Camino del monasterio de Optina, Rusia,
27 de febrero de 1917
Pavel respiró el gélido aire del camino. Se sentía angustiado. En las últimas semanas los rostros de las personas que había asesinado se asomaban a sus sueños y no lo dejaban descansar. El aire fresco le hizo recuperar la calma y, cuando introdujo la cara de nuevo en el vehículo, un extraño pensamiento lo hizo estremecer. Era el recuerdo de su infancia en Kiev, una niñez feliz y placentera, pero con un momento oscuro que no lograba recordar: la muerte de su madre.
Pavel intentó borrar sus pensamientos, pero estos le sacudieron el cerebro como un látigo de cuero.
—¿Se encuentra bien, señor? —le preguntó uno de sus hombres.
Su cara estaba pálida como el yeso y no supo qué contestar. Sus hombres debían soportar una férrea disciplina y castigos físicos ante el más mínimo signo de debilidad.
—Estoy bien, simplemente me encuentro mareado —respondió Pavel.
Cerró los ojos y rememoró el último verano en la dacha de sus abuelos. Hacía mucho calor, el campo estaba seco y ya quedaba poco para el final del verano. Todos dormían la siesta, cuando él escuchó unos gemidos y se levantó de la cama y se acercó son sigilo a la puerta de sus padres. La abrió con cuidado y contempló sus cuerpos desnudos, aquello le inquietó, pero de repente, su padre puso una almohada sobre el rostro de su madre y comenzó a asfixiarla. Pavel observó la escena aterrorizado y paralizado por el miedo. El entierro fue al día siguiente, todos decían que había muerto de un ataque al corazón, pero él sabía la verdad. Su padre la había asesinado. Juró vengarse algún día, su madre era lo que más quería en el mundo.
Cuando cumplió los doce años tuvo la oportunidad de vengar la muerte de su madre. Su padre se acostó bebido después de una fiesta, él se acercó hasta el lecho y tomó una almohada. Quería que sintiera lo mismo que había sentido ella, pero apenas reaccionó, estaba tan borracho que no se despertó del todo. Lo que horrorizó a Pavel fue comprender que, con aquel acto, se había convertido en un asesino como su padre. Durante años olvidó aquello, como si nunca hubiera sucedido. Su conciencia estaba completamente anulada, pero en los últimos meses todo había cambiado de nuevo. Volvía a tener sentimientos y eso lo asustaba, tendría que esforzarse y cumplir con su deber, nada podía distraerlo. Si tenía que volver a matar, lo haría sin dilación.