El soldado Spetsnaz impactó contra el suelo y rodó y, ¡plaf!, lo aplastaron las ruedas del primer Driftrunner.
A diferencia de Knight, él no se había sujetado al parabrisas del Driftrunner en su caída.
Mientras caía, Knight había agarrado la alfombra de cristal resquebrajada y la había lanzado al suelo, bajo él.
El parabrisas cayó al suelo y Knight aterrizó sobre él, cual gato, y la plancha de cristal comenzó a deslizarse por el polvoriento suelo, al principio por delante del convoy, ¡antes de que el primer Driftrunner lo pasara por encima!
El convoy de Driftrunner (los cuatro camiones) pasó por encima de la diminuta figura de Aloysius Knight, que seguía deslizándose bocarriba encima del parabrisas.
Knight fue rebasado por el cuarteto de camiones y, cuando estaba a punto de salir de debajo del último, sacó su otra escopeta, la sostuvo por el cañón y colgó la empuñadura en la parte inferior del parachoques trasero del cuarto y último Driftrunner.
El parabrisas salió despedido bajo él y se alejó dando tumbos en la oscuridad del túnel. Knight fue arrastrado por el Driftrunner mientras las piernas le colgaban y rebotaban contra el suelo.
Entonces logró auparse y subir a la batea del último Driftrunner, listo para volver a la batalla.
En el primer Driftrunner, Schofield estaba en esos momentos sentado en el asiento del conductor. Después de que Knight hubiera salido volando por el parabrisas y acabara bajo la parte delantera del camión, Schofield había quitado de una patada la barra de acero del acelerador y había aferrado el volante.
Por el espejo retrovisor, vio a Madre y a Libro II luchar mano a mano con dos bastardos Spetsnaz y vio que dos Skorpion más saltaban del segundo Driftrunner al suyo.
Esos dos nuevos tipos fueron directamente a por Schofield, a la cabina del conductor.
Son demasiados, gritaba el cerebro de Schofield.
Vio que los dos soldados se acercaban a gran velocidad, con las armas en ristre. Estarían allí en cuestión de segundos.
Entonces recordó algo sobre los vehículos que se empleaban en minería. Corrió a ponerse el cinturón de seguridad.
—¡Libro! ¡Madre! ¡Agárrense!
A continuación se estiró y abrió de una patada la puerta del copiloto del Driftrunner.
La respuesta fue inmediata.
El freno de mano se activó al instante de forma automática y el camión se detuvo de inmediato. Se trataba de un elemento de seguridad presente en todos los vehículos utilizados para la minería: para evitar que los mineros resultaran heridos, si la puerta del copiloto se abría, el vehículo quedaba inutilizado y el freno de estacionamiento se activaba.
El segundo Driftrunner, cogido por sorpresa, se dio de bruces contra la parte trasera del primero. El tercer y el cuarto camión hicieron lo mismo y chocaron entre sí cual acordeón.
Respecto a los dos Skorpion que iban tras Schofield, uno de ellos salió volando por el parabrisas, vacío en esos momentos, arrojado a al menos cuatro metros y medio por delante del vehículo. El otro se golpeó la barbilla contra el techo de la cabina del conductor pero, mientras las piernas se le iban hacia delante del impacto, por algún motivo la cabeza se le quedó atascada en el techo de la cabina y, con un crujido horripilante, se le partió el cuello.
Por otro lado, Madre y Libro II habían hecho lo que se les había ordenado y, en vez de luchar contra sus atacantes, se habían agarrado a lo que tenían más cerca, de manera que, cuando el camión se detuvo, sus atacantes habían salido despedidos hasta golpearse contra la parte trasera de los asientos del conductor y el copiloto.
Uno de ellos quedó inconsciente por la caída.
El otro solo sufrió algunas magulladuras y logró ponerse en pie, pero Madre lo golpeó con la culata en la cabeza y se sumió en la más profunda oscuridad.
Schofield estiró el brazo y cerró la puerta del copiloto. Pisó el acelerador y pronto retomaron la marcha.
El daño y la destrucción fue menor en los otros Driftrunner. Prosiguieron su marcha tras el primer camión, todavía con al menos diez hombres a bordo.
Pero entonces llegaron el daño y la destrucción: bajo la forma de Aloysius Knight.
Cuando se produjo el impacto, Knight estaba subiendo a la batea del último camión, por lo que no había llegado a verse afectado.
Ahora que los Driftrunner estaban en marcha de nuevo, sin embargo, se abrió paso con rapidez por el camión, despachando a los Skorpion con brutal eficacia.
