleón.
Justo entonces, la puerta de una escalera de incendios que había junto a ellos se abrió y de ella salieron cuatro mercenarios del IG-88 blandiendo fusiles Metal Storm y miras láser de color verde.
Libro y Rosenthal no tuvieron tiempo para reaccionar, pero Madre sí.
Los empujó al interior de otro pasillo mientras ella echaba a correr en la otra dirección, esquivando por centímetros las ráfagas devastadoras de los fusiles.
Libro y Rosenthal corrieron en dirección norte y se metieron en un pequeño despacho.
Sin salida.
—¡Mierda! —gritó Libro mientras corría hacia la ventana y veía que un helicóptero Lynx pasaba en ese momento.
Y entonces, la vio, tras la ventana.
Los cuatro cazarrecompensas del IG-88, que habían echado abajo la puerta de la escalera de incendios, se dividieron en dos grupos de dos: dos irían tras Libro y Rosenthal y los otros dos tras Madre.
Los dos soldados que perseguían a Libro y a Rosenthal los vieron entrar en el despacho lateral, a menos de veinte metros de ellos.
Se acercaron a la puerta del despacho y en silencio se apostaron a ambos lados. La puerta tenía el número «4009».
—Equipo Técnico, aquí Libra Cinco —dijo el soldado al mando por sus auriculares—. Necesito un plano de la planta. Despacho número cuatro, cero, cero, nueve.
La respuesta fue inmediata:
—Es un callejón sin salida, Libra Cinco. No tienen adónde ir.
El hombre asintió al soldado situado a su lado y este abrió de una patada la puerta y entró disparando con su fusil Metal Storm. No alcanzó a nadie. El despacho estaba vacío.
Su única ventana (del suelo al techo) estaba hecha añicos y la lluvia londinense estaba entrando al interior del despacho.
Ni rastro de Libro. Ni de Rosenthal.
Los dos hombres del IG-88 corrieron a la ventana y miraron hacia abajo. Nada. Solo el cristal vertical de la torre y un parque a los pies del edificio.
Entonces alzaron la vista, justo cuando un chirrido mecánico cobró vida por encima de ellos y vieron la parte de acero inferior de una plataforma de limpieza de ventanas ascender por un lateral del edificio en dirección al tejado.
Libro y Rosenthal estaban en la plataforma de limpieza de ventanas ascendiendo con gran rapidez por una de las paredes de la torre King.
La plataforma, larga y rectangular, pendía de dos sólidos y resistentes cabrestantes que sobresalían de la parte superior de la torre.
Instantes antes de que sus atacantes entraran en el despacho, Libro había hecho añicos la ventana y, sujetando a Rosenthal, había saltado y se había agarrado a la pasarela.
Había aupado a Rosenthal y después había subido él a la plataforma. Sus pies habían desaparecido del campo de visión de la ventana justo en el mismo instante en que los dos hombres del IG-88 habían irrumpido en el despacho.
Una ráfaga de balas perseguía a Madre mientras esta corría en dirección oeste por el pasillo con dos tipos del IG-88 pisándole los talones.
Justo cuando las balas estaban a punto de alcanzarla, giró bruscamente a la izquierda y entró en una oficina. Se encontraba en el interior de una sala de juntas de gran categoría.
Tenía el suelo de madera, butacas de cuero y la mesa de juntas más grande que Madre había visto nunca. Podía medir fácilmente siete metros de largo.
—Putos abogados —musitó Madre—. Siempre compensándose por tener la polla minúscula.
La sala estaba situada en una esquina del edificio y tenía ventanas hasta el techo que proporcionaban unas vistas espectaculares de Londres en una de las paredes. El otro lado daba a los ascensores exteriores.
Madre sabía que su Colt no tendría nada que hacer frente a las armas de los hombres del IG-88, así que esperó tras la puerta.
¡Bang!
La echaron abajo de una patada y entraron.
Madre disparó al primer hombre en la sien antes de que este pudiera siquiera verla, y apuntó con su arma al segundo…
Clic.
—¡Joder!
Sin munición.
Se abalanzó sobre el segundo hombre y los dos salieron despedidos a la mesa de juntas mientras el fusil Metal Storm del cazarrecompensas disparaba frenéticamente en todas direcciones.
