3.5

Imagen

Schofield aterrizó en la cabina del Hércules, junto a Knight.

—¿Puedo usar ya la fuerza letal? —gritó Knight.

—¡Adelante!

Knight señaló a un monitor de televisión en el salpicadero de la cabina, un monitor que mostraba una imagen en gran ángulo del compartimento de carga del Hércules.

Schofield vio cerca de una docena de cajas de madera junto a las escaleras de acceso a la cabina un Humvee con Weitzman crucificado sobre el capó, ocho de los malos con uniformes de combate negros y, en el suelo, apoyada contra la pared de la bodega, a la izquierda del Humvee, con las manos esposadas a la espalda…

… Libby Gant.

—Son demasiados para abatirlos con armas —observó Schofield.

—Lo sé —dijo Knight—. Así que quitemos las armas de la ecuación.

Sacó dos pequeñas granadas de su ropa de combate, dos granadas pintadas de amarillo.

—¿Qué son…? —preguntó Schofield.

—AC-2. Británicas. Granadas adhesivas.

—Cargas antiarmas de fuego —dijo Schofield mientras asentía con la cabeza—. Vaya, vaya.

El SAS británico, experto en operaciones contraterroristas, había desarrollado las AC-2 para operaciones contra terroristas armados que tuvieran rehenes. Básicamente se trataba de una granada de mano estándar, pero con una característica extra muy especial.

—¿Listo? Recuerde, dispone de un disparo antes de que su arma se encasquille —dijo Knight—. Muy bien, echemos la casa abajo.

Entreabrió la puerta de la cabina de mando y lanzó las dos cargas AC-2 a la bodega.

Las dos granadas de color amarillo volaron por el compartimento de carga y rebotaron sobre la parte superior de las cajas de madera de la bodega antes de aterrizar en el suelo junto al Humvee y…

Primero se produjo la explosión: destellos de una cegadora luz blanca seguidos de estallidos atronadores cuyo objetivo era ensordecer y desorientar.

Y, a continuación, tuvo lugar la característica adicional de las granadas AC-2.

Cuando explotaron, las dos granadas lanzaron en todas direcciones unas brillantes partículas grises y blancas que cubrieron por completo el espacio cerrado del compartimento de carga.

Las partículas eran como confeti y, una vez se hubieron dispersado, se quedaron flotando en el aire, de tamaño microscópico, conformando un velo gris y blanco, cual bola de nieve que se acabara de agitar. Solo que no era confeti. Era un adhesivo especial, un componente fibroso y pegajoso que se pegaba a todo.

La puerta de la cabina de mando se abrió y Knight y Schofield irrumpieron en la bodega.

El soldado del IG-88 más cercano fue a coger su arma, pero recibió un virote en la cabeza, cortesía de la miniballesta que Knight llevaba colocada en la protección de su antebrazo derecho.

El segundo hombre más cercano a ellos también se giró rápidamente, y un virote, lanzado esta vez desde la ballesta del brazo izquierdo de Knight, le atravesó el ojo.

Fue el tercer soldado del IG-88 el que logró apretar el gatillo de su fusil de asalto Colt Commando.

El fusil disparó… una vez. Una bala solo. A continuación se encasquilló.

El pegajoso adhesivo de las granadas de Knight se había adherido a su cañón, a su percutor, a todas las piezas móviles, inutilizándolo.

Schofield golpeó al hombre con la culata del Maghook.

Pero los otros dos hombres del IG-88 habían aprendido rápidamente la lección y, en cuestión de segundos, lanzaron sendos cuchillos de caza Warlock que se clavaron en las cajas de madera que había junto a ellos.

Knight respondió sacando de su chaleco una de las armas más siniestras que Schofield jamás había visto: una estrella ninja de cuatro pequeñas hojas afiladas o shuriken. Era del tamaño de la mano de Schofield: cuatro hojas brutalmente curvadas y afiladas que se extendían desde un núcleo central.

Knight lanzó el shuriken con destreza y este cortó lateralmente el aire, silbando, antes de rajar las gargantas de los dos soldados del IG-88.

Cinco, pensó Schofield. Quedan tres, además de los dos con traje

Y entonces una mano lo agarró de repente…

… Lo agarró con una fuerza que lo pilló desprevenido…

… Y Schofield salió despedido hacia la entrada a la cabina.

Se golpeó con dureza contra el suelo y cuando alzó la vista vio a un gigantesco soldado del IG-88 acercándose acechante hacia él. Era enorme: al menos dos metros diez, de color, con unos bíceps descomunales y un rostro crispado por una furia desmedida.

—¿Qué coño crees que estás haciendo? —dijo el gigante.

Pero Schofield ya estaba de nuevo en movimiento. Se puso en pie y le propinó un tremendo golpe con la culata del Maghook en la mandíbula.

El golpe dio en el blanco.

Y el gigante ni se inmutó.

—Oh, oh —exclamó Schofield.

El gigante negro le soltó un puñetazo y lo mandó volando a la cabina de mando, como si de una muñeca de trapo se tratara.

A continuación lo cogió con una facilidad pasmosa y le dijo:

—Has entrado por esa ventana. Ahora saldrás por ella.

Y, sin pestañear siquiera, el soldado lanzó a Shane Schofield por las ventanas rotas de la cabina del Hércules.