Palacio de Tsárskoye Seló, Rusia, 4 de marzo de 1917
Cuando Nicolás y Alejandra comprobaron las habitaciones, todo parecía en orden. Al menos esos bolcheviques les habían dejado un lugar decente en el que cobijarse, pensó Alejandra. La situación era muy peligrosa y ella había insistido a su esposo en que mandaran a los niños a Finlandia y desde allí a Inglaterra, pero Nicolás no quería separar a la familia.
—Estaremos un tiempo aquí. En cuanto la situación mejore, nos pedirán que regresemos al poder —dijo Nicolás.
—¿Estás seguro, querido? —preguntó Alejandra.
—Rusia es el zar y el zar es Rusia. Nos necesitan. El hambre, la guerra y la manipulación han puesto a las masas en nuestra contra, pero en cuanto la situación mejore y los generales tomen el control…
—Rasputín profetizó que si alguien de la familia real lo mataba, su maldición caería sobre nosotros. Nada podrá cambiar eso —dijo Alejandra.
Nicolás frunció el ceño. No podía creer que su esposa siguiera creyendo en las patrañas de ese falso profeta.
—Alejandra, te prohíbo que vuelvas a mencionar a ese farsante. Él nos ha metido en todo este lío. Nos daba una falsa visión de la realidad, nos alejó de nuestra misión y nos separó del pueblo —dijo Nicolás, alterado.
—También sanó a nuestro hijo y nos ayudó a…
—Rasputín era un falso monje, un mujeriego y un farsante —cortó él.
Alejandra se echó a llorar. Seguía fascinada por aquel hombre y su capacidad para transmitirle calma y paz. No entendía por qué su marido hablaba así de él.
—Kérenski no permitirá que nos suceda nada malo, somos amigos hace años. Simplemente tenemos que ser discretos, y aguantar y esperar con paciencia —aseguró Nicolás.
—Rezaré por Rusia y por nosotros —dijo Alejandra.
Nicolás dejó a su esposa y se dirigió al despacho. Afortunadamente ya estaban allí todos sus archivos. Se acercó a su secretario y le dijo:
—Hay que mandar una carta urgente. El envío ha de ser de máximo secreto y vía extraoficial. La carta está dirigida al comandante Pavel. Indique en ella que necesito el manuscrito de inmediato, es cuestión de vida o muerte. Que se presente aquí en cuanto lo tenga.
—Entendido, majestad.
El zar se sentó en la silla y respiró hondo. Si no conseguían el manuscrito a tiempo, nadie podría parar esa maldita revolución y desenmascarar a sus instigadores. Eran unos traidores y él lo demostraría.