Capítulo 118

Palacio de Tsárskoye Seló, Rusia, 6 de marzo de 1917

El zar esperaba impaciente en el invernadero del jardín. Era el único sitio en el que podía estar tranquilo, sin que esos malditos bolcheviques lo vigilaran. Su secretario le había concertado una entrevista con Pavel. Al final habían conseguido el libro, aunque él ya no estaba seguro de si les serviría para algo.

Nicolás II comenzó a podar unas flores cuando el secretario apareció con un hombre vestido de jardinero.

—Majestad —dijo el hombre, inclinándose.

—¿Por qué habéis tardado tanto? Puede que ya sea demasiado tarde —comentó el emperador.

—Esos malditos extranjeros me lo han puesto muy difícil.

—¿Tenéis el libro? —preguntó impaciente el zar.

Pavel sacó el libro de su mochila y se lo entregó al zar. Este acarició la piel de las tapas antes de abrirlo.

—Esto puede salvar mi imperio y el mundo entero —exclamó, eufórico.

—Tenemos un problema, majestad —dijo Pavel.

—¿Qué problema?

—El manuscrito sigue en poder de los extranjeros. Alguien podría comparar ambos libros y no sabemos lo que encontraría.

—Tiene que destruir el libro y eliminar a todos los testigos —dijo el zar, furioso.

—Estamos buscando a esos extranjeros, pero la ciudad está tomada por los bolcheviques y nuestros hombres apenas pueden moverse con libertad.

—Le pediré a Kérenski que nos eche una mano —dijo el zar.

—Hemos vigilado los hoteles más importantes, creo que los encontraremos en cuestión de horas. Será mejor que no involucremos a más gente, majestad.

—Tenéis razón, Pavel. Daré el libro a un editor alemán y a otro ruso. Buen trabajo, aún estamos a tiempo de parar esta peste judía.

—Siempre complacido de servirle —dijo Pavel.

—Ya podéis retiraros —contestó el zar.

Cuando Nicolás se quedó a solas, tomó el libro y comenzó a leerlo con impaciencia. En esas páginas estaba su última oportunidad de salvar el trono y a Rusia.