Los rusos intentaron resistirse, trataron de alzar sus armas y matarlo a él primero. Pero Knight era como una máquina de matar.
Dos Skorpion en la batea: disparó a uno en la cabeza con su escopeta, mientras que al otro lo agarró por el cuello y lo alzó por encima del techo de la cabina del conductor, dejando que lo golpeara una de las vigas de madera del techo y que el impacto le arrancara de cuajo la cabeza al soldado.
Llegó a la cabina del conductor, apuntó con su Remington de cañón corto al copiloto y, sin pestañear, disparó.
Bum.
El conductor, sorprendido, se volvió, justo cuando Knight, haciendo caso omiso de él, voló el parabrisas y lo atravesó para saltar a la batea del tercer camión.
Zamanov estaba allí.
Corrió a guarecerse cuando Knight avanzó por el Driftrunner, disparando a los soldados a su izquierda y derecha. Varios de los Skorpion intentaron dispararle, pero Knight era demasiado rápido, demasiado ágil, demasiado bueno. Era como si anticipara sus movimientos, incluso el orden en el que iban a disparar.
De camino a la cabina del conductor, Knight vislumbró a Zamanov poniéndose a cubierto bajo el salpicadero, pero solo lo vio momentáneamente y, puesto que su prioridad era seguir avanzando hasta regresar junto a Schofield, no se detuvo para matar al ruso. Solo mataría a aquellos que se interpusieran en su camino.
Saltó al segundo camión.
En el primer Driftrunner, Schofield conducía en esos momentos a una velocidad vertiginosa, solo que ya no había enemigos en su camión.
Delante de él, a lo lejos, se discernía una pequeña mancha blanca: el final del túnel.
Madre saltó al asiento del copiloto junto a él.
—Espantapájaros, ¡quién cojones es esa gente! ¿Y quién es ese tipo de negro?
—¡No lo sé! —gritó Schofield.
Miró por el espejo retrovisor y vio a Aloysius Knight salir al capó del Driftrunner que tenían detrás.
—Pero parece ser el único aquí que no está intentando matarme.
—Podría estar planeando hacerlo más tarde —sugirió Libro II desde la batea—. Voto por deshacernos de él.
—Totalmente de acuerdo… —comenzó a decir Madre antes de callarse de repente.
Habían llegado al final del túnel.
Una cegadora luz blanca se filtraba por una pequeña entrada cuadrada.
Estaba a unos doscientos metros de distancia.
Lo que había hecho que Madre callara, sin embargo, era el enorme y demoníaco objeto que había aparecido en el aire tras la salida del túnel: era un caza experimental.
Un caza Sukhoi S-37 negro que se alzaba inmóvil en el aire, justo en el exterior del túnel.
Visto desde delante, con su morro apuntado y sus alas en posición descendente cual misiles en lanzamiento, el S-37 parecía un halcón enorme y maléfico que los miraba fijamente.
Se oyó un golpe sordo tras Schofield cuando Knight aterrizó en la batea de su Driftrunner y se colocó tras ellos.
—Tranquilos —dijo mientras asentía al caza—. Está con nosotros.
Knight pulsó un botón de su muñequera, activando así la radio:
—¡Rufus, soy yo! Estamos saliendo a toda leche, tenemos tres vehículos enemigos pisándonos los talones. Necesito un Sidewinder. Solo uno. Apunte bajo y a su derecha, doscientos metros. Como hicimos en Chile el año pasado.
—Recibido, jefe —dijo una voz grave por el auricular de Knight.
—¿Puedo? —Knight señaló con la cabeza al volante de Schofield.
Schofield le dejó cogerlo.
Knight giró bruscamente el volante y condujo el Driftrunner hacia la pared izquierda del túnel.
El Driftrunner se pegó a la pared y las ruedas comenzaron a chirriar hasta que el camión se alzó en un ángulo de cuarenta y cinco grados sobre la pared (dos ruedas en el suelo y dos en la misma pared).
—¡Ahora, Rufus! —gritó Knight por el micro de su muñeca.
Inmediatamente después, una columna de humo salió disparada del ala derecha del caza negro y, con un bum retumbante, un misil Sidewinder fue directo al túnel, a gran velocidad, prácticamente pegado al suelo.
Desde el punto de vista de Schofield, el misil permaneció casi pegado a la pared izquierda, acercándose bajo y veloz hasta que…
¡Shuuuum!
Pasó zumbando por debajo del camión inclinado cuarenta y cinco grados e impactó en el que había inmediatamente detrás.
La explosión retumbó por todo el túnel. El primer Driftrunner Spetsnaz explotó en un millón de pedazos.
