Capítulo 94

San Petersburgo, Rusia, 23 de febrero de 1917

El zar observó a la multitud desde la ventana de palacio y por primera vez sintió miedo. En cierto sentido, hasta ese momento se había creído intocable, pero por primera vez sentía que el peligro les acechaba a su familia y a él. Se giró y contempló al jefe de la policía de San Petersburgo, el general Lavr Kornílov y al jefe personal de la guardia del zar.

—Señores, las masas están enloquecidas. ¿Qué podemos hacer? —preguntó el zar.

—Propongo el uso de la artillería —dijo el general Lavr Kornílov.

—Se ha vuelto loco —dijo el comisario jefe—, las masas matarían a la familia real y destruirían la ciudad.

—Huirán como ratas. No son más que un atajo de cobardes —dijo el general.

—Los traidores Miliákov y Gúchkov exigen su abdicación y el poder para el pueblo —dijo el jefe de la guardia.

—No abdicaré, ningún Romanov lo ha hecho jamás. Prefiero morir al pie del cañón —contestó airado el zar.

—Saquemos a su familia de palacio, todavía estamos a tiempo —propuso el jefe de la guardia.

—No, nadie huirá —contestó el zar—. La ayuda está en camino.

—Han cortado la comunicación por tren, no llegará ninguna fuerza —comentó el general.

Nicolás se hundió en la silla, la maldición de ese maldito Rasputín se había cumplido, su sangre exigía venganza. ¿Cómo iba a luchar él contra el destino

—Preparen las defensas, pero no opongan resistencia. No quiero muertes innecesarias, demostraremos al pueblo que no les deseamos ningún mal. Después de mí vendrá el caos, pero si eso es lo que quieren, lo tendrán —dijo el zar.

—Los alemanes nos pondrán de rodillas. Permita que mis hombres den con los cabecillas, aún estamos a tiempo —dijo el general.

—No, rezaremos en la capilla de palacio y celebraremos una misa. Aún podemos

esperar un milagro —dijo el zar poniéndose en pie.