Capítulo 122

Tsárskoye Seló, Rusia, 6 de marzo de 1917

Alicia y Lincoln aprovecharon la confusión para apagar las velas, desatar a Nilus, correr hasta el otro lado de la sala y entrar en un pasillo oscuro. Pavel intentó detenerlos, pero los hombres de Stalin entraron en el cuarto y comenzaron a disparar. Las Centurias Negras se defendieron, pero Pavel corrió hacia el pasillo.

Hércules y sus amigos escuchaban los disparos a lo lejos mientras llegaban hasta otra sala, que parecía un trastero. Lincoln encendió una cerilla y vio fugazmente una ventana alta.

—Tenemos que salir por ahí —dijo Lincoln.

—Imposible —comentó Nilus—, yo no puedo subir hasta arriba.

—Lo intentaremos —animó Alicia.

Primero subió la mujer, después ayudaron a Nilus, que apenas podía entrar por el hueco de la ventana y por último salieron Hércules y Lincoln.

Corrieron en mitad de la noche hasta las inmediaciones del palacio y después por un camino de grava que los llevaba hasta una aldea cercana. Una vez allí, cogieron su automóvil. Tenían que salir del país lo antes posible; lo mejor era dirigirse directamente al puerto y tomar el primer barco. Pavel no tardaría en dar con su pista y, sin duda, alguien más los perseguía.

Lincoln pisó el acelerador y el vehículo derrapó hasta tomar fuerza. En menos de media hora estarían en el puerto.

—¿Qué va a hacer usted? —le preguntó Alicia a Nilus.

—Yo no puedo irme ahora. No se dan cuenta de que no podrán escapar, lo que va a suceder nadie puede detenerlo.

—¿Dónde está el libro? —preguntó Hércules, que comenzaba a despejarse con el aire fresco.

—Pavel lo debe de haber entregado a algún impresor —dijo Nilus.

—¿Por qué odia tanto a los judíos? Hemos leído el manuscrito y ellos no dijeron nada en sus reuniones en Praga sobre gobernar el mundo —dijo Alicia.

—Ellos solo son la llama que hará que crezca el incendio. Se desatará una persecución contra los judíos como nunca ha habido, los judíos regresarán a Israel y se cumplirá la profecía; entonces vendrá mi Señor —dijo el monje.

—¿Cristo? ¿Cree que está próxima la segunda venida de Cristo? —preguntó Lincoln.

—No, ese débil judío, no. Mi Señor es el Diablo, él gobernará el mundo y yo seré su profeta —dijo Nilus.

—¿Se ha vuelto loco? —preguntó Hércules.

—No dejaré que nadie detenga su advenimiento —dijo el anciano lanzándose contra Lincoln.

El coche derrapó y estuvo a punto de salirse de la carretera, pero el norteamericano logró enderezarlo en el último momento. Alicia y Hércules agarraron al monje.

—¡Nada detendrá al Anticristo! —gritó el monje.

Después logró zafarse de Alicia y Hércules, se lanzó del coche y desapareció en la cuneta.

—¡Para! —exclamó Alicia.

—No pares —ordenó Hércules.

—Pero…

—Tenemos que salir cuanto antes del país. Cuando salga publicado el libro, podremos enseñar al mundo que todo esto es una gran mentira —contestó Hércules.

El sol comenzó a despuntar cuando entraron en la ciudad. Atravesaron un par de controles y se dirigieron hacia el puerto. En unos minutos estarían muy lejos del peligro; mandarían el manuscrito a varios periódicos y el efecto del libro quedaría casi completamente amortiguado. De esa manera evitarían una matanza de gente inocente. Al llegar al puerto, dejaron el vehículo y comenzaron a buscar el barco que les devolvería a casa. Debido a las revueltas, apenas entraban y salían barcos, por lo que el puerto estaba repleto de una multitud que, como ellos, quería escapar de Rusia antes de que fuera demasiado tarde.