Las ventanas de la sala de juntas fueron las más castigadas por los disparos y comenzaron a resquebrajarse.
Madre forcejeaba con su agresor encima de la mesa. Era un tipo grande, fuerte. Sacó un cuchillo mientras Madre hacía lo mismo y los dos filos entrechocaron.
Entonces, de repente, mientras luchaban, Madre vio dos formas en la entrada.
Hombres.
Pero no del IG-88.
Eran dos fornidos israelíes con traje, sendos Uzi colgados de los hombros y manchas de sangre en las camisas. Hombres de Seguridad del Mossad.
Los dos israelíes se quedaron contemplando la pelea que tenía lugar sobre la mesa de la sala de juntas.
—¡Cazarrecompensas! —gritó uno de ellos.
—¡Vamos! —gritó el otro tras mirar al pasillo—. ¡Ya vienen!
El primer hombre miró con desdén a Madre y a su atacante y a continuación sacó una potente granada RDX de su bolsillo, le quitó la anilla y la lanzó a la sala de juntas.
A continuación, su compañero y él se marcharon corriendo.
Madre, que seguía intentando esquivar los golpes de su oponente con el cuchillo, vio volar la granada al interior de la sala a cámara lenta. Rebotó en el suelo y desapareció bajo la gigantesca mesa. Madre oyó cómo se golpeaba contra una de las patas de la mesa, del grosor del tronco de un árbol.
Y entonces estalló.
La detonación fue monstruosa.
A pesar de su robustez, el extremo de la mesa más cercano a la puerta se desintegró en miles de astillas.
Respecto al resto de la mesa, que aun así seguía midiendo sus buenos siete metros, algo muy diferente ocurrió.
La fuerza expansiva de la granada levantó la mesa del suelo y, cual vagón de tren al descarrilar, comenzó a deslizarse por la sala de juntas, hacia las ventanas resquebrajadas del extremo oeste de la sala.
Madre lo vio venir un instante antes de que ocurriera.
La mesa atravesó las ventanas resquebrajadas cual ariete y salió disparada al exterior, a cuarenta plantas de altura.
Entonces, con una sacudida terrible, la mesa se inclinó y Madre comenzó a escurrirse (a gran velocidad, por el largo de la mesa, mientras la lluvia golpeaba su rostro) hacia ciento veinte metros de cielo vacío.
Resultaba una imagen de lo más extraña: una mesa enorme sobresaliendo de la planta superior de la torre.
La mesa se inclinó aún más, hasta alcanzar un ángulo de cuarenta y cinco grados y después más, con las dos figuras de Madre y el soldado del IG-88 deslizándose sobre ella.
De repente, la mesa en caída libre se detuvo.
Su extremo superior había chocado contra el techo de la planta 40 y se había quedado encajado, mientras que las dos patas delanteras habían hecho lo propio contra el suelo, justo en el precipicio, haciendo que la mesa se detuviera repentinamente, suspendida en un ángulo vertiginoso a cuarenta pisos por encima del suelo.
Madre estaba resbalándose sobre la mesa con gran rapidez, pero en el último momento logró clavar el cuchillo en la superficie de esta y, usando los agujeros para los dedos del cuchillo como empuñadura, se detuvo, quedando suspendida del cuchillo clavado mientras sus pies le colgaban por fuera del extremo inferior de la casi vertical mesa.
Su oponente no fue tan rápido.
En su intento por agarrarse a algo soltó el cuchillo mientras caían. Al final, no había conseguido agarrarse a nada pero, por suerte para él, se encontraba encima de Madre cuando la mesa había salido disparada por la ventana. Así, había caído sobre ella y sus pies se habían golpeado contra el cuchillo clavado en la mesa.
En esos momentos colgaba sobre Madre, con un pie apoyado en su cuchillo, sonriendo.
Se agarró al borde de la mesa con las manos y comenzó a dar patadas a los dedos de Madre.
Madre apretó los dientes y siguió sosteniéndose a pesar de los golpes, pues los agujeros para los dedos del cuchillo los amortiguaban en parte.
Entonces oyó el ruido.
Zum-zum-zum-zum-zum-zum-zum-zum…
Provenía de los rotores de un helicóptero.
Miró a su alrededor y vio un helicóptero Lynx cerniéndose justo a su lado cual avispón gigantesco.
