3.9

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Torre King, Canary Wharf, Londres

26 de octubre, 12:00 horas (hora local).

13:00 horas (Francia).

07:00 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU).

Libro II y Madre subieron a la torre King, de cuarenta plantas, por un ascensor acristalado lateral.

El Támesis se extendía ante ellos, parduzco y zigzagueante. El centro histórico de Londres iba desapareciendo de su campo de visión, envuelto en la lluvia.

El distrito de Canary Wharf contrastaba en extremo con el resto de Londres (un distrito empresarial y bursátil de acero y cristal que albergaba rascacielos, parques muy cuidados y nada más y nada menos que el edificio más alto de Gran Bretaña: la impresionante torre de Canary Wharf). Si bien gran parte de Londres mantenía una esencia victoriana propia del siglo XIX, el distrito de Canary Wharf era puro futurismo del siglo XXI.

Libro y Madre seguían ascendiendo al cielo gris londinense. Otros cuatro ascensores acristalados subían y bajaban a la gente en uno de los laterales de la torre de oficinas, idénticas cajas de cristal pasándolos en ambas direcciones.

Libro y Madre llevaban ropa de civil: chaquetas de ante, botas, vaqueros azules y jerséis de cuello vuelto que cubrían sus micros. Los dos llevaban una Colt del calibre 45 oculta en la parte trasera de sus vaqueros.

Una joven y atractiva ejecutiva ataviada con un traje de Prada iba también en el ascensor con ellos. Parecía muy menuda en comparación con Madre, con sus espaldas anchas y su cabeza rapada.

Madre respiró profundamente y a continuación le dio un golpecito a la chica en el hombro.

—Me encanta su perfume. ¿Cuál es?

—Issey Miyake —respondió la chica.

—Tendré que hacerme con uno. —Madre sonrió.

Habían sido muy rápidos.

Después de entrar en el espacio aéreo británico gracias a la tecnología de invisibilidad del avión, Rufus los había dejado en un aeródromo abandonado no muy lejos del aeropuerto de la ciudad de Londres. Allí habían sido recogidos por un helicóptero pilotado por un viejo amigo de Rufus. Él los había dejado en el helipuerto comercial de Canary Wharf hacía quince minutos.

¡Tin!

Su ascensor se detuvo en la planta 38. Libro II y Madre salieron a la enorme recepción de Goldman, Marcus & Meyers, abogados. Goldman Marcus ocupaba las tres últimas plantas de la torre; la 38, la 39 y la 40.

Parecía la recepción de un bufete de abogados importante: lujoso, espacioso, grandes vistas. Sin duda esa era la impresión que daba al visitante ocasional. Solo que aquello no era un bufete.

Entre sus numerosos despachos, salas de reuniones y plantas abiertas, las oficinas de Goldman Marcus contenían tres salas de la planta número 39 en la que todos los abogados tenían prohibida la entrada: salas que se empleaban para uso exclusivo del Mossad, el famoso servicio secreto israelí.

El Mossad, el servicio de Inteligencia más implacable del mundo que protegía a la nación más amenazada de la historia: Israel.

Ninguna otra nación había experimentado una amenaza terrorista tan prolongada. Ninguna otra nación había estado rodeada de enemigos hostiles declarados (Siria, Egipto, Jordania, Líbano, por no mencionar a los palestinos en el interior de sus fronteras). Ninguna otra nación había visto por la televisión internacional cómo siete de sus atletas olímpicos eran asesinados.

¿Y cómo podía con todo aquello Israel? Sencillo. Descubría las amenazas extranjeras antes que nadie.

El Mossad tenía gente en todas partes. Conocía los levantamientos internacionales antes que nadie y actuaba de acuerdo con la inamovible política de «Israel, siempre primero».

1960: El secuestro del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann en Argentina.

1967: Los ataques preventivos sobre las bases aéreas egipcias durante la guerra de los Seis Días.

31 de agosto de 1997: Un agente del Mossad se encontraba en el bar del hotel Ritz la noche en que la princesa Diana murió. Había estado siguiendo a Henri Paul, el chófer de Diana.

Incluso se había dicho que el Mossad supo de los ataques del 11 de Septiembre en Estados Unidos antes de que estos se produjeran (y que no se lo habían comunicado al Gobierno estadounidense porque a Israel le convenía que Estados Unidos entrara en la guerra contra el terrorismo islamista).

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En la comunidad internacional de Inteligencia hay una regla de oro: «El Mossad lo sabe todo».

—¿En qué puedo ayudarle? —dijo la sonriente y educada recepcionista.

—Sí —dijo Libro II—. Nos gustaría hablar con Benjamin Rosenthal, por favor.

—Me temo que no hay nadie aquí con ese nombre.

Libro II no perdió un segundo.

—Entonces llame al presidente de la sociedad y dígale que los sargentos Riley y Newman están aquí para ver al comandante Rosenthal. Dígale que estamos aquí en nombre del capitán Shane Schofield, del Cuerpo de Marines de Estados Unidos.

—Lo siento mucho, señor, pero…

En ese momento, como por arte de magia, el teléfono de la recepcionista sonó y tras una breve conversación telefónica entre susurros, la recepcionista le dijo a Libro:

—El presidente va a mandar a alguien para que los reciba.

