Capítulo 102

Moscú, Rusia, 26 de febrero de 1917

Pavel cambió de vehículo, la carretera que unía las dos ciudades no se encontraba en buen estado. La guerra había deteriorado aún más las infraestructuras, el imperio estaba al borde de la bancarrota y toda la culpa era de esos malditos comunistas. Antes de dirigirse al monasterio pasó por el despacho de las Centurias Negras. Las cosas no habían cambiado mucho, seguía tan solitario como unos días antes.

El general estaba en su despacho. Pavel entró y miró directamente a los ojos del general.

—¿Qué sucede? ¿Qué está haciendo en Moscú?

—Persiguiendo a esos malditos extranjeros —dijo Pavel.

—El Gobierno del zar está acabado, hoy me llegan noticias de que tendrá que abdicar y dejará paso a un Gobierno provisional —dijo el general.

—Dios ha hecho grande a Rusia todos estos siglos, gracias al amor y protección del zar, ¿qué será de nosotros ahora?

—Tendremos que adaptarnos a los nuevos tiempos —dijo el general.

—Yo nunca traicionaré a Rusia —aseguró Pavel.

—No estamos traicionando a Rusia. Si no actuamos pronto, dejaremos el Gobierno en manos de esos malditos bolcheviques.

Esos comunistas son capaces de destruirlo todo, pero con un Gobierno fuerte, la amenaza desaparecerá —dijo el general.

—Acabo de regresar de San Petersburgo, ningún plan político detendrá esta avalancha comunista. La única manera es haciendo un baño de sangre, y el Gobierno provisional no será capaz de parar a los bolcheviques. Hay que sacar el complot de los comunistas a la luz —dijo Pavel.

—Lo siento, pero la partida ha terminado.

Pavel se puso de pie e hincó su mirada en el general.

—De esa manera traiciona al zar. Es usted un traidor —dijo Pavel.

—No le consiento que me hable en ese tono —dijo el general.

—¿Qué no me consiente? —dijo Pavel. Después sacó la pistola y le apuntó en el pecho.

El general se quedó paralizado por el miedo. Levantó las manos y se separó de la mesa.

—¿Qué va a hacer? —pregunto el general asustado.

—Ganar esta guerra, sacudirnos de nuevo a los comunistas de encima y prender la llama que haga que toda Europa se calcine. Si dejamos que la revolución triunfe en Rusia, condenaremos al mundo a su destrucción —dijo Pavel.

—Estoy de acuerdo con usted, estamos en el mismo bando —dijo el general.

—No lo estamos, señor —dijo Pavel disparando sobre su superior.