10. POLANSKI, Damien G. USA ISS
Berlín, Alemania
22 de octubre, 23:00 horas.
Le gustaba follarse a las tías por detrás, bombeando cual martillo neumático y aullando gritos de vaquero. Y estaba obsesionado con los culos. Le encantaban las veinteañeras con culitos pequeños y prietos.
Había descubierto esos hechos gracias a las prostitutas del barrio rojo berlinés, cuyos servicios contrataba a menudo.
La trayectoria profesional de Damien Polanski había conocido tiempos mejores.
Experto del Bloque del Este durante la guerra fría, se encontraba en esos momentos destinado en la oficina de campo del servicio de Seguridad e Inteligencia en Berlín, envejeciendo y tornándose más irrelevante día tras día. Sus hazañas de la década de los ochenta (la deserción de Karmonov, el descubrimiento de los archivos Cobra soviéticos…) habían sido tiempo a olvidadas por una agencia de Inteligencia que ya no lo quería allí.
Un perro viejo en un nuevo mundo.
Atrajo su atención con facilidad. No resultó muy difícil. Era una mujer impresionante: piernas largas y bien torneadas, fuertes espaldas, pechos pequeños y perfectos y esa fría mirada euroasiática.
Algunos la llamaban la Reina de Hielo.
Se sentó en la barra del bar, enfrente de su mesa, dejó caer su bolso de mano y se agachó para cogerlo, regalándole la vista con la imagen de su minifalda de vinilo negra. Sin ropa interior.
En quince minutos Polanski se encontraba en la habitación de un hotel quitándose a toda prisa los pantalones y pensando: ¡Arre, nena! ¡Arre!
Ella salió del baño totalmente desnuda, con las manos en la espalda. Los ojos de Polanski se abrieron de par en par al verla. Se tiró a la cama, se volvió… justo cuando la espada de samurái de hoja corta que ella llevaba en las manos le rebanó limpiamente el cuello.
7. NAZZAR, Yousef M. LBN HAMÁS
Beirut, Líbano
23 de octubre, 21:00 horas.
Los testigos dijeron que había sido uno de los trabajos más profesionales que habían visto en Beirut (algo que, tratándose de la ciudad que era, es mucho decir).
Vieron que Yousef Nazzar, comandante de Hamás conocido por haber recibido adiestramiento soviético, entraba en el edificio de apartamentos.
Ni siquiera un segundo después, dos turismos se detuvieron delante del vestíbulo y ocho soldados se bajaron de ellos y entraron a toda velocidad en el edificio. Uno de ellos llevaba una caja blanca con una cruz roja en un lateral.
Había algo que coincidía en todos los relatos de los testigos: las armas que los asesinos habían usado. Todos las identificaron o describieron como subfusiles automáticos VZ-61 Skorpion.
Y entonces, de repente, los asesinos salieron y, con el chirrido de los neumáticos de sus vehículos, se marcharon.
El cuerpo de Yousef Nazzar fue encontrado después en el suelo de su apartamento. Le faltaba la cabeza.
8. NICHOLSON, Francis X. USA USAMRMC
Residencia de ancianos Cedar Falls
Miami, Florida
24 de octubre, 07:00 horas.
La enfermera de la recepción jamás podría haberse imaginado que se trataba de un asesino.
Cuando le había preguntado «¿En qué puedo ayudarle?», él le había respondido, de manera cortés, que trabajaba en el hospital y que estaba allí para recoger los objetos personales de un residente de Cedar Falls recientemente transferido.
Era alto y delgado, con la piel muy oscura y la frente ancha. Más de un testigo lo describiría después como «africano». No sabían que, en la comunidad internacional de cazarrecompensas, era conocido por un nombre muy sencillo: «el Zulú».
Vestido con una bata blanca, recorrió con total tranquilidad la residencia con una caja de transporte de órganos en su mano.
Encontró la habitación con rapidez, y al anciano, Frank Nicholson, durmiendo en su cama.
Sin un instante que perder, el Zulú sacó un machete de debajo de su bata.
La policía encontró su coche dos horas después, abandonado en el aparcamiento del aeropuerto.
Para entonces, sin embargo, el Zulú ya se encontraba en un asiento de la primera clase del vuelo 45 de United Airlines con destino a París. En el asiento contiguo iba la caja de transporte de órganos.
A Frank Nicholson se le echaba mucho de menos en la residencia.
Había sido un anciano muy popular, amigable y extrovertido.
La dirección también lo había tenido en mucha estima. Puesto que había sido médico, había salvado la vida de más de un anciano que había sufrido un colapso en el campo de golf.
Sin embargo, resultaba curioso que, a diferencia de muchos otros, nunca había hablado de sus días de gloria.
Si se le preguntaba, siempre respondía que había trabajado como científico en el comando de material e investigación médica del ejército de Estados Unidos en Fort Detrick, «haciendo algunas pruebas para las fuerzas armadas», antes de jubilarse el año anterior.
Y luego llegó esa noche en que el asesino había entrado en su habitación y le había cortado la cabeza.