Capítulo 103

San Petersburgo, Rusia, 27 de febrero de 1917

No era lo que esperaban. Hércules y sus amigos se habían imaginado un edificio medieval sobre una montaña apartada, pero el monasterio era un elegante edificio, que se erguía al final de un sendero recto, coronado por las típicas cúpulas bulbosas de los palacios y los templos rusos. La fachada estaba pintada de color verde y, a pesar de la nieve, algunos peregrinos se acercaban a la iglesia del monasterio para pedir consejo al stárets.

Hércules y sus amigos entraron en la iglesia y pudieron observar la cúpula central, aún renegrida por el humo del incendio. Afortunadamente el fuego no había afectado a las capillas laterales, pero las pinturas de la cúpula estaban completamente perdidas.

Uno de los hermanos se acercó a ellos y les preguntó si venían para pedir consejo al stárets.

—No, somos Hércules Guzmán Fox, Alicia Mantorella y George Lincoln, hemos venido a petición de su stárets —dijo Lincoln.

El monje los miró sorprendido. Nunca hubiera imaginado que el stárets pidiera ayuda a unos extranjeros para tratar un problema tan delicado.

—Por favor, acompáñenme por aquí —dijo el monje mientras se dirigía a una puerta.

Caminaron por el claustro hasta llegar a una puerta, el monje llamó y después pasó. Unos segundos más tarde estaba de nuevo en el umbral invitándolos a entrar.

—Gracias por venir de tan lejos —dijo el stárets.

—El hermano Juan nos pidió ayuda y no pudimos negarle nuestro apoyo —dijo Alicia.

—De todas formas, unos investigadores tan conocidos como ustedes deben de estar sumamente ocupados —dijo el stárets.

—Lo cierto es que no aceptamos casos, simplemente acudimos en ayuda de la gente que lo necesita —dijo Lincoln.

—Será mejor que nos ponga en antecedentes. De un momento a otro podemos recibir una visita desagradable —dijo Hércules apremiando al monje.

El stárets los invitó a sentarse y después comenzó a relatarles lo sucedido.

—Este monasterio es uno de los más importantes de Rusia, fue construido en el siglo XVI, pero tras un incendio fue reconstruido el siglo pasado —dijo el monje.

—Veo que los incendios son comunes aquí —dijo Lincoln.

—Hay muchas cosas de madera y las velas son muy peligrosas —apuntó el monje.

—A principios del siglo pasado muchos peregrinos comenzaron a llegar aquí para pedir consejo. Personas muy importantes han venido hasta este monasterio, entre ellos varios zares —explicó el hombre.

Alicia contempló la cara bondadosa del stárets, con su larga barba blanca y su pelo largo. Parecía un hombre santo, era normal que la gente fuera hasta allí para pedirle consejo.

—¿Qué está sucediendo en el monasterio? —preguntó impaciente Hércules.

—El Diablo está atacando a la congregación. Primero murieron los hermanos Santiago y Pedro; todos creímos que había sido debido a un accidente, los dos estaban arreglando la campana. Un rayo la había partido en dos y había peligro de que se derrumbase. Desdichadamente, alguien había aflojado la cuerda y se les cayó encima. Después, el hermano Daniil, nuestro restaurador y pintor, murió abrasado por un incendio que creíamos fortuito. Ahora otros dos hermanos más han muerto, el último el anciano bibliotecario. Sin duda es cosa del Demonio —dijo el stárets.

—Si se trata del Demonio, nosotros no podemos hacer nada, pero si es cosa de uno de los hermanos de la congregación, lo descubriremos —dijo Hércules.

—¿Consiguieron el libro? —preguntó el stárets.

—Es curioso que nos pregunte por el libro y no por lo sucedido al hermano Juan —dijo Alicia.

—El hermano Juan sufría visiones, la última que tuvo antes de partir fue que moriría en su empeño de traer el libro —explicó el monje.

—¿Qué relación tiene el libro con las muertes? —preguntó Lincoln.

—No lo sé, puede que esos malditos judíos nos hayan lanzado una maldición —comentó el monje.

—¿Por qué dice eso? ¿Qué le han hecho los judíos? —preguntó Alicia.

—¿Le parece poco? Están destruyendo el mundo con sus ideas, además roban a los buenos cristianos a través de la usura —dijo el monje.

Hércules observó que la cara del venerable anciano se transformaba cuando oía hablar de los judíos.

—Creemos que las dos cosas están relacionadas. El asesino busca el texto original en el que se basa el libro. ¿Usted escribió el libro? —preguntó Hércules.

—Yo no lo escribí, fue Dios mismo el que lo hizo. Quería acabar con las mentiras de ese pueblo que negó a Cristo, no merece la pena que viva ni uno solo de ellos —dijo el monje.

—Son el Pueblo Elegido —dijo Lincoln.

—Lo eran, al negar a Cristo perdieron todos sus privilegios —contestó el monje.

Lo miraron sorprendidos, aquel hombre estaba lleno de odio y resentimiento.

—¿Puede reunir a todos los monjes en la sala capitular? Quiero hablar con cada uno de ellos, pasarán de uno en uno —dijo Hércules.

—Están haciendo sus tareas, pero los iré avisando —comentó el stárets.

—Gracias —dijo Hércules.

Llegaron a la sala capitular, era amplia y tenía un banco de piedra pegado a la pared. Se sentaron allí y esperaron a que llegara el primer hermano.

—Esto nos tomará demasiado tiempo —reflexionó Lincoln.

—No veo otra forma —contestó Hércules.

—Ese monje es un antijudío, no veo para qué vamos a ayudarlo —dijo Alicia.

—Alguien está matando a estos monjes, ese alguien nos desvelará qué hay tan importante en el manuscrito para que mate por ello —dijo Hércules.

—¿No sería más fácil que nos lo diera el stárets? —preguntó Lincoln.

—No lo hará, la única manera de conseguir el manuscrito es ganarnos su confianza y coger al asesino —dijo Hércules.

—Pero las Centurias Negras están detrás de nuestra pista, no tardarán en aparecer por aquí —dijo Alicia.

—Tengo una pista sobre el posible asesino, será más rápido de lo que creen, pero para resolver este caso, necesito que Alicia esté fuera, controlando que pasen todos por orden.

Aquellas palabras de Hércules le sonaban a excusa, muchas veces la marginaba de la investigación principal, como si las mujeres no fueran capaces de hacer las mismas cosas que los hombres.

Cuando los dos se quedaron solos, Lincoln le preguntó cómo lo iba a hacer. Su amigo se limitó a sonreírle y decir:

—Hay pequeños detalles que lo son todo…