Capítulo 114

Klin, Rusia, 4 de marzo de 1917

Los dos vehículos se pararon frente al edificio. Descendió una docena de hombres que rápidamente se desplegó por la explanada. Una parte del grupo se dirigió a la entrada principal, mientras que la otra se dirigió a la parte trasera. En unos segundos se deshicieron de los guardas, tomaron su posición y esperaron órdenes.

El jefe descendió del vehículo lentamente. Aún sentía la fatiga de la temporada que había tenido que pasar en el hospital, pero estaba completamente invadido por la rabia y el odio. Miró el antiguo monasterio y se permitió encender un cigarrillo antes de ordenar el asalto.

Sus hombres tenían orden de capturar prisioneros y evitar bajas, pero, si los extranjeros se resistían, la prioridad era el monje que poseía el manuscrito.

Pavel inspiró el humo del cigarrillo y después lanzó un profundo suspiro. Durante varios días no había podido probar el sabor amargo del tabaco, tampoco beber o acostarse con alguna tierna jovencita recién llegada a Moscú; pero nada le satisfacía más que cazar a su presa. En unas horas podría disfrutar de los encantos de la extranjera. Lo único que conseguía su resistencia era aumentar su deseo.

Extrajo la pistola y comenzó a caminar hasta la puerta principal. Todo estaba en silencio y en semipenumbra. A aquellas horas sus presas estarían confiadas y descansando, no sería muy difícil darles caza.

Levantó la mano y dio la orden. Sus hombres abrieron la puerta y corrieron en tropel por los pasillos del edificio. El caminó lentamente detrás de ellos, volviendo a registrar las habitaciones; esta vez no podía fallar. En dos ocasiones había estado a punto de hacerse con el manuscrito y terminar con los extranjeros, pero no lo había conseguido.

Escuchó voces en los pasillos.

—Ya está —dijo en voz alta, creyendo que sus enemigos ya estaban en sus garras, pero todavía tenía que llevarse otra sorpresa.