Una vez que el Humvee hubo desaparecido por la rampa trasera del Hércules, Schofield corrió junto a Gant y la abrazó con fuerza.
Gant le devolvió el abrazo, con los ojos fuertemente cerrados. Cualquier otra persona habría llorado en esa situación, pero no Gant. Sí sentía la emoción del momento, pero no era una persona que llorara con facilidad.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó cuando se separaron.
—Cazarrecompensas —dijo Schofield—. Mi nombre está en una lista de gente que tiene que ser exterminada antes de las doce del mediodía de hoy, hora de Nueva York. Te cogieron para hacerse conmigo.
Le habló a Gant de lo acontecido en Siberia y luego en Afganistán, de los cazarrecompensas que había conocido hasta ese momento (Executive Solutions, el Húngaro, los Skorpion Spetsnaz y, por supuesto, el IG-88 de Damon Larkham) y también le mostró la lista de objetivos.
—¿Qué hay de él? —Gant señaló con la cabeza a Knight cuando este desapareció en el interior de la cabina de mando para desconectar el avión del avión cisterna—. ¿Quién es?
—Él es mi ángel de la guarda —dijo Schofield.
Se oyó un gemido de dolor cerca de las cajas de madera.
Schofield y Gant se volvieron rápidamente…
… Y vieron a uno de los agentes británicos de traje en el suelo, agarrándose con fuerza las costillas. Era el hombre al que Schofield había alcanzado en el pecho con su Maghook. Fueron junto a él. El hombre respiraba con dificultad y tosía sangre.
Schofield se agachó y lo examinó.
—Tiene las costillas aplastadas y los pulmones perforados. ¿Quién es?
Gant dijo:
—Solo me enteré de parte. El otro y él estaban interrogando al general con una droga desinhibidora, estaban preguntándole por el código de desactivación universal estadounidense. Dijeron que Weitzman supervisó la incorporación del código a algo llamado proyecto Kormoran.
—¿De veras? —preguntó un asombrado Schofield—. Una droga desinhibidora. —Miró a su alrededor y vio un kit médico en el suelo. Había algunas jeringas, agujas y frascos de suero. Cogió uno de los frascos y miró la etiqueta.
—Entonces veamos qué tal le sienta un poco de su propia medicina.
Aloysius Knight regresó de la cabina de mando y se encontró con el agente británico trajeado apoyado contra la pared del compartimento de carga, con la manga de la camisa subida y doscientos miligramos de EA-617 corriendo por sus venas.
Knight tocó a Schofield en el hombro.
—Nos hemos separado del avión cisterna —dijo—. En estos momentos el aparato está con el piloto automático y seguimos con el rumbo inicial: una pista de aterrizaje privada en Bretaña, en la costa atlántica francesa. Y Rufus acaba de llamar. Va a dejar a su gente en un aeródromo abandonado a unos sesenta y cinco kilómetros de Londres.
—Bien —dijo Schofield mientras pensaba en Libro II y en Madre rumbo al cuartel general del Mossad en Londres.
A continuación volvió a centrar su atención en el agente británico capturado.
Tras unos cuantos intentos en vano por resistirse a la droga, pronto supieron que su nombre era Charles Beaton y que era miembro del MI6 británico.
—Esta cacería. ¿Qué sabe de ella? —preguntó Schofield.
—Casi veinte millones por cabeza. Quince cabezas. Y los quieren a todos fuera del mapa para las doce del mediodía de hoy. Hora de Nueva York.
—¿Quiénes son? ¿Quién está pagando todo esto?
Beaton resopló con desdén.
—Tienen muchos nombres. El grupo Bilderberg. El grupo de Bruselas. El Consejo Estrella. Los Doce Majestuosos. El M-12. Se trata de un grupo conformado por la élite empresarial privada que gobierna este planeta. Doce de ellos. Los hombres más acaudalados del planeta, hombres que poseen gobiernos, hombres que destruyen economías enteras, hombres que hacen todo aquello que les place…
Schofield se apoyó contra la pared.
—Muy bien… —dijo Knight.
—Deme nombres —exigió Schofield.
—No sé sus nombres —fue la respuesta de Beaton—. No es mi área. Mi campo de conocimiento es el ejército americano. Todo lo que sé es que el M-12 existe y que es quien está financiando esta cacería humana.
—Muy bien, entonces. ¿Sabe qué esperan conseguir con esto?
—No —dijo Beaton—. Mi tarea era obtener el código de desactivación universal de Weitzman y dárselo al cazarrecompensas, a Larkham. Para que ganara ventaja con respecto a los demás. No sé nada de la cacería ni de los motivos de ese grupo para organizarla.
—¿Quién del MI6 lo sabe entonces?
—Alec Christie. Es nuestro hombre allí. Lo sabe todo sobre el M-12 y supongo que, por ende, también sobre esta cacería. Pero el problema es que el MI6 no sabe dónde está. Desapareció hará dos días.
Christie.
Schofield recordaba el nombre de la lista:
2. CHRISTIE, Alec P. RUS MI6
—Pues deben de haber descubierto su identidad, porque también está en la lista —dijo Schofield.
Intentó abordar el asunto desde otra perspectiva.
—¿Qué son esos proyectos, Kormoran y Camaleón, sobre los que estaba interrogando a Weitzman?
Beaton hizo una mueca, pues seguía intentando resistirse a la droga.
—El Kormoran es un proyecto de la Armada estadounidense. Durante la segunda guerra mundial, la Armada alemana ocultó algunos de sus buques de ataque en barcos comerciales. Uno de ellos se llamaba Kormoran. Creemos que la Armada estadounidense está haciendo lo mismo pero a una escala más acorde con los tiempos que corren: está construyendo navíos de guerra capaces de lanzar misiles balísticos intercontinentales, solo que esos navíos de guerra no parecen tales. Se asemejan a petroleros y buques portacontenedores.
—Uau —susurró Gant.
—Vale. Eso el proyecto Kormoran —dijo Schofield—. ¿Qué hay del proyecto Camaleón?
—No sé nada de ese proyecto.
—¿Seguro?
Beaton gimió.
—Sabemos que está relacionado con el Kormoran y sabemos que es algo grande, pues tiene la clasificación de máxima seguridad. Pero, en estos momentos, no sabemos sobre qué versa ese proyecto.
Schofield frunció el ceño pensativo.
Era como hacer un rompecabezas, pieza a pieza, hasta que lentamente apareciera una imagen. Tenía algunas piezas, pero no la imagen completa. Aún.
Dijo:
—Entonces, ¿quién lo sabe, señor Beaton? ¿De dónde ha estado sacando el MI6 toda esta información secreta de nuestro país?
—Del Mossad —acertó a decir Beaton—. Disponen de una oficina en Londres, en Canary Wharf. Logramos colocar micrófonos ocultos allí e interceptar algunas conversaciones el mes pasado. Créame, el Mossad lo sabe todo. Saben de la existencia del M-12. Saben de la existencia de Kormoran y Camaleón. Conocen todos los nombres de la lista y por qué están ahí. Y también saben otra cosa más.
—¿Cuál? —dijo Schofield.
—El Mossad conoce el plan del M-12 para el día de hoy.