El Yak-141 recién adquirido de Schofield volaba a una velocidad de casi Mach 2.
Habían transcurrido casi cinco horas desde la batalla en el complejo Krask-8 y en esos momentos, ante sus ojos y los de Libro II, se hallaban las imponentes montañas Hindu Kush.
En algún recóndito lugar de la cordillera se encontraba Libby Gant, rehén potencial número uno para alguien que quisiera la cabeza de Schofield.
El Yak estaba casi sin combustible. Una rápida parada en un aeródromo soviético abandonado en una zona rural de Kazajistán les había permitido repostar, pero en esos momentos el combustible volvía a escasear. Tenían que encontrar a Gant pronto.
Dado que ya no podía confiar en nadie de la base de Alaska, Schofield sintonizó la radio del avión a una críptica frecuencia estadounidense por satélite: la frecuencia de la agencia de Inteligencia del departamento de Defensa de Estados Unidos.
Una vez hubieron verificado su identidad, pidió que lo pasaran con el Pentágono, más concretamente con David Fairfax, del departamento de Cifrado y Criptoanálisis.
—Aquí Fairfax —dijo una joven voz masculina por el auricular de Schofield.
—Señor Fairfax, soy Shane Schofield.
—Hola, capitán Schofield. Me alegro de oírlo. ¿Y bien? ¿Qué ha destruido hoy?
—He inundado un submarino de clase Typhoon, tirado abajo un edificio y lanzado un misil balístico para destruir una instalación de mantenimiento.
—Un día tranquilito, ¿no?
—Señor Fairfax, necesito su ayuda.
—Claro.
Schofield y Fairfax habían formado una extraña alianza durante el incidente acaecido en el Área 7. Los dos habían recibido sendas medallas (secretas) por su valentía y, tras ello, se habían convertido en buenos amigos.
Mientras sobrevolaban en esos momentos las montañas de Tayikistán a bordo del Yak-141, Schofield visualizó a Fairfax: sentado delante de su ordenador en una habitación de alguna planta subterránea del Pentágono, vestido con una camiseta de Mooks, vaqueros, gafas y zapatillas Nike, mordisqueando un Mars y asemejándose mucho a un Harry Potter recién salido de la universidad.
—¿Qué es lo que necesita? —preguntó Fairfax.
—Cuatro cosas —dijo Schofield—. Primero, necesito que me diga en qué parte de Afganistán se encuentra Gant. Las coordenadas exactas.
—Joder, Espantapájaros, eso es información operativa. No tengo acceso. Podrían detenerme solo por intentar acceder a ella.
—Obtenga la autorización. Haga lo que tenga que hacer. Acabo de perder a seis buenos marines porque mi misión en Siberia se ha visto comprometida por alguien de nuestro país. Era una trampa para ponerles mi cabeza en bandeja a unos cazarrecompensas. No puedo confiar en nadie, David. Necesito que haga esto por mí.
—De acuerdo. Veré lo que puedo hacer. ¿Qué más?
Schofield sacó la lista de nombres que le había cogido a Wexley, el líder de ExSol.
—Necesito que investigue estos nombres por mí…
Schofield leyó en voz alta los nombres de la lista de objetivos, incluido el suyo.
—Averigüe qué tienen en común. Trayectoria profesional, destreza francotiradora, color de pelo, lo que sea. Cotéjelos con todas las bases de datos de que disponga.
—Entendido.
—Tercero, busque una base en Siberia llamada Krask-8. Averigüe todo lo que pueda sobre ella. Quiero saber por qué fue escogida como emplazamiento para la emboscada.
—De acuerdo. ¿Y la última tarea imposible?
Schofield frunció el ceño mientras pensaba en uno de los nombres que había oído mencionar en la radio en el complejo Krask-8.
Finalmente dijo:
—Esto va a sonar un poco extraño, pero ¿puede buscar a un tipo llamado el Caballero Oscuro? Busque en todas las bases de datos de mercenarios o de exmilitares. Es un cazarrecompensas y, hasta donde sé, es muy bueno en su trabajo y va tras de mí. Quiero saber quién es.
—Eso está hecho, Espantapájaros. Contactaré con usted tan pronto como pueda.