Capítulo 96

San Petersburgo, Rusia, 23 de febrero de 1917

Cuando se hizo de noche aminoraron la marcha y buscaron un sitio para refugiarse. Apenas habían cruzado unas palabras en su incesante huida. Contemplaron unas luces a lo lejos y se acercaron. Parecía una granja. Tenía dos grandes edificios, una casa de dos plantas y un gigantesco granero.

En cuanto escucharon los caballos, el granjero y uno de sus hijos salieron armados a recibirlos.

—Disculpe que nos presentemos así —dijo Hércules, pero el granjero no sabía inglés y frunció el ceño al ver que eran extranjeros.

Ana se dirigió al hombre en ruso y les explicó su situación. El granjero les ofreció dormir en el granero y cenar con ellos aquella noche.

Las mujeres pidieron lavarse un poco y los hombres entraron en el salón, se pusieron al lado de la chimenea y empezaron a entrar en calor. El granjero se acercó hasta ellos sonriente y les sirvió un vaso de vodka.

Los tres varones se sentaron y contemplaron hipnotizados el fuego de la chimenea. Cuando Ana y Alicia entraron en el salón, se pusieron en pie.

La esposa del granjero sirvió la mesa y tomaron un caldo caliente, después algo de queso y pan. La cena les sentó de maravilla y el granjero empezó a hablarles animadamente. Ana les tradujo lo mejor que pudo, el ruso del campo era mucho más hosco que el que ella hablaba en San Petersburgo.

—El granjero dice que últimamente hay muchos vagabundos y gente que les pide alimentos y dinero en nombre de un tal Lenin, pero que por ahora ha logrado disuadirles con su escopeta.

—Espero que resista un poco más, las cosas sin duda irán a peor —dijo Hércules.

—Nos dará algo de comida para el camino. En un día de viaje llegaremos al monasterio. Al parecer mucha gente ha escuchado cosas terribles de aquel lugar. Algunos lo llaman el monasterio del Diablo.

Alicia se estremeció y se pegó a Lincoln. El granjero frunció el ceño, pero continuó hablando.

—Últimamente varios monjes han muerto y han aparecido algunos restos de cultos satánicos. La gente tiene miedo —explicó Ana.

—No temo a los malos espíritus —dijo Hércules.

—Pues debería —dijo Lincoln—, existen y están entre nosotros.

—Usted siempre con sus supersticiones —contestó Hércules.

—En Rusia hay leyendas terribles sobre demonios. Algunos hombres son poseídos por ellos y hacen cosas terribles —dijo Ana.

Lincoln afirmó con la cabeza. Él mismo había visto muchos casos de posesión demoniaca en la iglesia de su padre.

—Lo siento, pero no creo en lo que no pueda ver y tocar —sentenció Hércules.

—Yo he visto numerosos casos. El Diablo existe aunque no lo creas —dijo Lincoln.

—Hay cosas que no son tangibles, pero que sí existen. Pongamos el caso del amor o la alegría —comentó Ana.

—Eso son sentimientos, pero no entes reales. No existen los ángeles y demonios. Las personas poseídas son lunáticos mal diagnosticados —dijo Hércules.

—Es incorregible —comentó Lincoln.

—Mañana hay que salir temprano. Será mejor que descansemos un poco —comentó Alicia, intentando calmar los ánimos.

Se levantaron de la mesa y agradecieron a los granjeros su hospitalidad. Al día siguiente saldrían en cuanto amaneciera. El país estaba demasiado inestable como para permanecer parados más tiempo del necesario. Lo que Hércules y sus amigos ignoraban era que en el monasterio de Optina estaba a punto de cometerse otro asesinato.