Capítulo 101

Moscú, Rusia, 25 de febrero de 1917

Salieron de la granja al amanecer; dos días más de camino y estarían en el monasterio. Tendrían que tomar un tren en Moscú y dirigirse inmediatamente a Kozelsk. Todos estaban impacientes por llegar y temían que en Moscú el poder estuviera en manos de los comunistas, pero la capital parecía tranquila cuando llegaron a media tarde.

Las calles estaban desiertas, apenas había movimiento de personas y vehículos, como si el fantasma de la revolución hubiera devorado todo el tejido social de Rusia. Ana los llevó hasta la estación de trenes. Ella se separaría del grupo unos días, los suficientes para hacer el equipaje, reunir todo el dinero posible y recoger a sus hijos. Hércules y sus amigos esperaban estar de vuelta antes de tres días. Si no salían a tiempo de Rusia, la revolución les podría dejar atrapados entre dos frentes: la guerra con Alemania y la guerra civil interna.

—Muchas gracias por su ayuda. Espero verlos en unos días, oraré por ustedes. Ese monasterio tiene fama de ser una casa del Diablo, pero confío en que sabrán solucionar el misterio y regresar ilesos —dijo la mujer.

—Muchas gracias, Ana —contestó Alicia.

—Regresaremos a por usted y sus hijos. Dentro de quince días estaremos todos a salvo —comentó Hércules.

—Tengan cuidado, por favor —dijo Ana.

Caminaron por el andén en silencio hasta llegar al tren. No parecía muy lleno, como si la gente tuviera temor de estar lejos de casa en momentos tan difíciles para el país. Subieron al vagón y se despidieron de su amiga.

Cuando estuvieron instalados en su compartimento, fue Hércules el que comenzó la conversación.

—Mañana por la mañana estaremos en el monasterio. ¿Tiene alguna hipótesis para resolver este retorcido misterio?

—Lo cierto es que han pasado tantas cosas en estos días que apenas he tenido tiempo para meditar sobre ello —contestó Lincoln.

—Recapitulemos. Alguien en el monasterio de Optina está asesinando a los monjes, alguien que cree que allí se encuentra el original de Los protocolos de los sabios de Sion. El stárets mandó al hermano Juan para que contactara con nosotros para resolver el misterio, pero además tenía la misión secreta de recuperar el libro. Todo parece muy confuso.

Alicia frunció el ceño. No podía quitarse una idea de la cabeza.

—Lo cierto es que tenemos el libro y que unos rusos nos persiguen, seguramente partidarios del zar —dijo la mujer.

—Pero ¿qué interés tiene el zar en todo esto? —preguntó Lincoln.

—El zar está en una situación delicada, sin duda cree que el libro puede ayudarlo en parte —dijo Hércules.

—¿Cómo puede ayudarlo? —preguntó Alicia.

—Eso es justo lo que tenemos que averiguar. Los crímenes, el libro y nuestros perseguidores tienen un punto en común, pero no acierto a descubrirlo —dijo Hércules.

—El libro es muy importante. Jung y su grupo lo querían a toda costa, los judíos querrían deshacerse de él, el zar lo está buscando y el stárets, ese tal Nilus, lo mandó buscar. Sin duda la clave está en el libro y el manuscrito original que se guarda en el monasterio —continuó.

Lincoln observó el paisaje nevado por la ventana. La alfombra blanca lo cubría todo, adornando los árboles desnudos y los tejados medio hundidos del pobre y famélico imperio.

—¿Por qué hizo Ana referencia a la fama del monasterio como casa del Diablo? —preguntó Lincoln.

—Leyendas de viejas, seguramente —comentó Hércules.

—¿Crees que alguna fuerza del mal está detrás de todo esto? —preguntó Alicia a Lincoln.

—La fuerza del mal actúa en la tierra y puede que, de algún modo, esas fuerzas del mal estén preparando algún tipo de destrucción, algo que puede desatar ese libro y que debemos impedir a toda costa —sugirió Lincoln.

—El mal no existe. Los hombres hacemos, según nuestra voluntad, cosas egoístas y altruistas. Las consecuencias de nuestras acciones producen otras, si son positivas lo llamamos bien y si son negativas lo llamamos mal —sugirió Hércules.

—Todo no se puede explicar con la razón —refunfuñó Lincoln.

—Me temo que sí, todo tiene una explicación lógica y este caso no es diferente, querido Lincoln.