Como no tenían manera de evitarlo, los dos camiones de minería tras el primer Driftrunner Spetsnaz chocaron contra la parte trasera de lo que quedaba de este.
Al mismo tiempo, el Driftrunner de Schofield salió a la cegadora luz del día, a un área plana y vasta de carga y descarga excavada en un lateral de la montaña. Tras esa extensión, justo bajo el caza en vuelo, había una caída de trescientos metros.
Knight se volvió hacia Madre.
—¿Cuánto tiempo queda para que estalle la bomba?
Madre miró su reloj.
—Treinta segundos.
—Esto va a doler, Dmitri. —A continuación habló de nuevo por el micro de su muñeca—: Rufus. Nos encontraremos en la siguiente área de carga y descarga que hay descendiendo la ladera de la montaña. —Miró a Schofield—. Tengo tres pasajeros conmigo, incluido nuestro hombre.
—¿Algún problema?
Knight dijo:
—Nah, ha sido bastante tranquilito esta vez.
Treinta segundos después, el aerodinámico Sukhoi aterrizó en una nube de arena sobre otra área de carga y descarga situada un poco más abajo de la precaria carretera que descendía de la ladera. Plana y redonda, este lugar se asemejaba a una plataforma de aterrizaje natural que sobresalía de la cara de la montaña que daba al precipicio.
El Driftrunner de Schofield se detuvo junto a ella.
En ese mismo momento, guiada por el diodo láser que Gant había colocado en el interior de la mina, una bomba MOAB era lanzada desde la parte trasera de un C-130 Hércules y se dirigía hacia los conductos de ventilación de la mina.
El sistema de guiado funcionó a la perfección.
La bomba se precipitó a su objetivo, alcanzando una velocidad terminal, con sus aletas controlando su trayectoria de vuelo antes de desaparecer en la chimenea (en esos momentos abierta) de la mina.
Uno…
Dos…
Tres…
Detonación.
Toda la montaña se convulsionó.
La explosión resonó desde el interior de la mina.
Schofield, que se encontraba en esos momentos junto a la cabina para dos personas del Sukhoi ayudando a Madre a subirse, tuvo que agarrarse a la escalera para no perder el equilibrio.
Miró hacia la cima que se alzaba por encima de ellos, a la capa de nieve que descansaba sobre ella, y entonces lo supo.
—Oh, no —musitó—. Una avalancha…
Se volvió para mirar de nuevo hacia la carretera justo a tiempo para ver que dos figuras agachadas salían del túnel de la mina a pie, menos de un segundo antes de que la explosión se produjera y los restos de los Driftrunner salieran despedidos hacia el exterior.
Los tres Driftrunner fueron catapultados lejos del límite de la primera área de carga y descarga y salieron disparados en horizontal, rebasando por encima a las dos figuras agazapadas para, a continuación, caer en picado al barranco.
Fue entonces cuando se oyó un inquietante ruido en algún punto por encima de Schofield.
El gigantesco cuerpo de nieve que descansaba sobre la cima de la montaña que se cernía sobre el Sukhoi estaba moviéndose, resquebrajándose, comenzando a… deslizarse.
—¡Muévanse! —gritó Schofield mientras subía la escalera.
La avalancha comenzó a ganar velocidad.
—¡Rápido! ¡Al compartimento de bombas! —gritó Knight.
Libro y Madre se metieron a duras penas por la pequeña cabina y salieron al estrecho espacio que había tras esta: un compartimento de almacenamiento de bombas que había sido reconvertido en… una celda.
—¡Entren! —gritó Knight a sus espaldas—. ¡Yo me uniré a ustedes!
Knight se apretujó con ellos. Schofield fue el último en subir a la cabina de mano y se sentó en el asiento del artillero. Alzó la vista.
La nieve que descendía en vertical había tomado la apariencia de una ola oceánica: pequeñas explosiones blancas que precedían a la avalancha propiamente dicha.
Knight gritó:
—¡Rufus!
—¡Ya estoy en ello, jefe! —El altísimo hombre del asiento delantero accionó la palanca del acelerador y el Sukhoi ganó altura.
—Vamos… —dijo Schofield.
La avalancha se acercaba a gran velocidad hacia ellos, descendiendo vertiginosamente, retumbando, golpeando la ladera.
El Sukhoi siguió ganando altura y se cernió inmóvil en el aire unos instantes antes de sobrepasar a gran velocidad el borde del precipicio justo cuando la avalancha de nieve lo alcanzaba y se precipitaba al vacío con un rugido colosal, engullendo la zona de carga y descarga de una sola dentada antes de pasar por debajo del caza y caer al abismo.
—Ha estado cerca —suspiró Knight.