Un minuto después se abrió una puerta interna y un hombre musculoso y trajeado apareció. Libro y Madre se percataron del bulto (del tamaño de un Uzi) bajo su chaqueta…

¡Tin!

Había llegado un ascensor.

¡Tin!

Otro.

Libro II frunció el ceño y se volvió.

Las puertas de los dos ascensores se abrieron…

… Y dentro estaban Damon Larkham y su equipo de diez hombres del IG-88.

—Oh, mierda —dijo Libro II.

Salieron corriendo de los ascensores, ataviados con uniformes de combate negros y disparando sus Metal Storm de última generación.

Libro y Madre se lanzaron por encima de la mesa de recepción al unísono, justo cuando toda la zona a su alrededor fue asaltada por los disparos de los Metal Storm.

El hombre musculoso que se hallaba junto a la puerta comenzó a convulsionar por el impacto de los disparos y cayó. La recepcionista recibió un tiro en la frente y se desplomó hacia atrás.

El equipo del IG-88 entró a toda prisa. Uno de ellos se quedó rezagado para encargarse de los dos civiles que habían saltado por encima de la mesa de recepción.

Rodeó el mostrador y…

… ¡Pum, pum!

Recibió dos balas en el rostro de dos armas diferentes. Libro y Madre se pusieron en pie con sus pistolas humeantes.

—Vienen a por Rosenthal —dijo Libro—. ¡Vamos!

Era como seguir el rastro de un tornado.

Libro y Madre accedieron a la zona de oficinas principal.

Hombres y mujeres con traje yacían desplomados sobre sus escritorios, todos ellos cosidos a balazos, sus mesas de trabajo quedaron destruidas.

El equipo de ataque del IG-88 irrumpía mientras en la planta abierta con sus armas en ristre.

Cristales hechos añicos. Pantallas de ordenadores reventadas.

Un guardia de seguridad sacó un Uzi de su chaqueta, pero fue abatido por las vertiginosas balas de los Metal Storm.

Los hombres del IG-88 subieron por una escalera interna que conducía a la planta 39.

Libro y Madre fueron tras ellos.

Llegaron al extremo superior de la escalera justo cuando tres miembros del equipo del IG-88 se separaban del resto y entraban en una sala de interrogatorios, donde en cuestión de segundos acabaron con dos hombres del Mossad y sacaron a rastras a un tercero (un hombre joven que solo podía ser Rosenthal) de la habitación. Rosenthal estaba en la treintena, tenía la piel aceitunada y unas facciones atractivas. Llevaba el cuello de la camisa desabrochado y parecía exhausto.

Libro y Madre no perdieron un instante. Rodearon las escaleras y arrinconaron a los tres cazarrecompensas coordinándose a la perfección: Libro derribó al hombre de la izquierda, Madre al de la derecha y los dos dispararon al hombre del medio.

Rosenthal se desplomó en el suelo.

Libro y Madre corrieron junto a él y lo ayudaron a levantarse.

—¿Es usted Rosenthal? —preguntó Libro—. ¿Benjamin Rosenthal?

—Sí…

—Estamos aquí para ayudarlo. Shane Schofield nos envía.

Rosenthal pareció reconocer el nombre.

—Schofield. De la lista…

¡Pum!

Madre abatió a otro hombre del IG-88 cuando este salió de la sala contigua y los vio.

—¡Libro! —gritó—. ¡No hay tiempo para charlas! ¡Tenemos que seguir moviéndonos! ¡Puede interrogarlo mientras corremos! ¡A las escaleras! ¡Ahora!

Siguieron subiendo por la escalera interna, a la planta 40, dejando atrás una serie de ventanas curvadas desde las que podía divisarse todo Londres, antes de que las vistas de la ciudad se vieran bruscamente reemplazadas por un helicóptero de ataque que se cernió justo delante de las ventanas, ¡enfrente de Libro, Madre y Rosenthal!

Era un helicóptero Lynx, el equivalente británico al Huey, equipado con una minigun de seis cañones y misiles guiados antitanques.

—¡Vamos! —gritó Madre, tirando de ellos—. ¡Vamos, vamos, vamos, vamos, vamos!

El Lynx abrió fuego.

Se produjo un ruido ensordecedor cuando los cristales estallaron. Las ventanas de la escalera se vinieron abajo con el impacto de los disparos del helicóptero.

Los cristales cayeron sobre Libro y Madre mientras corrían por las escaleras llevando a Rosenthal entre los dos. Una sección entera de la escalera se derrumbó por los disparos en el mismo instante en que alcanzaron la seguridad de la cuadragésima planta.

Damon Larkham caminaba por entre los restos de la planta 39 mientras escuchaba los informes de situación por sus auriculares.

—Aquí Aerotransportado Uno. Están en la 40. Dos, vestidos de civiles. Parecen tener a Rosenthal con ellos…

—Aerotransportado Dos, estamos aterrizando ahora mismo en el tejado. Segunda unidad desembarcando…

—Aquí Aerotransportado Tres. Estamos doblando la esquina nordeste. Nos dirigimos a la planta 40…

—Aquí Equipo Técnico. Los ascensores están bloqueados. Cuatro ascensores detenidos en la planta 38, el quinto está en el vestíbulo. Nadie va a ir a ninguna parte…

—Caballeros —dijo Larkham—. Exterminen a esas plagas. Y tráiganme a Rosenthal.