San Petersburgo, Rusia, 6 de marzo de 1917
Llevaron a los prisioneros en coche durante dos días hasta las afueras de San Petersburgo. La ciudad estaba completamente tomada por los bolcheviques, por lo que prefirieron ocultarse en una aldea cercana a Tsárskoye Seló, donde estaban encerrados el zar y su familia. Pavel quería que el libro de Los protocolos de los sabios de Sion saliera a la luz con el visto bueno del zar. Alicia y Lincoln habían huido con el manuscrito dos días antes, pero Pavel tenía en su poder el libro.
Pavel había dejado a los dos niños en el convento, abandonados a su suerte, mientras que había preferido llevarse al monje, a Hércules y a la pobre Ana.
Lincoln y Alicia acababan de llegar a la ciudad y no sabían con quién ponerse en contacto. Ellos apenas conocían a Lenin, pero si le explicaban el plan de las Centurias Negras, podría ayudarlos a buscar a Hércules.
Les costó encontrar el centro de mando de los bolcheviques. La ciudad estaba sumida en el caos y eran frecuentes los saqueos, los incendios y las manifestaciones espontáneas. El edificio se encontraba cerca del río y estaba próximo a la Duma y al soviet, donde, en la entrada, miembros de los bolcheviques hacían guardia. Cuando Alicia y Lincoln se acercaron y pidieron ver a Lenin, los vigilantes se quedaron sorprendidos de ver a dos extranjeros, la mayoría había abandonado la ciudad por miedo a las revueltas. Afortunadamente, Lenin se acordaba de ellos y de Hércules. Los llevaron a una sala y después de dos horas les permitieron ver al líder comunista.
—Lamento no haberles podido recibir antes —se disculpó Lenin.
—Entendemos que esté muy ocupado —dijo Lincoln.
—Pues ustedes dirán. ¿Dónde está su amigo Hércules? —preguntó Lenin.
—Precisamente queríamos hablarle de ese tema. No sé hasta qué punto conoce las razones de nuestro viaje a Rusia —dijo Alicia.
—Lo único que sé es que vinieron para resolver los crímenes de unos monjes.
—Cierto. Ya hemos resuelto el misterio, pero nuestro amigo Hércules y una mujer llamada Ana, permanecen retenidos por las Centurias Negras —dijo Lincoln.
—¿Las Centurias Negras? Esos individuos son monárquicos fanáticos, dispuestos a cualquier cosa para que el zar vuelva al trono.
—Un tal Pavel los tiene detenidos. Todo sucedió en una ciudad próxima a Moscú, pero creemos que ahora están en San Petersburgo o en sus inmediaciones —dijo Alicia.
—Les daré un salvoconducto para que se muevan libremente por la ciudad. Ordenaré a mis hombres que busquen a su amigo. ¿Qué más necesitan? —preguntó Lenin.
—Nada más, muchas gracias por todo —dijo Alicia.
—Es un placer ayudar a unos buenos amigos. Creo que Hércules se llevó una mala imagen de nuestra revolución; espero que esto lo enmiende en parte —dijo Lenin poniéndose en pie.
—Muchas gracias por atendernos —agradeció de nuevo Alicia.
—Los mantendré informados. No creo que esos tipos puedan esconderse por mucho tiempo —comentó Lenin—. Les deseo mucha suerte.
—Gracias —dijo Lincoln, en el umbral del despacho.
Salieron del edificio animados, pero con la incertidumbre de lo que podía pasar en las próximas horas. Se dirigieron a su hotel, ya que preferían estar en un lugar muy visible para que los hombres de Pavel pudieran encontrarlos fácilmente. Se habían citado con un traductor ruso llamado Alexandre Glinka. Tenían que descubrir la verdad antes de encontrarse con sus enemigos.
Cuando llegaron al vestíbulo del hotel, el traductor ya los esperaba. Era un hombre moreno, de piel cenicienta, lentes redondas y pelo largo. Parecía un judío ortodoxo.
Los tres se sentaron en uno de los salones más tranquilos; el hotel estaba casi vacío a causa de la revolución. Un hombre se sentó al otro lado del salón para vigilarlos.