Capítulo 105

Monasterio de Optina, Rusia, 27 de febrero de 1917

Cuando el primer monje entró en la sala, Hércules pidió al stárets que tradujera sus palabras.

—Estimado hermano, tengo que pedirle que haga un sacrificio para que podamos encontrar al culpable. Necesito que se quite el hábito y me enseñe sus genitales.

El monje miró a su superior confundido y este asintió y lo autorizó con la cabeza. Lentamente se quitó el hábito.

—¿Por qué les pide que hagan eso? —preguntó Lincoln.

—Sin duda el asesino es judío, quiere hacerse con el manuscrito y está dispuesto a hacerlo a cualquier precio, pero lo único que no puede ocultar es su circuncisión, ¿sabe que los judíos circuncidan a los niños al octavo día como señal de pertenencia al pueblo de Israel?

Lincoln se quedó sorprendido por la habilidad de su amigo.

—Pero también hay gentiles que se circuncidan, algunos por razones médicas —dijo el norteamericano.

—Es posible, pero remoto. En el caso de que hubiera dos sospechosos, habríamos reducido a los sospechosos en un noventa por ciento. ¿No cree?

Uno a uno fueron pasando todos los hermanos del monasterio, pero Hércules pidió al stárets que ninguno saliera para prevenir al resto. Ninguno de ellos estaba circuncidado.

—¿Ya no hay más monjes? —preguntó extrañado Hércules.

—El único que queda es el hermano Felipe. Es un joven que recogimos hace un par de años, su verdadero nombre es Héctor —dijo el stárets.

—¿Dónde está? —preguntó Hércules.

—El hermano es el encargado de cuidar a las ovejas, suele salir temprano y no regresa hasta la noche —dijo el monje.

—¿Podríamos ir a buscarlo? —preguntó Lincoln.

—Sí, suele llevar a las ovejas a un prado a media hora de camino.

Cuando salieron del edificio, Alicia los miró enfadada.

—¿Ya habéis terminado? ¿Se puede saber qué era eso tan misterioso que yo no podía ver?

—Creo que esta vez tenía razón Hércules —dijo Lincoln.

—No puedo creer que te pongas de su lado —dijo Alicia.

—Pero, Alicia…

—No hay peros que valgan, creo que puedo hacer lo mismo que vosotros, el ser mujer no me incapacita para nada.

—Querida Alicia, teníamos que comprobar que los prepucios de todos los monjes no habían sido cortados —dijo Hércules.

Alicia se puso roja como un tomate, mientras que los dos hombres comenzaron a reír a carcajadas.