3.4

Imagen

Era una imagen espectacular, dos aviones gigantescos volando conjuntamente a veinte mil pies de altitud, unidos por la cola y el morro por la manguera…

… Y la diminuta figura de un hombre deslizándose por esa manguera como si de una tirolina se tratara, colgado de una mano mientras con la otra blandía una pistola H&K y disparaba a la cabina de mando del Hércules.

Sus dos pilotos se agacharon cuando los cristales estallaron en añicos.

El viento entró en la cabina. Pero el avión, con el piloto automático activado, siguió en posición.

Por su parte, Aloysius Knight se deslizó por la manguera de combustible a una velocidad vertiginosa, colgado del cinturón de seguridad que había atado a la manguera con el rostro cubierto por una máscara de oxígeno para aviadores de gran altura y un ultracompacto paracaídas de ataque MC-4/7 en la espalda.

Puesto que el receptáculo del Hércules estaba situado directamente encima de su cabina, Knight finalizó su descenso atravesando las ventanas hechas añicos del aparato y aterrizó en el interior de la cabina golpeada por el viento.

Habló por el micro de su muñeca:

—¡De acuerdo, Espantapájaros! ¡Baje!

Unos segundos después, una segunda figura (también con máscara y un pequeño paracaídas) se deslizó desde el avión cisterna por la manguera de combustible antes de desaparecer por lo que quedaba de las ventanas del Hércules.

En el compartimento de carga del Hércules, todos se volvieron (ocho soldados vestidos de negro, dos hombres trajeados y dos prisioneros) al oír un estruendo atronador en la cabina, seguido del rugido del aire entrante.

Los ocho soldados eran miembros del equipo de entrega del IG-88. Nadie conocía los nombres de los dos hombres trajeados, pero llevaban plaquitas identificativas del MI6: el servicio de Inteligencia Secreto británico.

Y los dos prisioneros eran la teniente Elizabeth Zorro Gant y el general Ronson H. Weitzman, los dos del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, capturados por las fuerzas de Larkham en Afganistán.

Justo cuando el ataque había comenzado en mitad del vuelo, Gant había recuperado la conciencia. Estaba sentada en la bodega del Hércules con las manos esposadas a la espalda.

A poca distancia de ella, Ronson Weitzman, uno de los oficiales de mayor rango del Cuerpo de Marines, yacía bocarriba sobre el capó de un Humvee estacionado en la bodega, atado, con los brazos extendidos como si lo hubieran crucificado en horizontal, con las muñecas sujetas con dos pares de esposas a cada espejo lateral del Humvee.

Le habían cortado la manga derecha del uniforme y le habían colocado una goma alrededor de su brazo descubierto.

Los dos hombres del MI6 estaban a su lado. Gant se había despertado cuando el más bajo había sacado una aguja hipodérmica del brazo de Weitzman.

—Dele un par de minutos —había dicho ese mismo hombre.

El general levantó la cabeza con ojos vidriosos.

—Hola, general Weitzman —dijo el agente más alto mientras sonreía—. La droga cuyos efectos está comenzando a notar se conoce como EA-617. Estoy seguro de que un hombre de su rango habrá oído hablar de ella. Es un desinhibidor neuronal, una droga que retarda la liberación del neurotransmisor ácido gamma-aminobutírico en su cerebro, y que hará que responder a nuestras preguntas con sinceridad resulte algo más sencillo.

—¿Qué? —Weitzman se miró el brazo—. ¿… 617? No…

Observando la escena desde una distancia prudente estaban los miembros del IG-88, comandados por el alto e increíblemente apuesto soldado que Gant había visto en las cuevas de Afganistán. Había oído a los otros hombres del IG-88 llamarlo «Cowboy».

—Muy bien, general —dijo el hombre alto del MI6—. El código de desactivación universal. ¿Cuál es?

Weitzman frunció el ceño y apretó con fuerza los ojos, como si su cerebro estuviera intentando resistirse a la droga de la verdad.

—No… no conozco ese código —dijo de una manera poco convincente.

—Sí que lo conoce, general. El código de desactivación universal estadounidense. El código que anula todos y cada uno de los sistemas de seguridad de las fuerzas armadas estadounidenses. Usted supervisó su entrada en un proyecto militar secreto llamado proyecto Kormoran. Sabemos de la existencia de ese proyecto, general. Pero no sabemos el código, y eso es precisamente lo que queremos. ¿Cuál es?

Gant estaba completamente estupefacta.

Había oído rumores acerca de la existencia de un código de desactivación universal. Una leyenda urbana: un código numérico que anulaba los sistemas de seguridad militares de Estados Unidos.

Weitzman parpadeó, resistiéndose a la droga.

—No… no existe…

—No, general —dijo el hombre alto—. Sí que existe y usted es una de las cinco personas de la cúpula militar que lo conocen. Quizá debería incrementarle la dosis.

El hombre alto sacó otra jeringa y se la inyectó en el brazo a Weitzman.

Weitzman rugió.

—No…

El suero EA-617 penetró en su brazo.

Y fue entonces cuando las ventanas de la cabina de mando habían estallado en añicos bajo la ráfaga de disparos de Knight.