San Petersburgo, Rusia, 6 de marzo de 1917
Lenin levantó el teléfono y se puso en comunicación con Stalin. Tenía algo urgente que comunicarle. Esperó unos segundos a que la operadora le diese línea y después lo pasaron directamente con su camarada.
—Camarada Stalin, tengo una misión urgente para usted. Un libro está circulando por la ciudad. Es de vital importancia que se haga con él, elimine a los testigos y me lo traiga. ¿Entendido?
—Sí, camarada Lenin —contestó Stalin.
—Tendrán que seguir a unos extranjeros, se alojan en el hotel Oktiabrskaya —ordenó Lenin.
—Enviaremos a algunos de nuestros hombres para que los sigan —dijo Stalin.
—Antes de quitarles el libro deben averiguar dónde está su otro amigo, Hércules Guzmán Fox. Al parecer está secuestrado por las Centurias Negras. Una buena oportunidad para arrancarle la cabeza a la serpiente —dijo Lenin.
—Antes del anochecer tendrá el libro y a esos sujetos —dijo Stalin.
—Si está implicado el zar, quiero que me lo hagan saber, nos dará una razón más para eliminarlo de una vez por todas —dijo Lenin.
—A sus órdenes, camarada.
Después de colgar el teléfono, Lenin se puso en pie. Creía que ningún libro, por polémico que fuera, pararía la revolución, pero era mejor estar prevenidos. Los zaristas eran capaces de cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. Además, si la guerra terminaba demasiado pronto, algunos países podrían ponerse de parte del zar, sobre todo el Reino Unido y Francia. Rusia estaba agotada y sus recursos esquilmados, no soportaría una nueva guerra. El pueblo se sentía agotado y él necesitaría al menos una década para exportar la revolución fuera de Rusia. Su sueño era que el comunismo se extendiera por todo el mundo, pero todavía tenía que ser prudente, cualquier paso en falso terminaría con el sueño de una Rusia comunista y la esperanza de millones de trabajadores.