—Oh, joder —gimió.
El hombre del IG-88 le hizo señas al piloto, indicándole que bajara, que se colocara bajo ellos.
El piloto obedeció y el helicóptero se colocó por debajo de Madre. Las borrosas palas de sus rotores conformaban un neblinoso círculo blanco bajo sus pies.
Entonces el cazarrecompensas siguió dándole patadas, solo que esa vez con más fuerza.
¡Crac!
Madre oyó cómo se le rompía un dedo.
—¡Cabrón! —gritó.
Volvió a soltarle otra patada.
Las palas del rotor rugían cual sierra circular a escasos tres metros de las botas de Madre.
Su atacante levantó el pie para propinarle una última patada. Bajó la pierna con fuerza…
… Cuando Madre hizo algo totalmente inesperado.
Sacó el cuchillo de la mesa, lo que hizo que ambos cayeran rápidamente hacia abajo, hacia el extremo inferior de la mesa, ¡hacia las borrosas palas del helicóptero!
Su oponente no podía creérselo.
Sin su punto de apoyo, se precipitó por el mueble y comenzó a deslizarse hacia el extremo inferior.
Los dos estaban resbalándose por el tablero pero, a diferencia de su agresor, Madre sí estaba preparada. En su descenso, logró clavar el cuchillo en la cara interior de la mesa y se agarró fuertemente a él, deteniendo así su caída.
El hombre del IG-88 pasó junto a ella, rebasó la mesa y cayó al vacío…
… Y el mundo se ralentizó mientras Madre observaba su rostro horrorizado, sus ojos y boca abiertos de par en par, alejándose de ella.
Entonces se golpeó contra las palas del rotor (plaf) y su forma humana desapareció, convirtiéndose en un estallido de sangre.
La sangre salpicó el parabrisas del helicóptero y el Lynx se alejó del edificio.
Madre no tuvo tiempo ni para suspirar aliviada.
Pues, justo en ese momento, mientras pendía de la cara interior de la mesa de la sala de juntas, empapada bajo la lluvia londinense, el mueble se movió ligeramente.
Una sacudida repentina.
Hacia abajo.
Madre se volvió para mirar hacia arriba y vio que las patas apuntaladas al suelo de la planta 40 estaban combándose.
La mesa va a caerse.
—¡Oh, joder! ¡A tomar por culo todo! —gritó al cielo—. ¡No voy a morir!
Evaluó sus posibilidades.
Se encontraba en la esquina suroeste, en la cara oeste del edificio.
Justo a la vuelta de la esquina, debajo de donde ella se encontraba, podía ver uno de los ascensores acristalados, detenido en la planta 38, en la cara sur del edificio.
—Vale —se dijo a sí misma—. Mantén la calma. ¿Qué haría Espantapájaros?
El Maghook, pensó.
Sacó su Maghook y apuntó al techo interior de la planta 40. Disparó.
No ocurrió nada.
El Maghook no disparó.
El gatillo emitió un clic y el cañón un leve silbido. Se había quedado sin gas propulsor.
—¡Oh, vamos! —gritó—. ¡Esto nunca le pasa a Espantapájaros!
Súbitamente, la mesa se sacudió de nuevo y se desplazó otro medio metro.
Madre comenzó a desenrollar el Maghook manualmente (con los dientes) mientras murmuraba:
—No es justo, no es justo. No es justo, joder…
La mesa se estaba tambaleando y sus patas combando por el peso, a punto de romperse.
Cuando Madre consideró que ya tenía cable suficiente, lanzó con la otra mano el gancho del Maghook a la planta 40.
Este aterrizó en el borde de la pieza de apoyo de la ventana, aferrándose a esta justo cuando la mesa cayó…
… Y Madre soltó el cuchillo y se balanceó lejos de la mesa de juntas…
La mesa cayó bajo la lluvia y sus siete metros de largo se precipitaron por el edificio…
… Mientras Madre se balanceaba en su cuerda antes de golpearse contra la pared acristalada del ascensor, que estaba a la vuelta de la esquina, y agarrarse al borde de la parte superior.
Siete segundos después, la enorme mesa de juntas de Goldman, Marcus & Meyer cayó en la acera y estalló en miles de pedazos.