1.3

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Yacían junto al borde del dique: cuatro cuerpos, todos con el uniforme de nieve del ejército estadounidense, los equipos de protección corporal…

… Y acribillados a disparos.

La sangre cubría todo. Salpicaduras en rostros y torsos, charcos por todo el suelo.

—Me cago en la puta —murmuró Clark.

—Joder, son los Delta —dijo el cabo Ricky Gallo Murphy. Al igual que Schofield, quizás imitándolo, Gallo llevaba unas gafas de cristales plateados antidestellos.

Schofield no dijo nada.

Los uniformes de los cadáveres habían sido modificados: a algunos les faltaba la protección del hombro derecho, otros tenían las mangas cortadas a la altura del codo.

Uniformes personalizados: la seña de identidad de los Delta.

Había dos cuerpos más en el foso propiamente dicho, a unos nueve metros por debajo del nivel del suelo, también acribillados a tiros.

Cientos de casquillos y cartuchos trazaban un amplio círculo alrededor de la escena. Disparos de los hombres del equipo Delta. A juzgar por aquello, los hombres de Delta habían disparado en todas direcciones al verse acorralados.

Susurros de voces.

—¿Cuántos en total?

—Solo cuatro aquí. El equipo Azul informa de la presencia de cuatro más en la torre de oficinas.

—Entonces, ¿quién de ellos es Schofield?

—El de las gafas de cristales plateados.

—Francotiradores preparados. A mi señal.

Uno de los cadáveres llamó la atención de Schofield.

Se quedó inmóvil.

Al principio no lo había visto, porque la mitad superior del cuerpo colgaba del borde del dique, pero ahora podía verlo con claridad.

De los seis cadáveres, solo a ese le faltaba la cabeza. Se la habían cortado.

Schofield hizo una mueca de asco.

Era repugnante.

Del cuello rebanado colgaban trozos de carne desgarrados; el tubo del esófago y la tráquea quedaban al descubierto.

—Madre de Dios —musitó Libro II cuando se acercó a Schofield—. Pero ¿qué demonios ha ocurrido aquí?

Mientras las cuatro diminutas figuras de Schofield y sus marines examinaban la escena del crimen junto al dique seco, no menos de veinte pares de ojos los estaban observando.

Estaban dispuestos por todo el lugar en puntos estratégicos; hombres vestidos con idénticos uniformes para la nieve pero portando una considerable variedad de armas.

Observando en tenso silencio a que su comandante diera la señal.

Schofield se puso de cuclillas junto al cuerpo decapitado y lo examinó.

Los hombres de la unidad Delta no llevaban insignias ni ningún tipo de identificación, pero no las necesitaba para saber de quién se trataba. Podía saberlo por su físico.

Era el especialista Dean McCabe, uno de los líderes del equipo de la unidad Delta.

Schofield miró a su alrededor, al área más inmediata. La cabeza de McCabe no estaba allí. Schofield frunció el ceño. No solo le habían cortado la cabeza, se la habían llevado…

—¡Espantapájaros! —oyó de repente por el auricular—. Aquí Toro. Estamos en la torre de oficinas. No va a creerlo.

—Pruebe.

—Están todos muertos, todos los hombres de Delta. Y, Espantapájaros… le han cortado la cabeza a Farrell.

Un fuerte escalofrío le recorrió la espalda.

Su cerebro se puso en funcionamiento. Sus ojos escudriñaron el lugar: ventanas resquebrajadas y rotas y paredes cubiertas de hielo, fundiéndose y tornándose borrosas a modo de caleidoscopio.

El complejo Krask-8. Vacío y aislado…

Ni rastro de los terroristas chechenos desde que llegamos…

Hemos perdido el contacto por radio con Alaska…

Y todos los miembros de los equipos Delta están muertos… por no hablar del no menos singular detalle de las cabezas extraviadas de McCabe y Farrell.

Y entonces lo supo.

—¡Toro! —susurró por su micro de cuello—. ¡Vengan aquí ahora mismo! ¡Nos han tendido una trampa! ¡Nos han tendido una trampa!

Y en ese momento, mientras hablaba, los ojos de Schofield se detuvieron en un pequeño montículo de nieve en un rincón del inmenso dique… y, de repente, una forma escondida tras el montículo entró en foco: un hombre cuidadosamente camuflado con un uniforme de combate para la nieve que apuntaba, con un fusil de asalto Colt Commando, al rostro de Schofield.

Maldición.

Y entonces los veinte asesinos dispuestos por todo el almacén abrieron fuego sobre Schofield y sus hombres y el dique se convirtió en un campo de batalla.